REZOS Y MASACRES

2157 Words
Cuando anocheció, parecía que lloviera en tejas de zinc, pero el ruido era producido por los aleteos de miles de vampiros, que llegaban para raptar a Luisa con el pretexto de vengar a sus compañeros caídos. —La barrera de árboles y rocas no aguantará mucho, señora Gaya—, advertía el rey GNomo*, preparándose con sus 10 armas y pensando que esta sería su oportunidad para demostrar su valía y la de su pueblo; —ya mis guerreros están preparados, nadie puede contra nosotros. —Bien, rey, recuerda seguir con lo planeado y tú, Luisa, debes de huir. Un grupo te llevará a un lugar seguro por un sistema de túneles. —Para nada, madre Monté, yo soy una guerrera y no fui entrenada para huir. —Luisa, mi niña, a veces toca huir para pelear otro día, cuídate, tú importas mucho. —Su merced importa más que yo, señora Gaya, si esos bichos son tan fuertes como para que te pongas nerviosa, mejor huyamos las dos, vámonos, estos seres no pueden pelear durante el día, hagamos tiempo y los matamos a todos—; Luisa pronunció alzando la enorme espada. —No considero que podamos hacer eso, ellos son miles y muy fuertes, además de listos y tramposos. —Ama Gaya, usted no puede salir de aquí, su corazón se encuentra en esta fortaleza—, proclamó el rey Nomo mirando el piso. —Si eso es cierto, aunque huya en este cuerpo, si encuentran mi corazón, moriré y tal vez con ello toda la flora de la tierra; únicamente nos queda pelear y tratar de aguantar hasta que lleguen los rayos solares o los refuerzos, ¿por cierto, rey, qué pasa con eso? —Mi señora, pues hemos enviado emisarios a donde algunos aliados que no están interesados en su protegida y los que enviamos con oro al reino de los humanos a conseguir mercenarios están desaparecidos. Lo único que nos queda es contar con lo que tenemos y es suficiente; en poco tiempo haremos un sudado de murciélago con los restos—, se agarró la panza, el rey Nomo. La barrera hecha con árboles y enredadera fue desquebrajada, entrando esa bandada de murciélagos, bailando con las lanzas de los pequeños gnomos y arrancando sus cabecitas llenas de valor. Los gnomos se jactaban de ser los mejores guerreros, pero nunca habían tenido una guerra real. Habían enfrentado lobos y otras bestias, que los vencían gracias a la superioridad numérica y a los utensilios rudimentarios. También a muchos humanos de los que se perdían en los bosques, quienes morían creyendo que esos pequeños hombrecillos eran alucinaciones de moribundos. Aunque las catapultas dejaron a algunos murciélagos debajo de las piedras, también algunas alas eran arrancadas por las pequeñas espadas de roca. Ahora los gnomos eran comida, presas de cacería, estorbo y piedras en los zapatos; la verdadera pelea se centraba en Luisa, la Madre-monte Gaya y los vampiros más fuertes, quienes cambiaban de murciélagos a hombres con colmillos de sable y garras de cuchillos. Luisa blandeaba su espada, intentando colocarlos a ralla; los vampiros, en cambio, se movían apenas saliéndose del campo efectivo de la espada y atacándola por la espalda, con la intención de agotar sus energías y su barrera de encantamientos. A la par, la madre-monte les lanzaba rocas afiladas que brotaban del piso y estacas de los árboles. Quiso manifestar enormes manos de rocas, descuidándose, permitiendo que los vampiros la atacaran y le destruyeran ese avatar. Luisa quedó sola, blandiendo su espada, lanzando rayos que sin necesidad de apuntar le daba a alguno de esos monstruos, hasta que una voz retumbando articuló algo como: —Espera, niña, detente, mira esto—; se trataba de otro vampiro quien traía en su mano una enorme piedra multicolor llena de raíces; —Esto es el corazón de Gaya o madre-monte o cualquiera de sus nombres; si lo destruimos ella no podrá constituirse de nuevo. Entrégate y no le haremos daño, o sigue luchando y caerás cansada; de todos modos ya perdiste. Luisa se detuvo sin bajar la espada; es cierto, no podía seguir en ese trajín hasta el amanecer; quizás la única decisión sensata sería entregarse, salvando a Gaya, parando la masacre