—Cuatro de los mejores cazadores furtivos se adentraban en las espesas montañas cizañadas, buscando un trofeo, al legendario Pie grande, sin saber que sería su última excursión.
—Espera, viejo Richard, te estás saltando pedazos, o ¿cambiaste de historia?
—No es que te quería mostrar un contexto. Es que la Madre-monte coordino un ataque que los guerreros intentaron controlar, provocando muchos muertos y desgaste, de lado a lado. El gran maestro se vio obligado a aplazar su viaje a Las Capas, tanto que se vio obligado a enviar a todo el personal a misiones y a acelerar el proceso de extracción del metal sagrado, empezando a fabricar armas, reactivando los altos hornos y la forja. Él respiraba hondo el olor del metal fundido que le traía viejos recuerdos de cuando fabricaban armamento en grandes cantidades, hasta que un elegido decidió acabar con estas y el metal. Por algún misterio, algunas se salvaron y esa gran piedra se conservó debido a que un antiguo maestro la escondió muy bien, protegiéndola con muchos hechizos.
—¿Por qué el elegido los dejó indefensos?
—No lo hizo, les enseño a invocar armas de luz; tal vez acabó con las armas mágicas debido al daño que hicieron algunos humanos normales al utilizarlas; ¿has escuchado de la Excalibur?
—Sí, por supuesto, viejo Richard, pero tengo una duda, ¿qué o quién es el elegido?
—Mi querido Mike, el elegido, es un profeta que envía El Creador cada generación, es un representante del cielo, es un dios reencarnado que nos sirve de guía; ha habido más elegidos; el anterior cambió los días y de esa forma eliminó a las brujas y sus compadres.
—No te entiendo, viejo Richard, porque con solo eso lo haría. Yo tengo entendido que eso del calendario se originó en un punto aleatorio; eso quiere decir que cualquier día puede ser un número o nombre variable; se diría que el día 1 es el del big bang.
—Puede ser, sin embargo, los hombres organizaron el calendario en 7 días, que coinciden con unos astros, y se dice que ellos rigen esos días, de este modo: lunes-luna, martes-marte, miércoles-mercurio, jueves-júpiter, viernes-venus, sábado-Saturno y domingo el sol, por eso en inglés es Sunday.
—Yo suponía que eso se decía por los dioses romanos, en fin, prosigue.
Él alteró los días, cambiando las radiaciones, y esa era la base del poder de esos seres. Estos utilizaban esas energías, y sin estas les tocó tratar de vivir con los humanos o buscar poderes pactando con seres oscuros.
—Bueno, digamos que entendí, por favor, prosigue con lo de pie grande.
—Listo de acuerdo, ellos estaban convencidos de que eran los cazadores cuando en realidad eran las presas que estaban siendo guiadas a una trampa, las huellas los llevaron a un pequeño lago rodeado de árboles, allí decidieron descansar y tomar agua, se bañaron dejando las armas a la orilla por si algo, jugaron a chispearse sin percatarse que los observaban, salieron del agua para vestirse y continuar con su expedición antes de que el sol se pusiera, salieron riendo el guía más experimentado miraba al suelo evitando algo que le chuzara sus pies descalzos, de pronto en un momento se vio obligado a frenar de golpe al ver adelante suyo unas enormes garras, levanto poco a poco la mirada, subiéndola por esas enormes patas grises peludas, llegando a un vientre desnudo como de gorila y al levantar ar la cabeza para observar la peluda cara de ese simio gris, se rio diciendo: «es pie grande si existe.»
A la vez que se empinó por el asombro, intentó verle los brazos, los cuales sostenía a lo alto empuñado, y en un segundo esta bestia los bajó con furia a manera de martillo, explotando como una sandía al viejo cazador furtivo que no alcanzó a reaccionar.
