Dentro de los límites del castillo.
Los alto estruendos, los vestidos ostentosos, los carruajes, el sonido de la música, era algo que ya comenzaba a sonar por los jardines del palacio, los cuales podía observar Lurian desde la ventana de su alcoba. Ya las mucamas habían terminado de arreglarla con aquellas telas que entallaban a la figura que su ajustado corse. Aún no entendía como es que su madre había dejado todo su mundo para venir a sufrir usando exóticos atuendos.
Al verse en el espejo no pudo creer lo increíble que se veía con su maquillaje ligero que resaltaba su inocencia y belleza natural. Así como, sus ondulados rizos que caían como una dulce cascada. Tenía que admitir que se encontraba maravillada con el resultado porque su madre había abogado por que la arreglaran lo más normal posible y estaba agradecida por ello. La idea de sentirse un bufón en una ceremonia como aquella no le hacía mucha ilusión, pero tampoco, el hecho de saber que esa noche todos los hombres la comenzarían a cortejar y a reservar con su madre sus tiempos para conocerla.
¿Cómo iba a escapar de todo aquello? Se repetía una y otra vez, cada ocasión con resignación.
-Señorita Lúrian, es el momento- dijo una voz desde la puerta de la alcoba.
Un suspiro y un giro mientras caminaba hacia un destino incierto.
-¿Marina? ¿Mariiina?- dijo una voz masculina a lado de ella, sacándola de sus pensamientos, dirigiéndole una sonrisa para nuevamente observar por la ventana del carruaje. -Eres impresionantemente distraída- le dijo la voz.
El carruaje se abría entrada por el acceso principal de aquel castillo; estaba emebelsada, realmente aquel nefasto rey, había permitido que la decoración se extralimitara desde el entallado de las gárgolas, la pulcritud de sus jardines, la iluminación de las velas que acentuaban cada majestuoso color que reflejaba el día. El pulido en el mármol de sus pisos brillaba tanto que permitía reflejar el brillo de quien lo observaba con detenimiento. Era increíble lo que un hombre podía hacer para poder complacer a sus invitados.
El carruaje se detuvo en la entrada principal de aquella fortaleza, su hermano, quien ya se había adelantado a bajarse, se giró hacia la puerta del mismo para darle la mano a su hermana quien estaba a punto de bajar, él era siempre el encargado de acompañarla a esos eventos. Su rostro siempre inexpresivo ahora reflejaba un ligero asombro.
-Lista hermanita, para fingir una vez más que estamos de acuerdo con sus tradiciones acerca del matrimonio por conveniencia-
-Deberías guardar tus comentarios, querido hermano, ellos nos escuchan y si no más recuerdo, estás interesado en preservar el linaje a salvo, así que, será necesario que uses tu astucia para convencer a su alteza y que acceda a darte la mano de Lúrian- le dijo mientras que él sonreía y la llevaba al salón principal, donde en seguida comenzaron a rodearse de personajes importantes dedicadas las embarcaciones, exportación y algunas otras actividades.
La noche transcurría entre bellas melodías, así como, algunas otras más animadas que permitían el contacto con las manos, mientras algunos giros y movimientos se adueñaban de la pista de baile. La iluminación era cálida, acompañada de una pequeña brisa que no dejaba al calor encerrarse en aquel gran salón. Sus candiles eran una mezcla de gracia, elegancia y poder mientras que sus cristales pulcros dejaban ver el reflejo de la noche quien se sentía excluida de tan armonioso evento.
La comida paseaba por los alrededores entre copas de un fuerte elixir cuyo dulzor hacían imaginar que el exceso no sería tormentoso.
-Hermano, dime por favor que no soy la única que respira aquel aroma dulce...- decía Marina a su acompañante, mientras que el rostro se tensaba. Pero ambos pensamientos fueron interrumpidos por un estruendoso sonido.
Las trompetas comenzaron a resonar en la acústica de aquellas altas paredes. El anuncio de la noche se comenzaba a especular entre los refinados caballeros, quienes elegantemente acomodaban sus trajes y cambiaban de posición a una con más madurez y porte.
El rey se levantó de su asiento principal de la mano su esposa, la reina Gálata, ambos caminaron hacia el centro de la pista, comenzando así su discurso, claro, corto y conciso que dejaba entre ver el poder, la adquisición y arrebato con el que esperaba que la temporada casamentera a favor de su hija diera inicio.
Todos giraron a la entrada principal.
Una joven de atuendos maravillosos, elegantes, perfectos, que combinaban con su piel y resaltaban una belleza natural de la edad que poseía. Petrificando a todos los participantes, la princesa Lúrian hacia su entrada, tan segura de sí misma a cada paso que daba, dejando, suspirando a más de uno, mientras que entre las damas se escuchaban algunas voces ahogadas de envidia por el porte que dejaba ver.
-Marina, sal de aquí, esto no está bien. - Dijo Mario, mientras no despegaba la vista de Lúrian. En cuestión de segundos la suave ráfaga se había convertido en una oleada agresiva de viento que apagó toda vela existente en el salón. La gente alrededor se miraba unas a otras, mientras que Lúrian se acercaba rápidamente a sus padres. El humo comenzaba a disiparse provocando en algunos, tos. Mientras que otros simplemente contemplaban la luz de la luna filtrarse por los ventanales.
Las puertas del gran salón se cerraron de golpe, al momento, en que las campanas comenzaron a golpear a sonar, paralizando a todos. El sonido de una risa se filtró, creando una conmoción, que comenzó a inquietar y asustar a los presentes.
-¡Ya es muy tarde!- Dijo Mario con los puños cerrado.
El aroma se intensificó, era un olor tan peculiar que no era algo que pudiera describir con algo conocido, sin embargo, tampoco era un olor desagradable
-Ellos están aquí-
Una luz brillante y cálida apareció en medio del gran salón, alejando a sus majestades de un sobresalto. La reina se colocó por delante de ambos, mientras se escuchaba el grito de una de las damas que asistía al evento. “Es fuego”.
Todo sucedía tan rápidamente que no dejó nada a pensar a quienes se encontraban ahí, una tras otra bola de fuego comenzaba a agitar el lugar, comenzando así, una llamarada de fuego en todo aquello que se podía consumir por él. La gente corría, pero las puertas no se abrían.
Una voz sobre saltó a todos.
“Se creen mejores que nosotros… pero son ustedes quienes no deberían de estar aquí”
Aquellas palabras resonaron con una acústica perfecta, mientras que creaturas aparecían de entre una luz cegadora con especies de armas, con las cuales comenzaron a herir a quienes de ellos cerca se encontraban. Un río de sangre se dejaba visualizar entre el mármol del gran salón, mientras que cuerpos sin vida decoraban el piso. Aquella escena acabó con el clasismo que aquella muchedumbre jactaba.
Cristales rotos, eran tan solo uno de los estragos para intentar escapar de ahí a través de los cristales; Adultos pisoteando a otros y a los más chicos con el fin de huir. Las puertas ardían, consumiéndose por el fuego, así como cortinas y algunos otros elementos decorativos.
Los gritos, la desesperación, la muerte.
Todo en aquel lugar quedaría solo como un recuerdo de lo que aquel maravilloso lugar llegó a ser en algún momento, mientras que las cenizas conservaban una historia de lo que ya no volvería a suceder.