Introducción:James Duenomo

1484 Words
El galope de los caballos era evidente, la estaban buscando. Temía que la alcanzaran, ya que sabía mejor que nadie que sus habilidades como jinete están lejos de ser las ideales. Aún se sentía débil por su reciente parto de hace algunos días, pero como madre era consiente que la vida de su hijo era más importante que ella. Sabía mejor que nadie que su hijo no era aceptado en aquella familia por culpa de su sangre, la sangre por la que estaba agradecida pero también maldita. Ella había huido de casa, dejando todo, su familia, amigos, su corona. No se arrepentía, puesto que solo la madre naturaleza sabía cuánto amaba al hombre que la había desposado. No obstante, nunca fue lo suficientemente madura para aceptar que la sangre real de una princesa de fuego era tan poderosa que podía afectar a su decendencia con los basfelanos. Creyó inocente y erróneamente que aquellos de sangre real postraban habilidades tan notorias como las de ellos que podrían hacer que todo fuera normal. Pero la realidad la había abofeteado. La vida a la luz del sol era muy diferente al que ellos llevaban, eran seres despiadados, malignos, caóticos, que a su vez podían llegar a ser cariñosos, apasionados y en extremo amorosos. Aquello era todo por lo que se aventuró a su nuevo destino, sin embargo, en definitiva, todo era muy distinto a casa, y sin embargo, esa vida de complejas emociones era lo que deseaba para sus hijos, más que una vida en la rectitud y de obscuridad. -Reina Gálata, ¡deténgase! - Las palabras de uno de los hombres de la guardia real gritó, sacándola de sus pensamientos, situándola en el presente con el bebé que tenía sujeto en su brazo derecho. Aquella hermosa mujer que ocultaba sus bellas orejas puntiagudas bajo su ondulado cabello castaño claro golpeó con sus espejuelas al caballo para hacerlo incrementar la velocidad. Este relinchó y cabalgó con mayor rapidez, tenía que llegar al lago, tenía que llevarlo con su gente, tenía que protegerlo a toda costa o su vida correría peligro. El aire levantaba en vuelo su cabello, mostrando su naturaleza, mientras que su pequeño ángel veía cautivado el rostro de su madre. Aquel equino cabalgaba al paso mas veloz, era el más rápido dentro de las propiedades del rey, la distancia entre los guardias y ella era prominente, un distancia justa que le daría la ventaja para poner en marcha su plan. Entró aquella espesa herbolada, donde se comenzaba a perder la luz. Sin embargo, algo no se sentía bien y el caballo podía presentirlo, por que sus relinchidos y sus pasos hacia atrás le indicaban que el animal tenía miedo. Bajó del caballo y le pegó en la parte trasera con la intensión de que se fuera mientras ella comenzaba a avanzar, continuó unos pasos hasta escuchar el sonido del agua. Era el lugar donde yacía el acceso para llegar a casa. Las molestias del parto y la cabalgata la habían dejado más débil de lo que creía. Avanzó a paso lento mientras se recargaba entre tronco y tronco. No podía avanzar mucho. Las lágrimas de aquel bebé comenzaron a hacerse presente acelerando la ansiedad de ella. El lago Ahí estaba. Un paso Otro paso Vamos, unos más. Y otro. Eran las palabras que se decía a sí misma, mientras que las lagrimas del bebé se hacían presentes con mayor intensidad cada vez. Como la sangre de su hijo era como la de ella, era sensato creer que no podía amamantarlo como los basfelanos, tenía que beber del néctar de los crisantemos del tronco. Era así, como todos los seres de aquel bosque se alimentaban los primeros años de sus vidas. Ahí estaba, tan majestuoso como el día en el que llegó, era el lago. -Vamos bebé, no llores más, pronto llegaremos a casa- El acceso estaba ahí, en medio del lago, la mitad de este se compartía como su mundo, mientras que la otra se encontraba en esta tierra. Ella comenzó a caminar dentro del lago, mientras que cada momento más sus piernas se comenzaban a cubrir por la helada agua. Cuando llegó al acceso se encontraba flotando mientras que con sus cansados brazos sostenía al bebé en lo alto, pero el acceso no se abría. Aquello le dio un tremendo dolor en su pecho. ¿Acaso se habían olvidado de ella? Pensaba, pero eso era imposible, era una princesa, casi una reina, por qué sucedía esto. -Por favor, déjenme entrar, ¡Quiero regresar a casa! – gritaba desesperadamente hacia el portal -Mi bebé necesita regresar, por favor… por favor- imploraba. La imagen de unas alas negras se hizo presente del otro lado. Sabía perfectamente que cuando un eurudito se posaba en los límites era para salvaguardar el acceso al bosque oscuro. -Gálata Duenomo princesa de las hadas de la luz, has humillado a tu sangre- -¡Quiero regresar a casa, soy una princesa!