En esa mañana, Luisa se despertó embebida de joyas. Con cientos de seres que ella solo había visto en los cuentos de hadas, la rodeaban como una reina. La madre-monte le colocó un collar de flores diciéndole: —Bienvenida, mi niña, Nos sentimos muy emocionados que estés con nosotros; espero que podamos hacer de tu estancia una gran experiencia.
—Supuse que me licuarían para crear nuevas bestias con mis restos—, comentó Luisa sentándose en su cama de hojas, mientras unos nomos llegaron con bandejas llenas de frutas, y la anfitriona le contestó: —Al contrario de lo que dicen los tuyos, nosotros no somos bárbaros y tampoco es de esa manera que se utilizan tus dones; estás muy confundida; el gran maestro te tiene engañada al igual que a los demás.
—Entonces, ¿para qué me quieres? —preguntó Luisa mirando su alrededor, buscando a su espada y la manera de escapar.
La madre-monte le mencionó: —Querida Luisa, Es de esa forma como te llaman; mira, me presento, me llamo Gaya. Aunque en este país me dicen la madre-monte, más no importa cómo me digan, lo que realmente me afecta es que el hombre, en su hambre de controlarlo todo, destruye su entorno. No es algo que les recrimine, pues está en su naturaleza el de sobrevivir sin importar sobre qué les toca pasar. Pero lo que un día sentí que no importaría, ahora se me salió de las manos, por eso necesito soluciones concretas y definitivas.
—Y yo, ¿cómo caso en tus planes?, señora Gaya.
—Luisa querida, es simple; con tus dones, lograremos que este mundo florezca de nuevo, para acabar con las plagas.
—¿Te refieres a los humanos?
—Sí, pero también a sus semejantes y ramificaciones. La verdad, tampoco soporto a los seres de las tinieblas que corrompen todo a su paso, pero vamos al grano, acompáñame—, cogió de la mano a Luisa, levándosela a un rincón donde había varios huevos de distintas formas, y le siguió explicando: —Tu poder no procede de tus líquidos vitales; procede de tu energía, lo que significa que al matarte serías un montón de abono más. Te mostraré, necesito que irradies con tu energía a estos huevos, los hemos recolectado y cuidado durante mucho tiempo, necesitamos que los germines, ellos son de criaturas magníficas extintas hace millones de años, por favor hazlo, te prometo dejarte ir cuando terminemos. Naturalmente, no te aconsejo volver; te perseguirán y terminarás en una hoguera como las de tu clase.
Luisa tocó los huevos tratando de saber qué cosa tenían adentro; tenían diferentes texturas. —Al mal paso hay que darle prisa, —murmuró. Antes de empezar a intentarlo, imaginó dándole su energía como si los calentara.
—Lo estás haciendo mal, veo que nadie te ha sabido enseñar; es lógico, a las de tu clase primero se mataban y luego les hablaban. Tienes que hacerte una con el objeto y cambiar con ello, fusiónate con los huevos, revive y nace, tú puedes hacerlo—, sugirió Gaya, cogiendo sus manos.
Luisa se concentró, abrazando los huevos, imaginándose adentro como un feto, sintiendo los corazones que latían de nuevo, percibiendo calores que emanaban. Visualizó que se estiraba hasta el cielo, rompiendo la bóveda celeste y emergiendo como un géiser, hasta que unos tiernos gruñidos la sacaron del trance y unos lengüetazos pegajosos en su cara. Abrió los ojos, observó unos pequeños ojos tiernos, sobresaltada, movió la cabeza para atrás, el espectáculo que vio la dejó sin aliento, los huevos hicieron eclosión, y los seres que brotaban la miraban creyendo que era su madre. Eran como lagartos; ella le preguntó a Gaya quién sonreía viendo los resultados: —¿Son dinosaurios?
—Algunos sí, otros no tanto, ves que eres magnífica y esta es solo una pequeña cosa que puedes hacer—, contestó Gaya, alzando a uno de esos animales, dándole una señal a unos duendes para que los alimentaran.
Luisa se sintió bien; era satisfactorio crear vidas en lugar de acabarlas. Decidió que sería mejor quedarse en este mundo de paredes verdes. Esta situación la dejó exhausta, sintió que los ojos se le cerraron y entró en un sueño profundo.
