—Déjenme entrar, no se interpongan, yo tengo que salvarla, no se entrometan.
—Luis, no puedes pasar, el consejo está en sesión, no nos obligues a lastimarte—, le advirtió uno de los guardias.
—No les tengo miedo, aquí estoy si quieren uno por uno o todos en gallada.
Y él intentó pasar por la puerta, hasta que los guardias lo tomaron por los hombros, empujándolo unos metros atrás.
—No me detendré hasta salvarla.
—Bien, chico, pues pondrás nuestro desempeño como guardias, vamos, muchacho, ¿qué sabes hacer?, no nos defraudes, no concibo que seas solo boca.
Y Luis se arrojó sobre el que supuso que era el más débil por ser más flaco, lanzándole un gancho embestido en energía; el flaco le agarró el brazo, subiéndoselo y golpeándolo con el hombro en el pecho. Se apalancó, alzándolo para luego bajarlo con furia a su rodilla. Por esto Luis terminó en el piso, de donde con gran dificultad se colocó otra vez de pie. Su dolor era dormido por su propósito; prometió que esta vez no se daría por rendido; y de nuevo se lanzó contra otro guardia, y este quiso solo cogerlo, esquivándole un golpe donde le dio la vuelta, disponiéndose a neutralizarlo, hasta que una gota de sangre le manchó el traje blanco a ese guardia; esto ocasionó que perdiera el control, lo cogió golpes por la espalda hasta que fue detenido por otro guardia. Y Luis por segunda ocasión resultaba en el piso.
—Espera, Herodes, cálmate, solo es una mancha, eso cae con leche—, otro guardia intentó tranquilizarlo.
Ante todo pronóstico, Luis se levantó otra vez insistiendo en traspasar la puerta.
—Muchacho, si sigues en ese plan, lograrás entrar al salón, pero como fantasma—, otro guardia lo amenazó.
—¡No me rendiré mientras la matan! —gritó Luis desesperado.
—¿Qué es ese escándalo? —el maestro Michel salió a preguntar.
—Tranquilo, maestro, es solo este mequetrefe que quería entrar sin permiso—, contestó el guardia flaco.
—Ustedes son complicados, se toman su labor despectivamente—, los regaño Michel, —deberían de haber preguntado a uno de nosotros si él podía entrar.
—Lo siento, cumplíamos órdenes, el gran maestro dijo que nadie podía entrar.
—Ustedes parecen robots sin corazón, se creen dueños de las puertas—, los siguió regañando Michel, —déjenlo entrar, él es mi alumno y es amigo de la que estamos juzgando; déjenlo entrar, ustedes después se la verán conmigo.
Adentro, estábamos los maestros de alto rango deliberando en una mesa de roca.
—Por favor, Michel, acomódate—, ordenó el gran maestro.
—Disculpen, es que no entiendo el motivo por el cual no dejaron entrar a Luis; esto es de su incumbencia.
—Bien, prosigamos—, yo dije muy equivocado. —Se dice que la niña debe de ser sacrificada por el bien de la civilización; no queremos que proliferen llamados monstruos. Excepto por los que se cuelan por dimensiones o son producto de fecundación o germinación según el caso, de todos modos prima el hecho de que nuestra labor principal como guardianes es la de minimizar estas poblaciones a causa de su capacidad de destrucción y exterminio humano, que han colocado en peligro de extinción en otras épocas a la humanidad… Por lo tanto, nosotros en este momento sentenciamos esta condena; la susodicha será desintegrada.
—Yo me opongo—, intercedió Luis.
—Yo también, principalmente yo—, añadió Luisa. —Es injusto que se me condene sin dejarme siquiera defenderme; deben dejarme mi debido derecho a una defensa.
—No, señora, es que esto no es un juicio, no te equivoques, falta que digas que ese será tu abogado—, mencioné señalando a Luis.
—No, señor, es que no me han dejado defenderme, ¿entonces para qué me trajeron?, para ser un borrego en la mesa de sacrificios, aunque desconozco sus métodos, de igual forma mis orígenes, por qué mi madre que en paz descanse y su familia parecían muy normales, algo peleones y gritones, de resto bien.
—De pronto esos dones provienen del lado paterno—; Francisco intervino.
