Introducción: JamesDuenomo

1765 Words
Su hijo. Su primer niño. Cargó al pequeño para llevarlo a la orilla. Habían pasado ya diez años, no era aquel bebé que cargaba en brazos, era un niño de al menos un metro con diez, tan bello y perfecto. Un mestizo. “El príncipe solo podrá encontrarse dentro de este territorio y tendrá que regresar al momento en que el guardia lo dicte” Fueron las palabras que advirtieron a la mujer. Era lógico que sus padres limitaran las visitas, ella se había ido, mandado de regreso a su hijo; sabia y era consciente de que ver a su hijo era un privilegio que le estaban otorgando, así que no podía desobedecer a las instrucciones o perdería a su hijo. Ella asintió. Las palabras fluían después de aquel encuentro, una tras otra, diez años que ella había perdido, pero ahora ahí estaban, uno delante de otro. Su pequeño hablaba tan alegre de todo lo que le había pasado en su corta vida que le resultaba tan poco creíble que lo estaba viendo. Era curioso ver que aún, a pesar de tantos años, era capaz de poder hablar su lengua, sin embargo, eso también la entristecía por que le había negado tanto a su hijo. No obstante, aquella fue tan solo la primera de muchas otras visitas, no tan frecuente como hubiera deseado, pero al menos lo vería crecer. Aquel lago se convirtió por algunos momentos en un zona de visitas 1 o dos momentos al mes, tiempo en el que aquella relación les permitió conocerse y acercarse, así como, a su pequeña hermana Lúrian, una niña con los mismos rasgos finos de su madre, sin la herencia marcada por su especie pero con la sangre de su padre; Lúrian no pertenecía al mundo donde él vivía, ella era completamente normal, como cualquier otro basfelano. Sin embargo, la sangre llama a la sangre y la relación entre ellos fue instantánea. Aquella pequeña, fue el contacto de James con el mundo donde vivía su madre. Ella era quien, con su talento para los detalles, le permitió conocer a su padre, el castillo, la vida que los envolvía sin tener que presenciarlos. Era de admitir que por momentos el sentía cierta envidia de su hermana, ser hijos del mismo matrimonio, pero ser completamente distintos era una jugada cruel del destino. Ambos parecían ser basfelanos por fuera, a excepción de las orejas puntiagudas, blanca piel, ojos miel con pigmentos rojos que destacaban en James. ¿Cómo era posible aquello? Se preguntaba, pero la respuesta jamás se contestaba. Se sentía aislado, porque no pertenecía al mundo donde vivían sus padres y su hermana, pero tampoco pertenecía al bosque obscuro, porque su sangre era más pesada que la de ellos, pero tenía el control de la luz, así como, algunas habilidades que solo podía encontrar con los de su especie. Sin embargo, solo era el bastardo de la princesa con un basfelano. ¡Estaba cansado! Hasta hace algunos dos años atrás, cuando conoció a alguien como él, hija de la princesa Sufrix, una niña con la misma belleza y porte de una freela, quienes eran denominadas la especie más bella en el bosque obscuro; era el clan lidiado por puras mujeres, las únicas que podían desposar a los euruditos, las mujeres con la habilidad de sanar, proteger y leer por cortos fragmentos las emociones y mentes de quienes acudían a ellas. Eran personas sabias como los euruditos pero con más gracia. Marina Van-ders, era la hija de la primer princesa que había huido del bosque y quien, le presentó a su madre las bondades del mundo lejos del bosque obscuro. Ella había corrido con la suerte de contraer nupcias con un hombre que respetaba su herencia, su sangre, por lo cual, la protegió, así como, a su decendencia, cuestión distinta a la del padre de James, quien no toleraba que la belleza de su linaje se viera afectado por sus rasgos característicos. Marina era la mediana de tres hijos, Alexander era el mayor, un tipo déspota, un basfelano completamente, con unas gemelas como decendencia, Marina que era una freela, una dama de sociedad en todo su esplendor, con la belleza y bondad que solo una persona con buen corazón puede mostrar con tanta naturalidad y Mario un hijo de la noche, al que habían enseñado a buscar el néctar del sabor de la sangre animal para complementar una dieta base y no afectar a la población del castillo, así como ajeno. Ellos tres eran el mayor orgullo de la ahora reina, sufrix a lado del príncipe Leandro. Ambos habían cuidado, amado y protegido a sus hijos con la verdad del bosque oscuro, así como, con el amor y calidez que el padre de James no pudo ofrecer. Sin embargo, James poseía el amor de muchas personas a su alrededor y más aún, de un amor incondicional como lo era el cariño y amor de Marina. Su coincidencia en el mundo no había sido casualidad, si no, gracias a su pequeña hermana. Lurian, su hermana, solía ir a buscarlo en algunas temporadas, cuando su padre se encontraba ocupado con algunos asuntos ridículos o de batalla, los cuales comunes en los últimos años. Lo cual, le permitía ir a ver a James cada que quisiera. Era de admitir que la relación entre ellos era realmente buena, tanto que ella podía platicarle sus sentimientos