de gnomos y quizás pelearía otro día o, ¿qué podría esperar a que llegara un salvador, un refuerzo o un milagro? Y entonces ocurrió. —Sabes, Luisa, los vampiros no nos andamos con babosadas, solo mordemos—, y le enterró los colmillos a la piedra rompiéndola en pedazos y ordenó: —Sigan atacando, la quiero viva, aunque no ilesa. De nuevo la atacaban con sevicia, los aleteos le cubrían la poca luz que había y sus espadazos, aunque certeros, no se mostraban suficientes y cada vez aumentaba su lentitud. Pronto caería; podía sentir como incluso sus ojos parecían que se le cerrarían. En ese momento, en lo único que pensó fue en Luis, en que ojalá viniera a salvarla. Por poco se duerme de no ser porque, al apagarse su barrera, los vampiros la comenzaron a golpear con cuidado de no arañarla. Intento gritar pidiendo ayuda a algún caminante que quizás anduviera por allí, y que casualmente un buen samaritano la hubiese podido oír. Cuando llegaba al límite de sus energías y ya no podía tener los ojos abiertos, sucedió la primera parte de su milagro: alcanzó a ver entre parpadeos como unos vampiros salían disparados en pedazos. Buscó la causa y contempló que su salvador era un hombre de mediana estatura, con abundante cabellera y unos ojos brillantes que iluminaban el lugar. Se trataba de El Mohán**; desde pequeña había escuchado su mito; además había otro ser parecido con un sombrero de matas, solo que no tenía pies; con unos muñones se movía ágil, esquivando las garras y los atacaba con una hacha, partiéndolos de un solo golpe y su mirada parecía hacerlos polvo. Este ser era conocido como el Trauco**. Luisa aprovechó que sus atacantes se enfocaban en la nueva amenaza y se levantó para ir a revisar si podía ayudar a reparar el corazón de la madre-monte. Trató de unir los pedazos que chorreaba Salvia. A ese rompecabezas le faltaban piezas por la destripada. Los unió, intentó hacer lo que hizo con los huevos y nada le funcionaba. Se puso a rezar, la mojo con saliva y lágrimas, incluso las piedras se deshacían en sus manos, aumentando su desespero. Una facción de los vampiros se percató de sus actos, encaminándose a frenar sus intenciones. Entonces, en medio del desespero, se cortó la muñeca con un pedazo de un colmillo de un vampiro muerto que aún no se tornaba en ceniza, y brotó su sangre en esas piedras, cerrando los ojos y gritando las oraciones que sabía. Los vampiros se distrajeron con el olor de su alimento natural, provocándoles que sus ansias se desbordaran, volcándose sobre Luisa, quien con sus ojos cerrados no observaba cómo un mar de colmillos se le aproximaban a pesar de que sus dos salvadores aprovechaban este descuido para acabar con cientos; de pronto un brillo brotó de esas piedras y se alzaron, formando un nuevo corazón que se tornó en un torbellino de luz que atrajo muchas piedras y árboles, que formó un gigante del tamaño de una montaña que lanzando puntapiés alejó a los vampiros como si fueran mosquitos, y levantó a Luisa tratando de protegerla de esos cuchillos voladores… —Gracias, Luisa, me has salvado; ojalá lo puedas hacer también con mis gnomos. Me siento radiante, joven, como de quince millones de años—, la Madre Monte le cubrió las heridas con una salvia curativa, intentando calmar el ansia de los atacantes. Aunque Gaya los atacaba con estacas disparadas como un puercoespín y con poderosos ataques de sus enormes extremidades. Ellos de la misma forma tenían un gran blanco a donde atacar, por eso en cuestión de segundos Gaya de nuevo se derrumbaba, dejando su corazón brillante al descubierto. Un vampiro confiado sin ver oposición se dirigió a destruirlo de nuevo. Luisa buscó al Mohán y a su compañía y no los divisó. —¿Tal vez lo habrían eliminado? —pensó, y con dificultad se reincorporó. Su angustia se le subió a niveles críticos. Comenzó a correr; corría como dificultad por sus heridas, empujando a ese vampiro con el hombro, descubriendo lo duros que estos eran. —Me rompió la espalda—, ella reflexionó mientras volvía a caer al suelo. Aunque su acometida le sirvió, pues el vampiro cambiaba su objetivo hacia ella, intentó moverse a rastras de espalda hacia atrás; cuando fue trancada por algo giró la cabeza y se encontraba rodeada de vampiros. Sin escapatoria, necesitaría otro milagro y sucedió, aunque no de la manera que esperaría: las alas de los vampiros y sus capas se prendieron en llamas; esos seres se agarraban el cuello, asfixiándose ellos mismos o desesperados se arañaban los rostros suplicantes. —Mi querida Luisa, te dije que me llamaras si me necesitaras—, intervino una misteriosa voz conocida. —¿Quién eres?