—Corran, ya casi llegamos, rápido.
Luisa no entendía; no podía digerir lo sucedido, si en verdad ella era especial, o solo tenía una suerte rara como la de Guio, o tal vez un poderoso ángel de la guarda.
—Pudimos aprovechar que la legión de caballeros está atacando al bosque; me pareció que mataron a uno de los dragones, por eso es tanto el escándalo, vamos, corran—; Paola, gruño, que, aunque estaba transformada en lobo, lograba hacerse entender.
—Me preocupa, ¿lo que pasará con ustedes? —preguntó don Carl.
—Tranquilos, después de esto Estrello y yo nos marcharemos muy lejos.
—Ojalá exista un lugar donde nos podamos amar y que el alfa no nos ponga las garras encima—, aulló Estrello.
—Corramos, no se detengan, algo nos está siguiendo—, ladró Paola y algo se interpuso en su camino.
—¡Esperen!, no puedo dejar que se la lleven—, les cerró el paso, un espanto monstruoso llamado la «Mancarita»*, una mujer con apariencia monstruosa, desgreñada, con largas uñas y pelo, un solo seno en la mitad de su pecho y los pies al revés. Todo su cuerpo estaba cubierto por pelo; era difícil distinguir la forma de su rostro debido a su abundante cabellera. —Ella puede ser nuestra cura.
—Tú no tienes salvación, eres muy despiadada—, rugió Paola, saltando sobre ella, tratando de arrancarle la cabeza de un mordisco, solo que esta la hipnotizó antes de tocarla y le ordenó: —Asesina a tus amigos.
Paola se tumbó en el suelo, intentando pelear contra sus órdenes; lo logró al volverse humana; debe ser porque su cerebro también cambia. La Mancarita gritó produciendo un ruido ensordecedor, y la atacó arañándola.
—Hagamos algo, la va a matar—. Mery se quejó.
Estrello embistió cojeando a ese espanto; trato de morderla y esta lo aventó lejos con un revés de una mano.
—Hagamos algo, no nos podemos quedar de brazos cruzados sin hacer nada—, suscitó angustiado don Carl, a la vez que agarró un palo con el que estoqueó a la mujer peluda. Enseguida su esposa e hijastra también buscaron piedras y palos con los que la atacaron. La bestia de nuevo produjo un espantoso grito que los hizo arrodillarse tapándose los oídos.
—Hoy voy a comer lobos—, manifestó abriendo su bocaza.
—Espera, no te lo permitiré—, era el alfa quien llegaba con otros licántropos de varias especies.
—¿Qué dices? ¿Si tú sabes que la misión es la chica? — La Mancarita berreó.
—Eso no justifica el hecho de que huelo tus garras en mi hija; por poco la liquidas—, y se lanzaron todos los lobos sobre ese espantajo.
—Corran, salvasen, Luisa corre, vete—, ladro Paola al tiempo que luchaba.
Lo hicieron; corrieron bíblicamente, sin mirar a atrás, sin importar los aullidos de dolor y el olor a sangre.
Corrían sintiendo no poder más, viendo como el suelo les coqueteaba ofreciéndoles descanso, lo que se les podía convertir en descalzar por siempre en sus entrañas. Al fin vieron las primeras luces de la ciudad; eso les dio un segundo aire. Ya sentían coronado el rescate, su propio rescate, su huida y delante de ellos llegó de nuevo esa peluda cerrándoles el paso. Ella, la Mancarita, llena de sangre y pelos de lobo, ahora se interponía en su camino y los sentenciaba: —Me los comeré, trituraré sus huesos con mis muelas, ya ni me importa llevar a la chica.
—¿Qué es lo que quieres? —preguntó Mery, la mamá de Luisa.
—Yo no deseo mucho, solo me gusta provocar sufrimiento y de seguro esas criaturas del bosque sufrirán si ella muere.
—Espera, debe de haber una razón por la que solo quieras producir sufrimiento—, mencionó Luisa muy asustada.
—No lo sé, quizás cuando estuve viva me hicieron sufrir mucho y ahora me quiero desquitar con todos.
—Ves, ese es su problema, estás en un ciclo de odio; deberías tomar la decisión de dejarlo—, propuso Luisa, —deberías de tratar de cruzar la puerta al más allá.
