—No puedo creer que esa Yuri sea la mía. Mi Yuri no dudaría en dejar a ese narco para venir a buscarme.
—Por supuesto, Mike, ¿si tú lo dices? Eso me recuerda la historia de los tres ciegos que estaban perdidos por el desierto. Contaron con la buena suerte de encontrarse con un camello; uno le asio el cuello y dijo: «es una jirafa», el segundo le cogió una pata contradiciéndolo: «no, es una cebra» y el tercero le palpó la cola diciendo: «están equivocados, es un cerdo gigante». Pudieron haber perdido el tiempo discutiendo sobre la naturaleza del ser; por fortuna optaron por declarar que era algo en lo que podían montar; lo hicieron y quizás salieron de ese desierto.
—Espera, ¿quizás? Eso no es un final y menos para tres ciegos; es muy cruel, insinúas: ¿qué se los comió una momia?
—No, las momias no comen gente, es un final, no tiene que ser como todos los finales, no todos los cuentos pueden terminar en “vivieron felices por siempre”, me parece que ya te lo había dicho. La vida real no es un cuento de hadas, aunque sí está llena de magia; hay milagros por doquier. Tú eres un milagro. Es increíble que exista alguien tan iluso.
—¿iluso? Eso lo serás tú, que te atreves a insultar a un borracho y peor al que te está dando trago, por eso hay muchas riñas en las cantinas; hoy nos partiremos la cara y mañana nos reiremos recordando y pidiendo excusas.
—Entonces mejor discúlpame, saltemos la parte de la riña. Mejor te seguiré con la historia. Te aseguro que se coloca más interesante, sobre todo para ti.
En los cuarteles el ambiente se enrarecía; las órdenes del gran maestro retumbaban en los oídos. Como sería posible que después de haber sido tan apabullados por las criaturas del bosque, el gran maestro proponía seguir como si nada y que compraran esas tierras a los hombres para extraer ese metal con el que serían fabricadas armas mágicas, que se usarían para vengar a los caídos y heridos en ese duro combate. Además, el gran maestro les informó que muy pronto harían un viaje por diferentes planos, diferentes dimensiones, con el objetivo de llegar a un reino secreto, donde reposaba un arma capaz de destruir el universo, la que se trataría de transformar o destruir, aunque sería muy peligroso.
«¿Y si no se logra?», esta y otras preguntas les rondaban a los guerreros. Estos preceptos alimentaban las llamas del complot traicionero de Francisco, quien aún se sentía más miserable al haber perdido a la mujer de la que se había enamorado. Se sentía destruido, abatido; la amargura le carcomía las entrañas; se tuvo que tragar sus lágrimas, llorar en un cuarto secreto; no se podía dar el lujo de que sus partidarios le vieran algo de debilidad. Él debía ser un digno guerrero capaz de reemplazar al gran líder que se había vuelto arrogante y que perdió el rumbo al correr de los años; eso lo veía próximo. Sin embargo, no podía sentir la felicidad que algún día supuso que tendría cuando sus planes cuajaran, pero su llanto no descargaba su tristeza. ¿Qué podría hacer? ¿Venganza?, por supuesto. Se vengaría de lo que la mató, de ese espanto; la cazaría para torturarla y hacerla sufrir hasta destruirla. Algo parecido pensaba Luisa, quien se encontraba sentada contemplando el horizonte cuando se le acercó Luis para decirle lo que estuvo pensando, lo que armó en su mente, anteponiendo respuestas y conjeturas. Iba decidido a que ella sería su novia; su primera novia, después de todo, desde pequeño le había gustado; ella fue su amor de guardería y luego de colegio. Aunque el fantasma del rechazo siempre lo atormentó para confesar su amor, los últimos acontecimientos le dieron el poder de destruir ese límite. Ahora se acercaba a ella con la intención de recibir un sí como de lugar; no aceptaría un no como respuesta. Respiró profundamente y la saludó: —Hola, Luisa, ¿Cómo estás?
—Estoy muy mal, la verdad es que no quiero hablar con nadie—, ella contestó.
Esa respuesta le sacudió el piso a Luis, derrumbando toda su estratagema de palabras, de frases que él creía ingeniosas; recordó que la madre de ella fue devorada por un monstruo en su ausencia. Quizás si él hubiese estado, no hubiese pasado eso. Aunque no, si dos maestros no pudieron, mucho menos un pobre recluta, debería tratar de pensar rápido qué le diría: ojalá fuera bueno hablando con las mujeres como es con la matemática. Entonces dijo lo que se acostumbra a decir en estas situaciones: —Mi sentido pésame, la señora Mery era una excelente persona; es una pérdida lamentable.
—¿Tú no puedes decir eso?Tu familia siempre nos odió porque mis padres tenían problemas con el licor y no la conociste, apenas si cruzaste un par de palabras con ella.
—Si Luisa, tal vez tengas razón, no la conocí bien, pero dicen que “por los frutos los conoceréis”, y conozco lo maravillosa que eres…
—Ya basta, Luis, déjame en paz, mejor vete con Angie, largate que hasta hacen bonita pareja.
—Espera, a mí no me interesa. Angie, me interesa…
—No mientas, respeta mi luto, escuché de varias personas que ustedes se besaron.
—Eso sí sucedió, solo que fue producto de los tragos.
—Esas son excusas, lo hiciste y quién sabe que más.
—De acuerdo, aunque no sé qué me reclamas, si eres la novia de Guio.
—Pues sí, al menos el pobre llegó a ayudarme y casi lo mataron mientras te besuqueabas con la primera que encontraste. Sé que lo de ser la novia de él fue por un momento de tensión, pero quizás deba de darle la oportunidad; es un buen muchacho y no me miente.
