CAPÍTULO DOS
Sofía miraba fijamente la ciudad más allá de la puerta, más allá de las zonas normales del mundo. Sienne se apretaba contra su pierna, mientras Lucas y Catalina la flanqueaban a ambos lados. Sofía no sabía que hacer con la ciudad que allí yacía, a pesar de que ya la había visto en visiones. La ciudad estaba esplendorosa, del color del arcoíris en unas partes y dorada en otras. La gente, alta y elegante, caminaba por las calles, vestidos con trajes radiantes y conjuntos de ropa dorados.
Todo era hermoso, pero Sofía no había venido a la ciudad a encontrar nada de esto. Nada de esto era la razón por la que había dejado a su hija, a su marido y a su reino para cruzar el mar y el desierto, pasar la ciudad de Morgassa ir a parar a los páramos. Lo había hecho para encontrar a sus padres.
Y justo, ahí estaban.
Estaban en la calle en un espacio despejado entre los demás, mirando hacia la puerta que Sofía y los otros acababan de cruzar. Estaban más mayores de lo que parecían en sus recuerdos, pero había pasado tanto tiempo desde entonces que ¿de verdad podía ser de otro modo? Lo más importante de todo es que todavía parecían ser ellos. Ahora su padre se apoyaba en un bastón, pero todavía era alto y tenía un aspecto fuerte. Su madre aún tenía su pelo rojo, aunque ahora tenía mechas canosas y, para Sofía, todavía parecía la mujer más hermosa del mundo.
Echó a correr sin ni tan solo pensarlo y no le sorprendió ver que Catalina y Lucas corrían con ella. Rodeó a su madre y a su padre con los brazos, y los otros se unieron al abrazo, hasta que parecía que todos ellos eran una gran masa allí, en medio de la calle.
—Os encontramos —dijo, sin apenas creerlo—. Realmente os hemos encontrado.
—Así es, cariño —dijo su madre, abrazándola fuerte—. Y habéis tenido que pasar por muchas cosas para hacerlo.
—¿Lo sabéis? —dijo Sofía, dando un paso atrás.
—Tú no eres la única de la familia que ve cosas —dijo su madre con una sonrisa—. Esto es por lo que dejamos el camino tal y como hicimos por vosotros.
Sofía sintió lo preocupada que esto hizo sentir a Catalina.
—¿Lo visteis todo pero no estuvisteis ahí? —preguntó Catalina.
—Catalina… —empezó a decir Sofía, pero su padre respondió antes de que pudiera continuar.
—Hubiéramos estado allí si hubiéramos podido, Catalina —dijo—. Habéis sufrido, todos, y nosotros hubiéramos parada cada instante de ese sufrimiento si hubiéramos podido. Os hubiéramos traído con nosotros… os hubiéramos ofrecido una vida perfecta si hubiéramos podido.
—¿Por qué no pudisteis? —preguntó Sofía. Pensó en el orfanato y en todo lo que había sucedido tras el ataque a su casa—. ¿Por qué no lo hicisteis, eh?
—Os debemos una explicación —dijo su madre—, y hay cosas que tenemos que contaros, pero no aquí, en la calle. Venid con nosotros, todos.
Ella y su padre los guiaron lejos de la calle, la multitud se apartaba como en señal de respeto, o quizá del modo en que una multitud podría haber mantenido la distancia con alguien enfermo. Sofía y los demás los siguieron hasta una casa grande con tallados en el exterior que parecían formar ondas con la luz del sol. No tenía puerta, como si la gente aquí no temiera la posibilidad de que hubiera ladrones, solo una especie de cortina para parar el viento.
Dentro, sus padres los llevaron hasta una habitación cuyo suelo parecía ser una versión de metal más grande del mapa disco que Sofía y los demás habían seguido para llegar hasta allí. Sus líneas brillaban con cada paso que daban sobre el suelo. En el centro de la habitación había una mesa grande y baja, con unas sillas colocadas alrededor. Había un diván en el que se sentaron juntos su madre y su padre, una silla plegable que Catalina cogió sin pensarlo y un taburete tallado de aspecto extraño al que Lucas miró sonriendo un instante antes de sentarse en él con las piernas cruzadas, y una silla honda que parecía cómoda con una alfombra delante en la que Sienne se enroscó, a la espera de que Sofía también se sentara.