Su mamá la jalaba hacia la fortaleza, le mostraba la espada Dármela, le mostró a Luis y a un niño blanco de pelo n***o vestido con una sudadera roja, y también a un hombre grande de espaldas pronunciándole: —Este es tu padre, debes encontrarlo, tienes que ayudarlo, puede que no lo conozcas, pero es que él tampoco sabe que tiene una hija. No escapes al destino, por favor, él se llama…
Y se despertó; con uno de esos reptiles jugando encima de ella, no alcanzó a verle la cara. Enseguida llegaron unos nomos con bandejas de frutas; pero escuchó unos alegatos, fue a ver de qué se trataba y estaban unas criaturas que parecían hombres que enseñaban unos colmillos como espadas; el que estaba adelante parecía el jefe y decía algo como: —Ustedes no pueden contra nosotros, no pretendas que unos hongos con patas tengan oportunidad contra nosotros, que somos los reyes de la noche.
La madre-monte, sin afectarse por sus amenazas, intentaba hacerlo entrar en razón: —tranquilos vampiros, ella no está lista y si lo estuviera, no quiero que se acerque a ustedes.
—¿Qué hablas, Gaya? No te atrevas, la necesitamos—, habló el vampiro. —No demora en aparecer un profeta, un elegido que venga a juzgar el orden establecido o resultante, y es posible que decida extinguirnos o limitarnos, como aquel que nos quitó la posibilidad de ver la luz del sol. Aquel que nos condenó a la penumbra y ahora, sin importar tantas cosas que hemos intentado, tantas empresas de bloqueadores financiadas. Con ella podemos aumentar nuestro poder. Dánosla por las buenas o te la arrancaremos de tus inertes manos verdes.
—Momento, quizás podamos negociar; no olviden que yo fui la que intervine con aquel elegido para que en lugar de eliminarlos los condenara a vivir como los murciélagos que son; dame un tiempo mientras ella aprende a manejar sus poderes.
—No, Gaya, lo que pretendes es tener tiempo para construir un ejército de criaturas; escuche que incluso has contratado y comprado ejércitos humanos.
—Vampiros, no hay un ser que me supere mi desagrado; se creen especiales, los reyes de la existencia, nada más viven para saciar su sed y cuando lo logran, si no son medidos, se desenfrenan. Viven para matar a otros, se consideran la cúspide de la evolución y no son más que unos carroñeros incapaces de escuchar razones, sin capacidad para pensar en lo que les conviene. Ahora vienen a mi casa, tratando de quitarme una de mis posesiones, ofreciendo meras amenazas. Intento ser razonable con ustedes y en respeto a este lugar les doy la oportunidad que se marchen ilesos.
—Madre monte, no te tenemos miedo; destruiremos este sitio, lo reduciremos a polvo; tú serás la que se arrepienta de retarnos.
Y los vampiros se le abalanzaron mordiéndola y arañándola, destruyendo su cuerpo, quedando con astillas polvorientas en sus fauces. Uno de ellos vio a Luisa aventándola: —Miren, ahí está la sacerdotisa, atrápenla.
Como una estampida se acercaba a ella, aterrada, se puso en pose de pelea preparada para defenderse. A su mente llegó la imagen de su espada que estaba atada por unas ramas. Se concentró en la sensación de tenerla en sus manos, el frío de la empuñadura, «Mari», así la había nombrado en honor a su madre; la espada apareció en su mano y con ella frenó la embestida rompiendo colmillos. También de la nada brotaban troncos que los empalaban, y de la tierra surgió de nuevo Gaya, la madre monte, articulando: —Estúpidos, no pueden conmigo, yo soy una fuerza vital de este mundo, no poseo un cuerpo; tengo que crear estos muñecos para comunicarme con los seres extraños como ustedes. Me alegro poder acabar con unos miserables engendros, una asquerosa mezcla de murciélago y hombres, habiendo obtenido lo peor de las dos razas; aunque manche este campo santo, valdrá la pena acabar con su asquerosa estirpe.
—Te equivocas, gaya, no vinimos todos, fuimos precavidos y dejamos muchos refuerzos que tomaran venganza al ver que no aparecemos, quemaran este bosque, tu preciado Edén; sabemos que tu corazón está por aquí escondido en alguna parte; nosotros aquí pereceremos; sin embargo, eso será tu sentencia de muerte.