- Dijo ella. -Lo lamento, pero el bosque ha optado por el destierro, así como, a la princesa Sufriz, ustedes deseaban estar con los basfelanos, así que, esa decisión se mantiene firme. No obstante, el pequeño bastardo podrá tocar los terrenos de nuestro mundo, pero no podrá pisar tu tierra, salvo este lago- Dijo aquel eurudito con porte feroz. ¿Qué se supone que debería de hacer? ¿Dejar a su hijo? Aquellas palabras resonaban en su cabeza con temor. ¡No! ¿Cómo se supone que debería hacerlo? Sin embargo, aquel pequeño aumentaba su llanto, cada vez más intenso; un ligero rayo de luz comenzó a despedir por el cuerpo de aquel pequeño. Si seguía así, atraería a todos los que la estaban buscando. -De acuerdo, llévense a mi bebé con mis padres. ¡cuídenlo!- dijo mientras bajaba ligeramente a su hijo y le daba un beso. -Mi querido James, pronto estarás en tu hogar, recuerda visitarme y ten en cuenta que eres lo mejor de dos mundos. No dejes que nadie te doblegue. Mamá te ama - Susurraba al oído del pequeño, el cual, fue recibido por las manos de uno de los guardianes del bosque. - ¡cuídenlo, por favor! - Ella salió del agua a como su fuerza física le permitió para después comenzar el camino de regreso. Pero sus lágrimas no cesaban. ¡esta no era la manera en que deseaba que esto sucediera! Se reprendía a sí misma. Hasta que cayó víctima del agotamiento y el dolor. Sin embargo, aquel dolor no se comparó con los primeros diez años, en los cuales desconocía el paradero de su hijo, sabia perfectamente que los euruditos eran confiables y leales, pero no tenia acceso alguno para poder saber sobre su pequeño. La angustia y el dolor la carcomían lentamente, mientras fingía con la frente en alto, que aquella perdida le era indiferente. Desconocía si sus padres aceptarían a su hijo, sabiendo que no poseía una sangre pura, tenia miedo por que fuera rechazado. Su corazón de madre no podía con tantos pensamientos, ¿Por qué la vida le jugaba así? Era tan pequeño como para ser rechazado de dos mundos distintos. ¡NO! Re reprendía constantemente. Ella necesitaba creer que todo estaba bien. Cada aniversario asistía al lugar como si fuera un sepulcro a llevar flores, cartas y obsequios para que alguien lo viera y se lo entregara a su pequeño, que supiera que su mamá siempre estaba al tanto de él. Pero no había nada, hasta su décimo cumpleaños. Ahí, entre las sombras. Una figura grande, de imponentes alas se acercaba al borde entre ambos lugares. Un eurudito. A su lado, una figura pequeña, escondiéndose detrás. ¿Acaso podía ser posible? Se preguntaba ella. Su corazón latía aceleradamente. El eurudito se movió ligeramente para darle lugar a aquella pequeña silueta, quien poco a poco se acercaba a la luz. Sus tenues cabellos castaños cobrizos y aquellos ojos miel como los de su padre, daban la seguridad de que él era su pequeño hijo. Ni en sus más remotos sueños podría creer que su pequeño estuviera tan grande, tenía una similitud increíble con su padre, era curioso, para haber ser rechazado por él. Tenia una mezcla de ella con él. Su pequeño simplemente era fantástico. Quería acercarse, abrazarlo, besarlo, pero no sabía si su pequeño sería capaz de poderla identificar. Ambos se vieron momentáneamente. “¿Eres tú mi mamá?” preguntó una pequeña e insegura voz desde el otro lado. Ella no pudo pronunciar palabra alguna. Sus lágrimas caían por su rostro, una a una, convirtiéndose en una pequeña cascada, así que solo asintió. El pequeño se lanzó al agua y salió del límite de aquel bosque mientras nadaba en dirección a su madre. Aquella mujer se acercó nadando para interceptarlo. Ya no podía con la emoción que irradiaba dentro de sí. ¡tenia que abrazarlo! Ambos cuerpos se unieron en un abrazo único, cálido y perfecto.
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