sin remordimientos o prejuicios, lo cual, no se les permitía a las jóvenes, a quienes solo se les admiraba por su gracia y posición para ser desposadas. Lo cual era sumamente molesto para ella, quien solo quería ser tomada en cuenta. Como el próximo anuncio para el cortejo de Lurian, razón que había despertado la furia de James, pero aquella noticia, fue la que le permitió conocer a Marina. Solían sentirse como dos almas errantes sin sentido de pertenencia. Bastaba tan solo una mirada para poder lograr llenar un vacío del que sentían no poder salir, la falta de pertenencia a un mundo por una sangre mestiza era algo que solo pocos podían sentir. Aquella ocasión, Lurian le presentó a Marina presentándola como las cartas que la antecedían, pero no había necesidad de más. Dentro del bosque obscuro, él pudo entender a la población que la habitaba y tenía más que claro qué clase de sangre corría por la de ella. Marina, nunca fue ignorante respecto a sus raíces, sin embargo, conocer a alguien más con sus similitudes sin pertenecer a su familia era algo que la emocionaba. Ambos sabían que físicamente tenían rasgos que los caracterizaba y a su vez los diferenciaba. Esencia que los hacia especiales. Fue James, quien la atrajo a conocer el mundo que no podía conocer por sí misma, ya que su madre había sido exiliada junto con la de James y Lurian. Aquellos atisbos de convivencia les permitieron desarrollar un lazo emocional que los sonrojaba al más simple contacto o al más perceptible cambio de mirada. -Te prometo que jamás voy a separarme ti. ¡Jamás! - Eran las palabras con las que James solía siempre despedirse de Marina cuando retornaba a casa. Un fuerte viento agitó las hojas de los árboles, sonando entre sus agitaciones unas voces al unisono. Era una especie de cántico que erizaba la piel. “Dos almas errantes. Dos almas solitarias y tan iguales. Dos almas creadas para soportar una sola pena, una carga. Dos almas… listas para estar juntas en la eternidad.” Los alatranos. Sus profecías eran como la voz del bosque, siendo el viento su fuente de transmisión. De repente el viento cesó. La profecía no sonaba a tener un final concluso, eso no era un buen augurio, pero una sensación de inseguridad alertó sus sentidos causándole un calosfrio. ¿acaso era sobre él y Marina? ¿Acaso ellos eran los que estaban atentando contra la estabilidad del bosque obscuro? Temía que si ellos eran parte de esa profecía los euruditos llegaran ellos y atentaran contra la vida de ella. Era innegable que él no tenía permitido salir de aquel lago, así que no podía ir a visitar el mundo basfelano, pero su madre, Marina y Lurian lo mantenían al tanto de lo que sucedía, mientras que Marina si era bienvenida a su mundo. Por aquellos días, James se acercó al lago como de costumbre, sin embargo, una sensación rara recorrió su cuerpo, el bosque se comportaba extraño, un aire fresco, impaciente con un dulce aroma perpetuaba el lugar. Desde que él había pisado aquel lugar, el bosque jamás se había comportado de aquella manera. Pero un ángel se había posado a la mitad del lago, infiltrándose en su mundo. ¿Cómo era aquello posible? ¿Un ángel? Eso es imposible, esos seres definitivamente no existían, pero sabía que los blasfelanos lo inventaron como tranquilidad divina, parte de sus creencias en un ser superior. ¡No! Era imposible. Sabía que sus ojos lo estaban engañando. El bosque nuevamente cambio su ritmo, cesó el viento y comenzó una suave brisa húmeda con aquella misma dulce fragancia a flor de cerezo, era como si el bosque le diera una cálida bienvenida a aquel fantástico ser. Estaba hipnotizado ante aquella vista. No obstante, un rayo de luz atrajo su atención. Eran los alatranos. Otra profecía debía de estar maquinándose. La llegada de aquel ángel indudablemente tendría algo que ver con aquello. Sabía que, en cuestión de minutos, todos en el bosque conocería aquella nueva información provista por ellos. Cuando su vista regresó a aquel ángel delante de él, vio el reflejo de unos hermosos ojos azules que avistaban desde el rostro de una pequeña niña, ¿El ángel era una niña? Aquello cada vez era algo más extraño, pensaba James. Aquella niña tenía una cálida sonrisa, hasta que escucho su melodiosa voz. -La luz se ha ido- fueron las palabras que pronunció antes de caer inconsciente hacia el lago, causando un estruendo. Aquello hizo que James corriera, sumergiéndose en el lago y sacando el cuerpo de la pequeña del agua para llevarla a la orilla en la tierra blasfelana. Pocos segundos después Marina, Lurian y la reina Gálata llegaron donde él. Las cosas pasaron extrañamente ante sus ojos, eran miradas expectantes, aterradas, la pequeña yacía en el suelo, pálida, quien al poco se despertó levemente en lo que sacaba el agua tragada. Aquel joven caballero, le explicó a su madre todo lo sucedido, intercambiando algunas palabras para posteriormente irse con aquella niña en los brazos de la reina. Aquello dejaba con más incógnitas a James, ¿Quién era esa niña? ¿y cómo es que era un ángel?
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