—No aguanto más, Don Richard; iré por ella.
—Aguarda. Cálmate que ya vamos llegando al punto que quiero que sepas. Recuerdas que había quedado en que el maestro traidor de Francisco, el maestro anciano gordo Michel, con nombre de mujer, el socarrón de Guio y Luisa y familia, descubrieron que la roca debajo del pueblo era metal sagrado. Que al inyectarle energía está brillo en todo ese lugar y que el cielo se oscureció por una nube de lo que parecía ser murciélagos. Además de que algo enorme se aproximaba, ¿recuerdas, Mike?
—Por supuesto que recuerdo, te fuiste al baño y cuando volviste me contaste otra cosa; me dejaste con esa intriga; por favor, continúa que todavía nos queda trago y conciencia.
—Está bien, resulta que el maestro Michel, junto a Guio, porque el traidor de Francisco no aparecía, salieron a enfrentar la amenaza. Se encontraron con dos enormes ojos que eran como dos soles.
—¿Un dragón? —Guio preguntó asustado.
—No, querido alumno, algo peor: ella es Buenizen; dicen que fue una mujer que se convirtió en esa serpiente que crece sin medida, que duerme por años y hasta le crecen árboles encima de ella.
—Maestro, leí que a una anaconda no le entran las balas ni los machetazos; esa debe de ser invencible.
—Presiento, mi querido muchachito, que vamos a averiguarlo.
—Señor, le veo muchas alas pequeñas, ¿seguro que no es un dragón?
—Que no, es ella, ya la había visto, pero no en estas circunstancias; mírala, su cuerpo es enorme, aunque este en ondas llega hasta el horizonte, ¿puedes ver su cola o a dónde termina?
—No, señor, lo que puedo ver es como se acerca abriendo esa gran bocona.
—Eso es, Guio, esa es la solución, las armas son inútiles en su piel, no creo que lo sean en el interior; vamos, joven, lancémonos a su boca, cuidado con sus colmillos venenosos, la destruiremos desde adentro.
Y ambos se arrojaron a su interior, y la gran serpiente cerró su boca satisfecha de haberlos devorado, hasta que su dicha se le volvió retorcijones de panza. Ella se movía creando una estela de destrucción, se quedó quieta tratando de defecarlos, trato de cambiar de tamaño y de forma; fue inútil; el dolor no la dejaba pensar. Se le ocurrió ir hasta un lago a tomar agua o comerse unas vacas. Intento vano de moverse, sentía como dolores de parto. De pronto un rayo de luz salió de su vientre y brotó un río de sangre y luego en su espalda otra, de la angustia, trato de taparlos con su cabeza y solo consiguió morderse e inyectarse el veneno, ayudando a que se quedara en el piso. El maestro y Guio salieron del interior, lavados de líquidos babosos y pegajosos.
—ja-ja-ja Guio, te ves muy chistoso, pareces un niño recién nacido—, bromeó el maestro.
—Ojalá tuviera un espejo para que vieras como pareces un mango chupado—. Guio se defendió.
La serpiente poco a poco se encogió, quedando en su verdadera forma una mujer; Guio la miró y le pareció muy hermosa, tanto como para proponer salvarla.
—No, Guio, esto no es una mujer normal, ella está maldita.
—¿Y no se puede curar esa maldición?
—No soy curandero.
—¿Qué tal que ella sea mi diosa griega?
—No digas estupideces, mejor mira hacia la casa, observa; allí está Francisco, que lucha solo contra esos murciélagos, vamos a ayudarle.
En efectivo, estaba ese traidor de Francisco, repartiendo golpes y rayos, a su vez recibiendo arañazos y mordiscos; Michel y Guio se acercaron a ayudarlo, rompiendo alas y colmillos.
—Estos murciélagos se contemplaban pequeños desde lejos; ahora me parecen que son iguales a Francisco—, Guio formuló asustado.
—Esos son de los llamados vampiros, una r**a de ellos. Estos resisten la luz del sol—, explicó Francisco lazando un rayo.
—¿Los matamos haciendo unas cruces en el suelo?—, les preguntó el iluso de Guio.
—No, eso es misticismo religioso, las cruces no sirven y tampoco nada eclesiástico; lo que tenemos que hacer es romper su corazón, es el único punto débil—, Michel contestó, cortando a uno por la mitad.
—Está complicado, parecen miles—. Guio habla angustiado, atravesando a uno.
—No aguantaremos mucho—, respondió Francisco, jadeando por el agotamiento. —¡Oh no!, se llevan a Mery y los demás.
En efecto, unos vampiros se los llevaban y otros como una nube negra los cubrían a manera de escudo, dificultando su rescate.
—Me imaginé que venían por la piedra—. Michel comentó lanzando rayos de las palmas de las manos: —Pero vinieron por esa familia y se los están llevando a toda costa.
—Es que la energía de la roca, debió de haber roto los conjuros con los que protegí a estas casas—, contestó Guio tratando de darle a los vampiros que se marchaban con Luisa.
—Dejen de enfocarse en ellos—, les ordenó Michel. —Concentrasen en sobrevivir, después buscaremos la forma de recatarlos.
—Sí, cubrámonos las espaldas y destruyamos estos bichos feos—, opinó Francisco, el traidor asqueroso.
—Tengo una idea. —expresó Guio, mientras se dirigió a la roca, inyectándole mucha energía, que hizo que de todo ese lugar brotaran rayos de luz que desorientaron a los vampiros. Esto fue aprovechado para que perforaran muchos corazones de esos monstruos. Para cuando se perdió este factor sorpresa cegador, los que quedaron huyeron despavoridos, y no se vio rastro alguno de los raptados.
—Acudamos, sigamos el rumbo hacia donde los llevaron—, ordenó Michel, muy angustiado, algo que no era fácil de ver.
Siguieron el rumbo sin esperanzas, pues nada se veía, ni un ala, ni un colmillo, ni un grito o un murmullo, solo una columna de fuego que por poco los calcinó, y de la tierra brotó un gran reptil.
—¿Otra vez es esa culebra? —cuestionó Francisco. —Debieron de rematarla.
—No es ella, es algo peor—, sentenció el anciano gordo. —Es un dragón, un dragón de fuego, no podemos contra eso.
—Debe de haber algo que podamos hacer, somos unos de los guerreros más poderosos—. Guio se lanzó, atacando, volando, invocando una lanza de luz.
—¡cuidado! Guio—, advirtió Michel jalando al muchacho. —No podemos hacer nada contra esto, lo único que nos queda es retirarnos y pedir refuerzos.
—Michel tiene razón, aunque nos duela que se las lleven, debemos ir por refuerzos. Aunque de pronto haciendo un esfuerzo venzamos a esta serpiente con agrieras, no sabemos qué está después de eso; mira, me parece que ese es uno de los cuatro elementales; sus hermanos no deben de estar lejos; huyamos mientras podamos y retornemos con refuerzos; de todas maneras cumplimos con la misión que nos encomendó el gran maestro.
—Sí, Francisco tiene razón, es mejor retirarnos que morir en vano, Guio, ve y haz guardia en el metal sagrado, nosotros iremos por tropas, ¡cuidado con esas llamas!, si los tocan, serán destruidos, huyamos por tierra, no podemos en un portal, eso también puede abrirlos, vámonos, después vendremos por ellos con toda la artillería.