Thomoe tomó la mano de Celeste con suavidad y la giró despacio, observándola a fondo. En su mirada se reflejaba una devoción que parecía rozar lo sagrado, como si cada línea de su rostro fuera una obra de arte.
—Eres tan hermosa —susurró, con su voz impregnada de una admiración profunda, casi reverente.
Los ojos de Celeste brillaban como zafiros bajo la luz de la luna, con un destello que hablaba de secretos y promesas. Thomoe se acercó con cautela, como si no quisiera romper la magia que los envolvía, y depositó un beso en sus labios, cargado de una ternura que parecía envolverlos en un mundo aparte.
—Thomoe... —murmuró ella, con su voz quebrada y su corazón desbocado, sintiendo cómo cada sílaba cargaba con el peso de sus emociones.
Los labios de Thomoe se deslizaron sobre su piel, tr