Debido a esta situación, los otros tres cazadores se desesperaron y corrieron desnudos a buscar sus armas, pero también se estrellaron contra otras paredes de pelo que intentaron golpearlos de la misma forma. Cada uno la esquivó de una manera distinta y buscaron la forma de huir, aunque en cuestión de segundos fueron rodeados por varios de estos iracundos seres que se golpeaban el pecho con ambas manos como si fuera un tambor. Esto se escuchaba como si fueran truenos. Los cazadores decidieron alzar las manos y acurrucarse en señal de rendición; mientras los “pies grandes” se acercaron inflando sus narices al respirar, y como una coreografía de baile, alzaron sus manos alistándolas para pulverizarlos, de no ser por un grito de guerra que rompió el silencio y algunos de los cristales de hielo de la montaña.
—¡Alto! —los pies grandes miraron al cielo, pero el sol les encandeló sus delicadas vistas; solo uno, el más viejo, observó una delicada figura. Estaba seguro de que se trataba de una hembra humana, que caía del cielo como un meteoro cargando una espada que se veía del doble de tamaño que ella, quien aterrizo frenando con su enorme arma en uno de ellos, separando en dos al gigante peludo y perforando la tierra chispeando barro rojo por doquier.
—¡Ríndanse y los mataré!, o era ríndanse y no los mataré, qué pena es que soy nueva—, anunció la guerrera a esos monstruos, quienes reaccionaron con gritos de venganza y saltaban con la intención de aplastarla. Ella extrajo la punta de su espada de la tierra como si fuese de papel; dio varios giros esquivando garras con la gracilidad de una bailarina de ballet, mientras las bestias atacaban sin tregua y consideraban que era suerte que la pequeña guerrera esquivara sus golpes. A uno de ellos confiado se le ocurrió la idea de quitarle esa espada y fue otro que terminó partido en dos. Aunque de otra forma, digamos que al fin se pudo tocar los pies con las garras, algo que su dividida panza nunca se lo había permitido… Este suceso también los dividió a ellos: unos dieron pasos atrás con ganas de esperar una oportunidad para huir o negociar y otros encendidos de furia decidieron luchar contra la delgada mujer. Ella, riendo, se abalanzó contra ellos, agitando su espada, que parecía que soplara un viento que cortaba en pedazos a los pies grandes, como si fuesen galletas; cuando acabó con los atacantes, se quedó inmóvil viendo a los otros.
—¿Qué deseas, bella guerrera? —le preguntó el anciano pie grande, rompiendo la tensión del silencio.
—Quiero que los dejen ir—, ella ordenó sonriendo.
—Eso es injusto, ellos mataron a unos osos, amigos de nosotros, fue por diversión y por usar sus pieles, pues dejaron sus carnes botadas, eso es intolerable, y también querían matarnos, para llevarse nuestros pies. Muchos lo han hecho; menos mal los alcanzamos a interceptar antes de que se puedan marchar. Los humanos son muy peligrosos; razón tiene la Madre-monte en querer acabar con esos—, explicó el jefe de los pies grandes.
—Bueno, don señor, puede que tengas algo de razón, sin embargo, esta es mi misión y no la de hacerte entender; si te opones, mi nueva espada que nombré “Mery” en honor a mi difunta madre se encargará de ustedes.
—De acuerdo, llévatelos, si eso es a lo que has venido.
Los peludos hicieron una especie de calle de honor, por donde los cazadores salieron adelante corriendo despavoridos sin importarles la ropa que los podría salvar del frío. Ella se percató de esto y se la recogió diciendo: —Esperen, se le olvidó su ropa. Les puede dar hipotermia.
