Después de dejar a Celeste en su casa, Thomoe regresó a la suya y, con manos cansadas, cambió las sábanas manchadas de su cama. El aire se llenó del olor limpio del detergente, pero esa simple tarea apenas lograba distraerlo de los pensamientos que lo acechaban. A pesar de su agotamiento, una sensación de vacío persistía, impidiéndole encontrar el sueño. —¿Por qué no puedo simplemente dormir? —se murmuró, frustrado, bajo la tenue luz de su lámpara. Cada vez que cerraba los ojos, la imagen de Tete volvía a él con una claridad abrumadora: su rostro, sus gestos y la risa compartida entre ambos. No podía dejarla ir, no aún. —¡Maldita sea! —exclamó, sentado en el borde de la cama mientras los resortes crujían bajo su peso. Se levantó y comenzó a caminar por la habitación, buscando alejar aq