Lo hizo y por la puerta lateral apareció una mujer grande, vestida con la misma ropa radiante, que traía comida y agua. De nuevo, Sofía tenía la sensación de que la comida se había preparado para cada uno de ellos concretamente. Lucas tenía una especie de plato de pescado, Catalina un estofado copioso, Sofía un plato delicado que le recordaba las cosas que preparaban en el palacio de Ashton.
—Parece que nos conocéis mejor que nosotros mismos —dijo Sofía. Le vino un pensamiento horrible—. Esto es real, ¿verdad? ¿No se trata de un delirio mientras estamos todos muriendo en el desierto? ¿No se trata de un nuevo tipo de prueba?
—No es nada de eso —la tranquilizó su madre—. Nosotros ni tan solo os hubiéramos sometido a la primera prueba, si no fuera porque la puerta lo requiere. Nosotros vivimos aquí, pero no controlamos este lugar.
—Nosotros tuvimos que atravesar esa maldita puerta del mismo modo —dijo su padre—. Para mí, el guardián parecía mi viejo tutor, Valensis.
—Nos hizo escoger quién moriría —dijo Catalina.
Su padre asintió.
—La ciudad perdida no admite a aquellos que no pongan el amor en primer lugar.
—Por lo menos no por esa puerta —dijo su madre—. Y os habréis dado cuenta de que vuestro padre ni dice cuánto tiempo estuvimos en esas condenadas prisiones antes de que pudiéramos tomas nuestras propias decisiones. Pero esto no es lo que queréis saber de nosotros. Debemos contaros por qué no vinimos a por vosotros.
—No podíamos —dijo su padre.
—¿Porque la Viuda os hubiera matado si hubierais estado en un lugar? —preguntó Lucas.
—Sí —dijo su madre—, pero no de la manera que vosotros pensáis. Aquella noche… ella hizo que mataran a mucha gente, pero con nosotros nos hizo algo peor. Intentó romper la conexión que nos hace quienes somos. Intentó envenenar nuestra conexión con la tierra. Intentó destruir la cosa que nos hace quienes somos.
—Yo lo he notado —confesó Sofía—. Es como si… todo en la tierra está allí para que yo lo toque, y puedo extraer de ella si me hace falta.
Entonces Catalina se metió en la conversación.
—Siobhan mandó a un viejo hechicero que me enseñara que toda magia va de mover el poder. Este me enseñó a sanar dando poder a la gente, y a matar robándolo. Yo también he sentido esa conexión. Se trata de lo mismo, pero a una escala enorme.
—es lo mismo y no es lo mismo —dijo su padre—. Algunos de los que poseen magia lo comprenden, y otros lo usan para alargar sus vidas. Una vieja criatura como Siobhan tenía poder por eso. Algo como el Maestro de los Cuervos precisamente tiene poder por eso. Tienen sus conexiones: Siobhan a su fuente, el Maestro a sus cuervos. Para nosotros, es diferente: estamos conectados a nuestra tierra y a nuestro pueblo. Nosotros la equilibramos y la tocamos superficialmente, pero debemos ir con cuidado para no coger demasiado de ella, para no dañarla.
Sofía lo había notado cuando había estado conectada a la tierra: había sentido la fragilidad de esas conexiones, y lo fácilmente que podría ser dañada.
—No lo entiendo —dijo Lucas—. ¿Cómo pudo envenenar ese vínculo la Viuda si ella no tenía ninguna magia? ¿Y por qué eso no nos afecta a nosotros?
—Tiene a otro que lo hace por ella —dijo su padre—. Hizo falta mucho tiempo y esfuerzo para capturarlo e intentar hacer que enmendara lo que hizo. Respecto a por qué no os afecta a vosotros, creo que solo iba dirigido a nosotros. Estoy agradecido a todos los antiguos dioses de que no os haya afectado a ninguno de vosotros.