—Yo nunca conocí a mi padre—, interpuso Luisa. —Debe de ser un ser mágico porque desde el día que le hizo esa magia a mi querida madre, él desapareció y nunca lo volvieron a ver.
—Eso no importa, ya está dictada la sentencia, prosigamos, tengo cosas que hacer—. Interrumpió el maestro Cascarrabias.
—No, esperen, ustedes son la cúspide de la sabiduría, piensen una cosa, que tal si mis dones se pueden utilizar en favor de la causa de la luz, colóquenme a prueba, sométanme a los arduos entrenamientos, a las insoportables pruebas, traten de quebrar mi espíritu, por favor, denme una oportunidad, déjenme vivir, les prometo que no fallaré—, Luisa vociferó exasperada.
—Eso podría ser una equivocación, la de darle poder a un ser que puede destruirlo todo, eso es impensable—, complementó otro maestro gordo que no era Michel.
—Aguarden, propongo que yo Luis, el cadete más nuevo, sea su guardián, que no me le despegue y que si veo que se vuelve malvada, yo mismo la mataré.
—Eso no se puede—, expuso el gran maestro. —Aunque Luisa tiene razón, son tiempos oscuros; debemos de emplear todo lo que tenemos a nuestro alcance; es buena idea que tratemos de utilizar su poder en nuestro beneficio.
—¡Alto!, gran maestro, esto se sale de la lógica—, estorbó Francisco. —Ya usted, su eminencia, está cometiendo muchos improperios; al parecer está perdiendo el juicio, ya sea por sus años o por sus reuniones con Lucifer.
—Espera, Francisco, ¿cuestionas mi liderazgo? ¿A qué decisiones te refieres?
—Si lo cuestiono, últimamente nos ha enviado a misiones suicidas como la del bosque. No me convence su plan de aventurarnos por el universo a buscar las llaves para ir a Las Capas. Usted afirma que es para conseguir metal para armas cuando ya tenemos una jugosa cantidad debajo de aquel pueblo, cuando según un rumor se dice que el verdadero motivo es que usted necesita ir a rescatar a su amada.
—Francisco, eres un insolente, colocas en duda mis decisiones, yo soy uno de los fundadores de esta organización, yo te entrené, solo por eso no te destruyo ahora mismo, a no ser que quieras retarme a un combate por el liderazgo, ¿lo quieres hacer?
—No soy rival para usted.
—Pero yo sí—, se levantó el maestro cascarrabias y siguió declarando: —Gran maestro, cuestiono su autoridad, no nos puede enviar a morir cada vez que se le da la gana.
—Bien, Tahúr, acepto tu reto, ¿qué propones?
—Pelearemos según las normas antiguas; duraremos peleando hasta que no muera.
—Sería divertido, todas esas ceremonias, lástima que el tiempo apremia; vamos afuera como en el viejo oeste.
Todos salimos bajo la expectativa de ver pelear al gran maestro, al maestro cascarrabias no, pues nadie lo quería. Le empezó a lanzar golpes al gran maestro y este apenas se cubría; ninguno utilizaba energía o invocaba armas de luz. El cascarrabias le tiró una patada; el gran maestro la eludió, como si lo toreara, hasta que le manifestó: —La verdad, no tengo tiempo para esto—, se le aproximó, colándose entre los golpes como si fuera agua, conectándole un golpe en la quijada que hizo que el maestro Tahúr saliera disparado de sus zapatos, aterrizando sobre una de las marcas que había dejado Luis en su pelea anterior.
—Eso sucede casi siempre en cada reunión—, le susurró Michel a Luis. —Ese cascarrabias se las ingenia para encontrar la manera de hacerse noquear por semanas y no ir a las misiones peligrosas.
El Gran Maestro observó a todos para que callaran debido a que iba a dar un discurso. Dijo algo así: —decreto que Luisa vivirá, entrenará con nosotros y encontraremos la forma de usar su poder, y los que me quieran acompañar a Las Capas lo pueden hacer; los demás se quedarán buscando al elegido y cuidando la tierra, ¿alguien más me cuestiona?
El silencio reinó; incluso Francisco bajó la cabeza. El gran maestro después se dirigió a Luisa, declarándole: —Por favor, querida muchacha, no nos falles, se ciernen múltiples amenazas sobre la existencia del universo; tenemos pocas esperanzas, confió en que seas una de esas. De las esperanzas, no de las desgracias.