CAPÍTULO CUATRO —¿Estáis muriendo? —dijo Sofía, incapaz de creer lo que estaba oyendo. Sentía que el calor y el frío la recorrían por la conmoción y hacían que deseara hacer algo, lo que fuera, excepto creerlo. Incluso aunque Sienne se apretó contra su mano, la presencia del gato del bosque no hizo anda para devolver la realidad a todo aquello. —No podéis estar muriéndoos —dijo Catalina—. No de este modo. No después de todo lo que hemos pasado. Así no es como se supone que debía suceder. Sofía podía oír su tristeza y vio que se formaban lágrimas en los ojos de su hermana. Eso era casi tan sorprendente como lo otro, pues Catalina no lloraba. Ella se enfadaba para no tener que hacerlo. —No lloréis, queridas —dijo su madre, extendiendo los brazos. Sofía abandonó su asiento para ir hacia e