¿Déjate ver?¿Quién tiene tanto poder para destruir en segundos a estos poderosos seres? —Me insultas al no recordarme— y apareció como si una impresora 3D lo moldeara, un gran hombre con unos cachos que le agregaban tamaño y espanto. —Don Lucifer, ¿es usted?, —preguntó Luisa, mirándole las enormes alas que lo cubrían como una capa. —Mi querida Luisa, además de bonita, eres muy lista. Parece que te hice un favor. —No, yo no te pedí nada. —Eso no importa; si yo no me decido a intervenir, tú estarías en sus fauces o, peor, te habrían raptado queriendo tus virtudes. —Te agradezco que tomaras esa decisión, ahora, por favor, déjame ir; tengo que ver cómo está la madre-monte. —Ella estará bien—, manifestó Lucifer apareciendo en su mano la gran roca brillante multicolor, —este corazón volverá a germinar y, por tu gracia, tendrá más poder… Eso era lo que ella quería; de pronto esta guerra fue una farsa para que hicieras esto. Es muy raro que ella perdiera contra estos avechuchos; les hubiera enviado una tormenta de ajo azufrado, como yo hice; para eso no se necesita mucho poder, únicamente conocimiento. —No concibo que me engañara. Ella me quería ayudar. —Despierta, Luisa, todos quieren algo de ti. Gaya quería que la potenciaras, los vampiros que los sacaras de las tinieblas, incluso tu amado Luis solo quiere los placeres que puedes darle como mujer, o tu mamá, el cariño y orgullo que dan los hijos. —Si es cierto lo que dices que todos desean, entonces, ¿tú qué quieres? —Mi querida Luisa, yo ya estoy sobre el querer algo o desear, yo solo soy una fuerza del destino; lo único que me importa es el cambio, que no me coja con los pantalones abajo; mis planes se cumplirán a su debido tiempo y de alguna manera, ya que el caos es la naturaleza de todo. —O sea que me puedo ir. —Luisa, perdona mi sintaxis, no distingo si eso fue una afirmación o una pregunta. —Don Lucifer, supongo que si no necesitas nada de mí, me dejarás marcharme. —Supones casi bien, aunque soy una fuerza como la de que por cada acción hay una reacción, así por cada favor mío hay un p**o. —Supongo que mi opción sería negarme y pelear. —No, Luisa, incluso con todas tus fuerzas no me podrías hacer ni un rasguño y te puedes negar, pero nunca más volverías a este reino. —¿Me secuestrarás? —No, Luisa, te llevaré a un tour por mis dominios con solo el boleto de ida; el de regreso deberás ganártelo de una manera justa, pagándome este favor y listo. —Eso no es justo, yo no te pedí favores. —Está bien, tienes razón, te propongo algo, vamos, te muestro lo que requiero que hagas, de esa forma estaremos a mano y te traeré de vuelta sin importar si te niegas. También te puedo ofrecer algo a cambio de ese asunto, tú escogerás y además no estallaré en furia destruyendo esta valiosa piedra. —Está bien, no tengo muchas opciones. El rey demonio movió la cabeza afirmando, y del suelo se abrió un portal en llamas; —Primero, las damas—. Lucifer le hizo la venia, señalando el portal. Luisa entró volteando su cabeza antes de que se cerrara el portal; alcanzó a ver como el corazón de La Madre Monte de nuevo armaba un cuerpo rebosante de flores. *Gnomo; enano fantástico o genio elemental de la tierra, en cuyas entrañas mora junto a los de su misma especie, trabajando en las minas, custodiando los tesoros subterráneos y cuidando de los metales y piedras preciosas. A menudo se le representa barbudo, con constitución rechoncha y con un largo sombreo puntiagudo. **Mitos suramericanos.
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