—Y tú deberías tomar la decisión de callarte; nada de lo que digas los salvará de que me los coma; si quieren pueden gritar o llorar, eso sí me gustaría.
Se lanzó devorando a la señora Mery, de un solo mordisco, le quitó la mitad del cuerpo, haciendo crujir los huesos en sus poderosos dientes, y luego entró en éxtasis al ver la cara de horror y los gritos de dolor de Luisa y Carl.
Bailó riendo, mostrando en sus fauces restos de la señora y carcajeando, los amenazó: —Tranquilos, pronto se reunirán con ellos y no quiero decir en lo que tú dices que el más allá, a lo que me refiero, es en mi pancita.
Luisa se levantó llena de odio, salto y agarro del cabello al espanto, y un misterioso brillo salió de sus manos, haciendo brillar el cuerpo de la Mancarita.
—¡No!, detente, no quiero cruzar, detente—, y le dio un golpe lanzándola contra el piso; Luisa de nuevo se paró llorando de ira, corrió contra eso y de nuevo la atacó a golpes, a arañazos y puntapiés. El espanto parecía incapaz de defenderse; no era por los débiles golpes; era que su energía producía que su cuerpo se desvaneciera. De seguir en esa cuestión, sería enviada a afrontar su juicio final; tendría que huir. Pero no dirían que la gran Mancarita huyó; eso la atormentaba más que perder su existencia; por el terror que en vez de infligir estaba sufriendo, se le zafó un golpe sin pensarlo y noqueó a Luisa.
Ya parecía que nada se interpondría entre la panza y ellos; Luisa y Carl estarían tan perdidos como su madre y esposa, qué horrible destino terminar devorados por un espanto.
La Mancarita reía de ver su triunfo realizado; se le ocurría que tendría problemas con las criaturas del bosque y con los demás; eso sería algo que enfrentaría a su tiempo. Al menos le quedaría la satisfacción de devorar a estos desafortunados. Se lanzó sobre Luisa apretándola, causando que se escuchara un ruido similar a cuando se rompen las cáscaras de los huevos.
Carl luchaba entre el deseo de salir huyendo o de resistir e intentar derrotar a ese espanto. No podría ser que sus últimos momentos fueran estos. Su vida le pasó por su mente en unos segundos. Se dio cuenta de que estuvo contrastada en una lucha en su interior. Se acordó de cómo su padre le inculcó con mano dura sus preferencias, de cómo lo envió a la escuela militarizada, de cómo lo obligaron a casarse. La forma en la que ocultaron su aventura con su primo, al que enviaron al extranjero a donde nunca pudo verlo, lo último que supo fue que se casó de la misma forma que le tocó, por guardar las apariencias. Aunque sí quiso a Mery, tanto para hacerle nueve hijos, aunque ninguno se parecía a él, igual los quería mucho. No podía dejar que esa cosa también devorara a su hijastra, a la que también quería como una hija. Lucharía como el hombre que su padre quiso que fuera, como lo instruyeron los soldados, excepto su coronel Contento, con ese apellido que lo hacía estarlo. Ese espanto no es nada. Con todo lo que había aguantado, tantas burlas, desprecios, discriminaciones y luchas internas, encontró un pequeño tronco en el cual depositó todo su odio y frustración. Empeñado, atacó al espanto. La Mancarita se carcajeó al sentir ese débil golpe que ni siquiera fue capaz de producir algún ruido y le articuló: —Cálmate, que después de devorarla seguiré contigo.
—¡Ayuda! —Carl gritó a todo pulmón; pensó que fuese posible que alguien en la ciudad lo escuchara, pero sus gritos parecían mudos.
*La Mancarita, también conocida como la chismosa de los campesinos, es una leyenda nacida en los pueblos y veredas de Colombia.
Se le describe como una criatura salvaje y terrible, nunca se le ve por áreas rurales, le teme a animales y personas, pero si alguna de estas personas se llega a topar con ella dejándose hechizar con sus encantos, es posible que nunca más nadie vuelva a saber de ella. Se alimenta de frutas y raíces de los árboles y arbustos; algunas veces por placer come humanos.