Lejos de allí, en las afueras de un castillo medieval, llegaron a ese lugar, guiados por unos péndulos y cristales, que manipulaban Angie y su madre, la de ella, la también bella Yaqui. Ellas dos parecían hermanas. Era complicado escoger entre ser padrastro o suegro. Pero una enorme puerta impedía su acceso.
—Destruyámosla—, dijo Marco. —Chispeando luz de sus manos y ojos.
—No, espera—, fue interrumpido por Luis bajándole las manos, —no es buena opción, o entramos a hurtadillas para buscar esa cosa, o nos anunciamos y evocamos a la diplomacia, a ver si aumentamos la posibilidad de salir con vida y evitamos derramamiento de sangre innecesario.
—Esas opciones son aburridas; la única para con estos criminales es la que les dará mi espada—. Angie alzó a su espada fulgor de fuego, esbozando una sonrisa maliciosa.
—No entiendo por qué la gente le coloca nombre a objetos—, Luis mencionó torciendo la boca. —Yo ni siquiera le coloco nombre a mi mascota.
—O sea, ¿qué a tu perro le dices perro y a tu gato igual? —Yaqui preguntó mirándolo con curiosidad.
—Pues al perro de mi casa le tienen un nombre, al que responde, yo lo llamo con siseo; en cambio, al mendigo gato, le pueden colocar el nombre que sea y solo vendrá cuando quiera, pareciera que el can es la mascota de la familia y la familia es la mascota del gato—, Luis explicó, recordando a su amargada gata, enfadada a razón de que le regalaban a sus hijos. La pobre quería conservarlos a todos, había tenido como cinco partos de cinco o seis gatitos y la crédula andaba molesta por qué no quisieron hacerse cargo de toda esa colonia gatuna. ¿Para qué alguien quería tantos de esos seres?, con uno basta y sobra.
—Bueno, pues anunciémonos, diremos: «hemos venido por la espada Dármela, dámela o tu merecido te daremos»—. Bromeó Marco.
Entretanto, varios hombres armados los esperaban al otro lado del muro, algunos tensos por la recomendación de su jefe, de que les dieran con todo, que no vacilaran, que eran muy peligrosos, y otros confiados porque ampliamente los superaban en número. Mientras afuera, ellos seguían con su charla.
—Eres un gato-fóbico y perro-fóbico—, sonrió Yaqui, —con tal de que no seas mujer-fóbico, no hay problema.
—Me parece que es elurofobia, el odio a los gatos y la cinofobia a los perros—, Marco argumentó con su cara inexpresiva, similar a un muro de contención, —yo considero que lo que tienes es zoofobia.
—No, yo no le temo a nada, tal vez al odontólogo—, argumentó Luis, —lo que sucede es que son animales que sirven para algo y ya, es que hay gente que los quiere humanizar y elevarlos a estatus de hijos.
—Te equivocas, lo que ocurre es que las personas asocian vínculos con lo que es para ellos especial—, añadió Angie. —Para mí, mi espada es muy especial; ya que es una de las pocas armas mágicas que quedan en la tierra y yo no le puse ese nombre, yo en secreto la llamo “mi pequeña llama”.
—Es algo loco, aunque no como los que le colocan ropa a sus mascotas—, suscitó Luis. —Debe de ser humillante para ellos; me imagino que se le deben de burlar sus semejantes.
—¡Vaya!, además de guapo, eres psicólogo animal, me encantaría que me dieras clases privadas—, le sonrió picándole un ojo la muy coqueta de Angie.
—Huy, cálmate, amiga, ¿luego no estabas de luto por tu amado desflorado? —una frase desaforada del guerrero sin tacto de Marco.
—Vamos, chaval, el luto se lleva en el corazón, no en el calzón—. Yaqui interpuso.
—Es muy hermosa su charla, ojalá no fuese a palo seco, —Luis opinó, —considero que es mejor dejarla para otro día y con licor para mojar la palabra. Mejor, encaminemos de entrar a este castillo y salir con esa mentada espada también nombrada.
—Eso es galán, qué fiero y qué decidido, pobres de tus enemigos, menos mal que yo estoy contigo, aunque no como he querido—, Angie versó, intentando no ser tan directa con Luis, quien se dirigió a la puerta de la fortaleza tocando tres veces y con gran diplomacia gritó: —Abran la puerta, venimos en son de paz, solo buscamos un objeto.
Los mercenarios salieron sin mediar palabra disparando sus ametralladoras, algunos saltando hacia el suelo, otros detrás de algún arbusto o una estatua; incluso no faltó el que se cubrió detrás de unas matas o de un espejo.
Yaqui abrió un portal, absorbiendo las balas, mientras que Marco abrió otro que los transportaba al interior del castillo. Justo detrás de los guardias, asustado Luis preguntó: —¿Aniquilaremos por la espalda a esos guardias?, ellos deben de tener familias.
—No, si no es necesario, no somos asesinos—. Marco replicó golpeando a un guardia en la nuca, haciéndole perder el conocimiento.
—Habla por ti—, declaró Angie, desenfundando el fulgor de fuego y saliendo dando volteretas que dejaban una estela de llamas naranja, azul y rojo escarlata. Alcanzo a añadir: —El que se mete a criminal, sabe que terminará mal.
—Sí, así es, no concibo que estos matones sean peritas en dulce. —Converso Yaqui, tal vez para defender a su hija, —no conceptúo que ellos tengan consideración cuando ejecutan a sus enemigos. Esta es una mejor forma de combatir el luto.
Yaqui también se fue corriendo, invocando armas y causando gritos, añadió: —Vamos, mis meros, que no quede títere con cabeza.
—¿Somos los buenos, cierto? —Luis preguntó casi llorando.
—Sí, por supuesto, que sí—, Marco contestó disimulando una cara de terror. —A veces a los buenos también nos toca ensuciarnos las manos.
—Sí, tranquilo, mi socio—, manifiesta Yaqui mientras se acerca lentamente, como modelando, con cara de mucha satisfacción. —Piensa que estos secuaces escogieron esta vida y sabían cuál era su final, es evidente que ellos han provocado mucho sufrimiento y al acabarlos de seguro evitaremos futuras muertes de inocentes.
—Sí, bebe, no hagas un drama—, se escuchó la voz de Angie, aunque no se veía. —Nuestro deber es erradicar el mal de la tierra, sin excepción, sin excluir a nadie—, ella aparece haciendo piruetas por los aires. —es como cuando luchamos contra un bebe demonio, era tan tierno, provocaba consentirlo, tenía tanta dulzura como para matar a muchos y lo hizo; al final me tocó a mí tajar su ternura y esparcir sus pedacitos hermosos por todo aquel lugar.
—Eso no se justifica, yo dije que debíamos de hablar, de ser diplomáticos—. Luis comentó muy furioso.
—Muchacho, lo intentamos, dejamos que hicieras lo de tu diplomacia—, interrumpió Yaqui, —solo que esos c*******s contestaron tus palabras con balas. La decisión fue de ellos; ahora, si quieres hablarles, ve, estoy segura de que ahora sí te escucharán.
—Bueno, ya, como dijo una amiga que quedó embarazada por accidente “a lo hecho, pecho”—. Angie opinó guardando su espada.
—¿Cómo así que quedó embarazada por accidente?— Marco interroga.
—Si iba caminando por la calle, había una cáscara de banano, la pisó, se resbaló y cayó encima de un m*****o masculino—, carcajeó Angie, que se creía la justiciera seductora y comediante.