Corrió en su búsqueda pasando unos árboles y se asustó cuando los vio hechos pedazos; no alcanzó a voltear cuando recibió varios golpes, arañazos y mordidas, que la tumbaron contra el piso, donde sus atacantes le siguieron administrando una poderosa tunda que compacta el suelo debajo de ella… No se podía quedar allí. Eso le sucedió por confiada. Es cierto que era una novata, aunque había sobrevivido al extenuante entrenamiento de su maestra, así que esa montaña no podía ser su tumba. Recordó a su madre el momento en que ese espanto la devoró. Sintió un calor que la invadía por todo su cuerpo; por eso saltó dando patadas y puños, luchando cuerpo a cuerpo con esos traidores pies grandes. Aunque su barrera de encantamiento ya no aguantaba mucho; inclusive una garra la alcanzó a traspasar hiriéndole un costado. Por eso, mejor decidió correr esquivando a sus enemigos, devolviéndose a buscar su espada que por inexperta la había dejado abandonada en el campo de guerra, un error que Angie le había advertido. Uno de ellos le levantó la espada y con esa misma la atacó. Ella esquivó la estocada, saltando a su cabeza con una poderosa patada, golpeándole los ojos, cegándolo, y aprovechó para arrebatarle la espada con la que lo acuchilló de primeras. Después se dispuso a seguir con los demás como si guadañara un cultivo; y uno a uno cayeron tajados, excepto uno que estaba en un rincón inmóvil, observándose la garra llena de sangre; era aquel que tuvo la suerte de cortarla. Ella lo reconoció corriendo hacia éste, arrastrando la espada a sus espaldas… Saltó lanzándose con todo su poder; la bestia la detuvo con la garra roja. Al tiempo que empezó a crecer aún más, su pelo cambió de gris a un blanco brillante. Sus músculos se hincharon y sus ojos parecían a los de un oso polar. Lanzó a la guerrera contra el piso, intentando aplastarla; ella lo esquivó rodando y luego le acuchilló una pierna, ya que ahora la rodilla le sobrepasaba su cabeza, y el monstruo continuaba creciendo y en pocos segundos era más alto que los árboles del bosque y continuó intentando pisar a la guerrera que desesperada trepó por su espalda pensando en perforarle la garganta. Pero la bestia se sacudía y lograba tumbarla con sus garras y continuaba creciendo sin parar, y para empeorar las cosas, la espada ya no le entraba, ni siquiera le cortaba pelo. Lo único que le quedaba era la opción de huir y pedir ayuda; aunque de seguro la juzgarían de nuevo, debido a que este suceso demostraba que su sangre era en verdad un peligro.
Corrió seguida por la bestia-montaña, miró hacia el horizonte y frenó diciendo: —No, no puedo huir, yo soy el capitán de mi destino, no fracasaré ahora ni nunca, tengo que poder.
Se devolvió viendo los enormes ojos de la bestia, cada uno del tamaño de una casa de un piso; corrió hacia ellos, enterrando la espada en la tierra con la punta hacia arriba; luego saltó lo más alto que pudo, alistando su puño, creando un rayo en su interior. Imaginando que este monstruo era el espanto que mató a su madre. Soltó todo su poder en medio de las cejas de esta bestia y su plan funcionó; la bestia se desplomó, tumbándose sobre la espada, que al entrarle causó un diluvio de sangre; aunque eso no fue suficiente, esta se reincorporó, tapándose con una mano la herida.
—¡No perderé! —la guerrera gritó y de nuevo corrió recuperando su espada, extrayéndosela de las costillas y después con mucho esfuerzo se la enterró en un ojo. La bestia rugió desesperada; ella aprovechó y le atacó el otro ojo cegándolo por completo. Observó un precipicio cercano y lo condujo hacia este, utilizando su ira como un toro. Fue muy difícil; incluso por poco también cayó junto con este monstruo a ese abismo. Cansada, se tumbó de rodillas al filo del abismo para tomar aire por unos momentos, contemplando la victoria sin percatarse de que la enorme bestia sobresalía del abismo, ya de un mayor tamaño y con los ojos recuperados, lanzándole una cachetada con una garra del tamaño de un avión de pasajeros. Ella se petrificó ante esa desalentadora situación; cerró los ojos y no pudo ver cómo unas llamaradas violetas, azules y anaranjadas rasgaban esa garra en pedazos… Al no recibir un ataque, Luisa levantó la cara, viendo cómo esa bestia se llenaba de líneas de fuego multicolor, y los pedazos cayeron por todo el lugar. Observó al cielo y encontró a su maestra Angie que enfundaba a su espada fulgor de fuego, quien la contemplaba con una expresión que mezclaba preocupación, decepción y una especie de satisfacción.