Las montañas se sacudían; el paisaje se tornaba en un multicolor al surcar rayos, fuego y luces; los gritos de guerra y dolor rompían el silencio. A pesar de que estaban cerca del pueblo, los humanos de ese lugar veían eso como un vendaval, como una tormenta. Esa era una noche muy agitada, teñida de lágrimas. La única que parecía sonreír era ese esperpento llamado «La Mancarita». Estaba haciendo espacio en su barriga para engullirse a don Carl y luego fuese posible que también se engullera a esa joven; o sería mejor a ella porque de seguro sus carnes tiernas tendrían mejor sabor, además que eso garantizaba que no la pudiese dañar cuando recobrara el sentido.
—No te la puedes comer—, gritó don Carl, —ella tiene poderes mágicos, viste que a ese lobo lo revivió y mejoró su aspecto.
—No me importa lo que sucedió, lo único que me interesa es infligir dolor, por eso solo me comeré sus cabezas.
—Alto ahí, Mancarita—, aulló Estrello que llegaba con Paola y otros lobos. —Te haremos pagar por matar al Alfa y a nuestros hermanos.
—Malditos perros, están traicionando a los suyos al preferir a estos humanos.
—Menos ladridos y más mordiscos de espanto.
Los lobos atacaban con toda su ferocidad al espanto sin lograr mayor cosa. Pronto estuvieron malheridos y considerando escapar.
Luisa recobró el sentido y, aún débil, se colocó en pie de lucha al recordar que ese espanto había matado a su madre.
La Mancarita se sintió perdida, lo que causó que gritara con todas sus fuerzas, ensordeciendo a sus enemigos, aunque por fortuna este grito lo escuchó Guio, quien estaba protegiendo la roca mágica. Él corrió, incluso se tropezó una o dos veces; llegó ondeando una enclenque espada de luz, primero se lanzó sobre el lobo estrello y por poco lo partió en dos.
—¡Guio, no! —gritó Luisa. —Los lobos no son enemigos en este momento; esa cosa peluda, si lo es, ataca a ese espanto.
Guio decidió golpear de frente a la Mancarita, invocando una lanza de luz. Esta intentó agredir con sus uñas, y una a una el guerrero Guio las cortó; luego le esquiló el cabello; parecía que le haría un cambio extremo, aunque lo que sucedía es que no lograba asestarle un golpe mortal.
De pronto, una voz retumbo: —Esto no va a ningún lado; me veo obligado a intervenir—, se trataba de un hombre anciano, con un sombrero grande, bien vestido, de rostro opaco y en actitud de observación permanente.
—¿Usted es *el sombreron?, —preguntó don Carl.
—Eso dicen—, contestó ese viejo espanto, bajándose de un caballo n***o que también parecía un perro y que botaba fuego por la boca. —Muy bien bailemos…
El anciano batalló formidable, lanzando un viento muy frío, con el que casi congelaba a sus adversarios. Guio luchaba contra este y los demás contra La Mancarita, que despedazaba uno a uno a los lobos, solo Estrello y Paola le daban batalla; mientras tanto, Luisa y don Carl aprovecharon un descuido para reiniciar su huida.
Aunque, a mitad de camino, Luisa se detuvo diciéndole a su padrastro: —Carl, debemos de volver y ayudarlos, de la misma manera que ellos lo hicieron con nosotros. No podemos huir para siempre, no podemos dejarlos botados.
—No seas boba niña, nos matarán, nosotros no podemos hacer nada.
—Algo haremos, algo que hará la diferencia.
—¿Y si morimos?
—Pues moriremos haciendo lo correcto.
—Seremos valientes y los valientes mueren solo una vez.
—Sí, y los cobardes, muchas, si quieres sigue adelante, huye, yo me devolveré y trataré de vengar a mi madre; después puede que no tenga la oportunidad de encontrar a ese espanto.
