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1120 Words
"Padmé la papacito" ***** -¡Aspen!, ¡el desayuno está listo! Escuché que gritaron desde la sala, seguí con mis muecas frente al espejo hasta que recordé que me llamaban a mí, yo ya no era Padmé, ahora me llamaba Aspen. Mierda. -Eh... -recodé que debía dejar de afinar mi voz, así que aclaré mi garganta sacando mi voz profunda y grité en respuesta: - Voy. Tomé mi bolso y me miré en el espejo para señalarme y decirme: -Ahora eres Aspen White -fruncí el ceño-, no eres la princesita Padmé Craft, ¿estamos? Afirmé con la cabeza a mi pregunta como si realmente me hubiera entendido, lo sé, yo no era del todo normal, pero supongo que por eso estaba haciendo todo esto. Muy bien Aspen, hora de actuar. Comencé a bajar las escaleras con mi bolso a un costado de mi hombro, Los señores Stevens estaban en la mesa, el señor Williams Stevens tomaba su taza de café humeante mientras revisaba el teléfono, la señora Louisa Stevens limpiaba unos platos con una ligera sonrisa. Ellos eran la familia que me había acogido como estudiante de intercambio estos meses hasta que finalizara el año escolar, este era mi último año y posiblemente también mi última locura. -Buenos días, papás -murmuré con una ligera sonrisa, así les había comenzado a llamar desde que llegué ayer, ellos no tenían problema, de hecho les gustó que les llamara así, eran una familia con un hijo mayor que ya no vivía con ellos, trabajaban con el gobierno en caridades y cosas benéficas, su vida era elementalmente aburrida, y ambos ya habían pasado los 50 años. -Hola Aspen, ¿listo para tu primer día de clases? -murmuró la señora Louisa. Casi la ignoré, pero recordé nuevamente por milésima vez que yo me llamaba Aspen. Eres un hombre, joder. -Uhm, sí -aclaré mi garganta-, un poco nerviosa... nervioso. Ay no Padmé, me avergüenzas. Había estado practicando por todos estos meses y ahora parecía haber perdido mi papel de hombre minuciosamente estudiado. Tomé asiento en la silla frente a la mesa y estiré la mano para tomar un pan de avena, pero antes de que lo metiera a mi boca, el señor Williams me dio un manotazo, como era la mano que sostenía el teléfono me dolió porque me pegó en el hueso de la muñeca. -Auch -expresé en voz baja mirándolo con el ceño fruncido. -Debes dar gracias -explicó el señor Williams -, no te escuché dar gracias a Dios por los alimentos... Oh, aquí vamos... Le siguió una larga charla del por qué debía darle gracias a Dios por todos los alimentos que podía comer, ¿había mencionado que los Stevens era una familia religiosa? ¿No? Bueno, eran tan religiosos que el señor Williams era el padre de la iglesia catedral de la ciudad, obviamente eso no lo supe hasta ayer cuando nos sentamos a comer y él me dio la misma charla del agradecimiento a Dios antes de cada comida cuando quise comer de inmediato. No estaba acostumbrada a eso de la religión, y que me diera una charla de la honestidad me hacía sentir patética, porque de hecho yo estaba siendo una completa farsa, solo que nadie lo sabía. Luego de desayunar fui caminando hacia la escuela, quedaba a apenas una cuadra de la casa de los Stevens, caminaba cojeando débilmente un pie así había visto a los artistas del rap, los hacía ver cautivantes, un grupo de chicas pasó y les guiñé un ojo mientras seguía caminando, ellas sonrieron en respuesta y me miraron de arriba abajo coquetamente. Baia baia... Al parecer sí era un papacito. Ahora debían llamarme Padmé la papacito. La salchicha pegada dentro de mis bragas bailaba a mi ritmo, temí que se rompiera por el roce de mi pantalón, se volviera papilla y me dejara sin mi falso Jerry, sí, le había puesto a mi falso m*****o; Jerry, así era menos perturbador para mí el hecho de tener un m*****o. Entré al instituto, habían varios chicos alrededor, debía de llamar la atención porque era el nuevo y había entrado en el último año escolar a mediados del año, algunas chicas en el pasillo vestidas como porristas me miraban sin disimulo cuando pasé y entré al salón de clases. Oh yes. La papi Padmé rompiendo corazones. Aspen, eres Aspen. Tenía que comenzar a volverme hombre mentalmente, joder. Me detuve abruptamente al ver que de hecho la clase había empezado y todos voltearon a verme. Uy, quieta. -Per... -me interrumpí al darme cuenta que mi voz aguda iba a salir, así que aclaré mi garganta e intenté que mi voz sonara profunda como tantas veces lo había practicado en mi habitación y dije: - Perdón por la tardanza profesor. Pude ver rostros confusos y algunos sobresaltados por mi tono de perro rabioso. Ups. -Ah, usted debe ser el señor White. -dijo el profesor. Afirmé con la cabeza como única respuesta intentando aparentar ser firme, el profesor volteó a mirar la clase y dijo: - Bien, clase, el señor Aspen White es un traslado, viene de Italia. Señor White, tome asiento. Claro, Italia, la única palabra que sabía en italiano era decir "Yes" que significaba "Sí". Eso no es italiano, Padmé, es inglés. Oh. Imaginariamente me giré los ojos y fui a sentarme en un asiento libre al frente mientras sacaba mis libros intentando actuar normal y pasar desapercibida, nada anormal, solo una chica disfrazada de hombre en un nuevo instituto donde nadie me conocía, pero haber llegado tarde y encima que dijeran que yo era un traslado de Italia me hacía sentir que tenía un cartel flotante sobre mi cabeza que decía "nuevo". El profesor comenzó a dar su clase otra vez cuando de repente un chico irrumpió en el salón, a diferencia de mí, él no se detuvo a pedir permiso ni se intimidó por los ojos de todos los estudiantes viéndolo, si no que pasó como perro por su casa saludando a sus amigos con las manos y sonrisas donde demostraba ser el rey del mundo o al menos de la escuela, hasta que llegó a su asiento dejándose caer de manera relajada. Por fin había llegado. Lo observé por un instante hipnotizada, al igual que las fotos él lucía sus típicas franelas negras, su cabello largo amarrado en un moño descuidado, tenía una mirada altiva y astuta, como un águila, los túneles y tatuajes marcando su piel, como si tuviera el mundo a sus pies. Apreté mis puños y los coloqué sobre mis piernas forzándome a cerrar la boca que me había dejado la impresión de por fin verlo. Era él. Chriss Engeles. El chico por el que estaba aquí haciendo toda esta locura.
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