—Luisa, como quieras, yo solo quería que supieras que lamento ese hecho de que no estuve a tu lado cuando más lo necesitaste. Juro que buscaré a La Mancarita y la destruiré.
—No, Luis, eso ya lo juré, me voy a entrenar y la desintegraré partícula a partícula.
—Luisa, hablando de eso, escuché que tienes un poder oculto, ¿en qué consiste?
—No lo sé, en el bosque, cuando estaba prisionera, pude escuchar a esas criaturas; les entendí sus gruñidos; dijeron que yo era mágica. Un lobo de esos que son enormes, que se pueden parar en las patas traseras, fue herido de muerte por defender a una loba que también se transformaba en una humana. Lo hirió otro monstruo parecido, aunque parecía un hombre que también rugía.
Ella me dijo que si le salvaba la vida, me ayudaría a escapar. No supe qué hacer, solo tratar de ganar tiempo. Me mordí la lengua, le unté mi saliva-sangre, y rece el Padre Nuestro varias veces. Un brillo brotó de esa cosa, sanando sus heridas; se levantó y todas las bestias se hincaron sorprendidas. Luego llegó un león con cabeza de águila y la cola era una serpiente, que se llevó a la mayoría. Les dijo algo así de que los estaban atacando los cazadores, y se empezaron a escuchar retumbos y alaridos a lo lejos. Aprovechamos esto y huimos.
—Dicen que mejoraste a ese lobo, que ahora se puede transformar en humano a voluntad.
—Si eso sucedió, dicen que puedo curarlos, mejorarlos e incluso crearlos. El gran maestro está reunido para ver qué hace conmigo; supone que soy un gran peligro. Yo le dije que me entrenara para acabar con esas cosas.
—Tal vez deberíamos irnos, tal que ellos decidan que eres un peligro y acuerden eliminarte.
—No estoy de acuerdo, se supone que ellos son los buenos.
—Desde luego, pero a veces hay que hacer sacrificios, Luisa, mejor vámonos, yo te acompañaré. Huyamos a donde no nos puedan encontrar, te prometo que te entrenaré y ambos cazaremos a ese espantajo, vámonos ya.
—No puedo seguir huyendo y menos contigo, mejor quédate con Angie, que está llegando.
La maestra llegó contoneando las caderas como si bailara al caminar, mirando fijamente a Luis, hasta que lo agarró de los cachetes y le acercó la boca besándolo. Él intentó resistirse por la presencia de Luisa, solo que se congeló por los nervios.
—Iluminaos, muchachos, ¿cómo están? Luisa, te tengo una buena noticia, yo seré quien te entrene mientras el consejo decida qué harán contigo; también parece que seré maestra de Luis. Este beso de saludo fue como cuando de pequeña besaba a los árboles imaginando que eran apuestos guerreros.
—¿Y qué me enseñaras? —dijo Luisa, con la garganta atragantada de sentimientos contraídos. —¿A conquistar hombres?, ¿a coquetear?
—Por supuesto que sí, chica, eso es muy necesario, es esencial, puedes ganar o provocar una guerra con una simple mirada. Puedes convencer a un hombre de que te entregue lo que sea con solo una sonrisa; es un arte milenario que ha dado más resultados que las matemáticas; claro que mi madre quiere que te enseñe otras cosas; me envió a que te enseñe resiliencia, o algo así.
—¿Qué es eso, es algo de resistir? —preguntó Luisa.
—¿Qué es la resiliencia? —se rió Angie mirándola.
—Es el proceso de adaptarse bien a la adversidad, a un trauma, tragedia, amenaza o fuentes de tensión significativas, como problemas familiares o de relaciones personales, problemas serios de salud o situaciones estresantes del trabajo o financieras—, comentó el diccionario andante llamado Luis, que era muy bueno en el colegio para todas las materias.
—Será difícil; uno no puede decirle a alguien que olvide o supere las cosas, cuando no es fácil—, mencionó Angie. —Lo que sucede es que una tiene que aprender a vivir con la tragedia. No podemos quedarnos tiradas en el piso llorando; debemos levantarnos y seguir luchando. Toca aprender a superar la perdida, a vivir con ella; es difícil y toma tiempo, pero entre más rápido decidamos seguir delante de la misma forma, nos recobraremos el ritmo. Debemos de ser fuertes, de triunfar; a veces sentimos que es bonito que nos compadezcan, es una horrible ilusión, el pesar que nos tengan, es una degradación; lo que debemos es buscar siempre la manera de lograr que nos admiren. Debemos ser ejemplos buenos y no lastimeros; de lástima están llenos los basureros.
—Y ¿cómo siguió tu madre? —preguntó Luis.
—Tu suegra está mejor; se siente apenada por caer en ese absurdo embrujo—, contestó Angie.
—Yo mejor me voy y dejo a solas a los tortolitos—, dijo Luisa con la sonrisa más fingida del mundo, —no me gusta ser violinista.
—No, amiga-alumna, mejor los invito a comer helado en la mejor heladería del mundo—, propuso Angie. Dando saltos, levantando los brazos, se dispuso a abrir un portal, solo que llegó el Maestro Francisco pregonando: —Señorita Luisa es solicitada en el salón de juntas, donde se van a ejecutar unas sentencias.
—No, ella, no lo acompañará—, manifestó Luis, interponiéndose en su camino.
—No te metas, Luis, yo iré, sin importar lo que sea, afrontaré mi destino y no creo que sea morir en manos de los defensores del bien y si así lo fuera, pues debe ser porque mi existencia causaría más muertes y dolor y eso tampoco me gustaría.