Diciendo esto se devolvió mucho rápido que cuando huían, sin percatar que don Carl también la siguió, aunque repitiendo que estaban en un error, que de seguro sería fatal…
Llego y contemplo el paisaje; únicamente Paola se encontraba de pie luchando contra La Mancarita que parecía no sufrir daño; este espanto se regeneraba rápido, y a Guio enfrentándose contra el Sombreron. Luisa recordó la forma en que había conseguido dañarla, así que intentó atacarla por la espalda y a último momento, cuando ya la iba a tocar, esta dio media vuelta y la golpeó sonriendo.
Al ver esto, Estrello reunió sus últimas fuerzas, lanzándose con un mordisco dirigido al cuello del espanto. Este lo sintió venir; es que sus pelos esparcidos por el lugar eran como tentáculos que le avisaban lo que ocurría a su alrededor, así que su ataque también fue inútil. Estrello igualmente fue disparado contra un árbol y cayó inconsciente, medio muerto, transformado en humano.
—Guau, así que la muchacha lo salvó y le dio el don del cambio total, quizás ella nos pueda volver totalmente humanos—, ladro Paola.
Don Carl prefirió atacar por la retaguardia al Sombreron; le dio su mejor golpe que apenas lo sacudió, aunque sirvió para que bajara la guardia y Guio le asestara una serie de golpes, logrando romper su gran sombrero, provocando los gritos de este y de su caballo. Guio con dificultad comprendió que ese era su punto débil y se esforzó para destruir ese ornamento, causando que desaparecieran viejo y mascota.
Parecía que ahora la balanza se inclinaba hacia ellos, lo cual distaba mucho, ya que a La Mancarita aún le quedaban muchos trucos bajo la manga. Guio la atacó con su espada de luz mientras ella lo acosaba con sus largas uñas e intentaba hipnotizarla.
Luisa no perdía el tiempo; intentó volver a curar a Estrello; recordaba que lo untó con sus heridas y rezó varias veces al padre nuestro. Lo volvió a hacer y no funcionaba; el lobo parecía muerto. La angustia la invadió; concluyó que ella no había sido la diferencia; mejor debería de haber huido con su padrastro; quizás se hubiera ido a entrenar más con los de la orden de la luz, con Angie y Yaqui. Lloro, al darse cuenta de que Guio se movía muy torpe y que el espantajo se divertía esquivando sus golpes, como si fuera un niño y no se equivocaba; así era, pues La Mancarita estaba haciendo espacio en sus tripas para devorarlos a todos.
Para sorpresa de todos, por encima del cielo salieron esos ojos amarillos que ya algunos habían visto; eran los de Buinizen, quien parecía haber vuelto. La Mancarita la observó y haciéndole una mirada de desdén le gruñó: —Lárgate, India, que ya tengo todo controlado, estas presas son solo mías.
La gran culebra abrió sus fauces tratando de engullir al espanto. Está muy aterrada, gruñó: —Condenada, yo suponía que estamos del mismo lado—, y dio un grito ensordecedor muy parecido al de un bebé. A todos les tocó nuevamente taparse los oídos y Buinizen cerró los ojos, alejándose al erguirse, evitando ese ruido. El espanto lo aprovechó y huyó del lugar.
Buinizen se transformó en mujer, una bella indígena, confesándoles: —No los atacaré, esta treta ya se está saliendo de control; además, tu Guio evitaste que tu maestro me rematara; considero que en cierta forma te debía la vida de igual forma; ese condenado espanto también me debe unas. Váyanse tranquilos, yo los dejaré ir; en esta ocasión miraré hacia otro lado; la próxima vez no seré tan generosa.
*El Sombrerón es un personaje colombiano que vivió en épocas pretéritas en diferentes pueblos. Era un enigmático hombre que vestía de n***o y se ponía un gran sombrero del mismo color, montaba un brioso caballo también n***o que se confundía con la noche, no hablaba con nadie y a nadie le hacía daño; aparecía y desaparecía como por encanto.