—Eso todavía no explica por qué no vinisteis a por nosotros —dijo Catalina.
—Oh, Catalina, mi querida niña —dijo su madre, se puso de pie y se dirigió hacia Catalina para poderla abrazar—. No podíamos llevaros con nosotros, y después os perdimos por mucho tiempo. Ni tan solo sabíamos dónde estabais escondidos, no después de que vosotros y vuestra niñera no consiguierais llegar hasta los amigos que os tenían que esconder.
—Después de esto, no pudimos volver a mirar —dijo su padre—. Cuanto más lejos estuviéramos de nuestra tierra, más lentamente avanzaba el veneno. Esto nos daba tiempo para buscar un antídoto, pero significaba que no podíamos volver a por vosotras.
—Y había más. Tú has visto el futuro, Sofía. Igual que tú, Lucas. —Lo dijo como una afirmación, no como una pregunta—. Habéis visto cosas que pasarán, pudieron pasar, podrían pasar.
—Siobhan hablaba de posibilidades —dijo Catalina.
Sofía vio que su madre asentía.
—Posibilidades, afectadas por el más mínimo toque —dijo su madre—. Mientras Alfredo y yo discutíamos sobre regresar a por vosotros, yo vi… vi el mundo en ruinas, tierra tras tierra en llamas. Nos vi a nosotros morir incluso antes de encontraros. Cuando decidimos reprimirnos, vi la posibilidad de un regreso a la belleza y a la paz. Te vi a ti, Sofía, y vi más allá de ti…
Sofía tragó saliva al pensar en su hija, Violeta, y en las visiones que había tenido de ella. Ella había visto la posibilidad de una época de paz inigualable, y la posibilidad de algo mucho más oscuro. Había cambiado el nombre que le podría haber puesto a su hija solo para evitar lo segundo. ¿Podía culpar a sus padres por su posición en la balanza del destino?
—¿Y nos abandonasteis? —exigió Catalina, claramente no tan dispuesta a perdonarlo.
—Desearía haber podido estar allí contigo —dijo su madre—. Desearía haberte podido enseñar yo magia en lugar de… bueno, ella. Pero teníamos muy poco tiempo, y no nos atrevíamos a dejar la ciudad…
—¿Para que la Viuda no os encontrara? —preguntó Catalina.
«Intentar evitar una lucha no es cobardía, Catalina» —le mandó Sofía.
«Pues a mí me lo parece» —replicó Catalina.
—No fue cobardía, Catalina —dijo su madre, y Sofía sonrió al pensar que, evidentemente, su madre compartía sus talentos—. Era el único modo en el que podíamos llegar a veros a todos. El disco… la espera… ¿de verdad crees que yo quería hacerlo, en lugar de ir hasta donde estabais y traeros con nosotros?
—Entonces ¿por qué no vinisteis cuando Sofía mandó mensajeros en vuestra búsqueda? —preguntó Catalina—. Lucas sí que vino hasta nosotras.
—No podíamos —dijo su padre—. No podíamos irnos de esta ciudad.
—¿Por qué no? —preguntó Sofía.
—Por el veneno —dijo él—. Estar en un lugar así, apartado del mundo, era la única manera de frenar lo suficiente los efectos como para veros. Era el único modo de poder contaros todas las cosas que necesitabais saber.
Sofía tragó saliva al pensar que sus padres tuvieron que huir no solo del reino, sino del mundo, para sobrevivir. Entonces una de las palabras de su padre se quedó atrapada en su mente.
—Espera, dijiste que estar aquí frenaba el veneno. ¿No lo detenía?
—No, cariño mío —dijo su madre—. El veneno todavía está en nuestro interior, y todavía trabaja para matarnos. Incluso el breve momento de conexión con el mundo a través de la puerta lo aceleró. Desearía… desearía muchas cosas, pero no hay tiempo para ninguna de ellas. Vuestro padre y yo… nos morimos.