CAPÍTULO DIECISÉIS Sebastián seguía cabalgando, manteniéndose cerca de Cora y Emelina, y agradecido de que parecía que, finalmente, estaban llegando al final del páramo. Iban bien de tiempo, pero él no tenía ninguna duda de que el Maestro de los Cuervos los estaría buscando. Fueran donde fueran, no estarían a salvo de alguien como él para siempre. Vieron a un cuarteto de personas más adelante en el camino, montados sobre sus propios caballos. Sebastián estuvo a punto de seguir adelante campo a través, pero le detuvieron dos cosas. Una era el hecho de que, probablemente, ya lo habían visto, e intentar ir más rápido que la gente en un páramo como este era pedir una pata rota para su caballo. La otra era la parte en la que Emelina levantó una mano para saludarles. —¿Los conoces? —preguntó