4; ATENDIENDO A LOS PENDIENTES

1134 Words
—Viejo Richard, pero no mes has dicho, le estás dando vuelta a las ramas. —Sí, tal vez me deje llevar de la historia o tal vez quizás sea la bebida, me acuerdo la vez que… — Espera, viejo, atendiendo a los pendientes, dígame en qué me beneficia a mi saber la historia de esta gente, cuando mi problema lo tengo aquí en la realidad. —¿Cómo sabes que es real? ¿Acaso esa historia no puede serlo más que nosotros? ¿Tal vez todos somos creaciones imaginarias? Literal, nuestra existencia es insignificante en este vasto universo y en la gran eternidad, que es como si no fuéramos nada. —Si ve, viejo, ya estás borracho, ¿qué está filosofando? Mejor sígame contando esa historia, que como mi vecina dé al frente, se está colocando más interesante, ojalá tenga dragones, adoro los dragones. —Me parece que sí, aunque yo odio a los dragones, siempre están enojones, pero quien no, debe vivir con gastritis y los labios quemados. —Mi viejo mejor sigue con su historia. —Bien, resulta que Luis empezó a aprender hechizos. —Esperé, viejo Richard, en eso no habías quedado, fue lo del héroe y lo del anciano. —Ah, sí, cierto, pero es que ahí después suceden cosas normales como para no ser contadas. Igual, tú me estás acosando por no llegar a tu punto, así que lo voy a acelerar, aunque te recomiendo que pidas más bebida a domicilio. —Todo bien, que ya pedí, necesito estar bien borracho para ir a donde ese mafioso de pacotilla a rescatar a mi niñita. —Excelente, voy a llegar a ese punto. Entonces el viejo Michel, por el camino, se encontró a Luis, felicitándolo: —Eres tremendo. Muy pocos se enfrentan a eso y sobreviven. Muchacho atesora esas cicatrices, no como heridas sino como medallas. Aunque debes de prepararte, eso ya probo tu carne, así que no se detendrá en venir por el resto. Además, tienes el deber de proteger a Linda, así es, ya la conocí, por eso llegué a ti, siguiendo su cordón rojo, ¡regocijaos! Tú serás su noble caballero, quien la defienda de sus muchos entuertos, doblegando a fieras, esquivando flechas, lanzas, lodo y hasta el poderoso fuego de algún dragón. Luis tomó por loco a ese viejo, lo único que le hallaba sentido fue que conocía a Luisa. Sin embargo, él respetaba a los mayores, así que quiso seguirle la corriente, no en son de burla, sino para no causarle estupores. Así que le formuló la pregunta más obvia: —¿Cómo me preparo? El anciano se echó para atrás de un salto, apretando el puño derecho, apuntando hacia el cielo. Declamo: —Debes aprender a desaprender. Debes saber que nada está seguro y que todo es un proceso. Pues primero gateamos para caminar, al igual que no podemos saberlo todo porque podríamos sucumbir a la confusión. Ahora tal vez se te hará increíble todo lo que puedes presenciar, pero no es nada comparado con lo que ya has visto. No hay poder más grande que el de dar vida, el primer milagro que nos dan es ser concebidos y también paridos. Además de estar conscientes de cosas como estar. Luis estaba con afán de ir a ver a Luisa, así que para no ser grosero con este viejo loco, quiso despedirse con el mayor de las consideraciones. —Señor, me encantaría poder seguir en esta conversación, pero tengo que marcharme… El viejo abrió la mano diciendo: —Espera, sé que no eres consciente de tus talentos, aunque los lleves en la sangre, quizás algún antepasado tuyo los ocultó para proteger a su descendencia o quizás no se los pudo enseñar a sus sucesores, pero tú no tienes opción, muchacho, tu destino es la gloria y tu bandera será el amor por Luisa. Luis, entre asustado, aburrido, afanado y confundido, empezó a marcharse, pero el viejo bajó la mano de golpe, como si soltara un martillo, abriendo un hueco en el suelo del tamaño de una casa, delante del muchacho, que si no frena por reflejo y miedo queda allí enterrado. Sorprendido con la cara pálida y la boca abierta como una caverna, volteó al ver al viejo que sonreía; le mostraba cómo aún soltaba algunos chisporroteos de la palma de la mano, diciéndole. —Como te decía, no todo es lo que parece, ni todo se parece, excepto como dice el gran principio “lo de arriba es igual a lo de abajo”, este golpecito muy pronto será nada con lo que aprenderás a hacer, serás muy poderoso, pero tienes que aprender a hacer lo que te digas sin cuestionarme, ¿lo has oído? Luis aún no lo digería, de pronto sintió cómo el suelo temblaba girando, no aguantó cayendo de espalda en el cráter, todo se oscureció, manoteó como si se pudiese agarrar de algo para evitar dar al fondo del hueco. Cuando su vista se despejó, observó que era cargado por el anciano, aunque debería estar alucinando porque pudo ver que estaban sobre las casas y que avanzaban sin que Michel moviera sus pies. Hacía una puerta de luz que estaba abierta en la mitad del cielo, ¿cómo pudo saber que este anciano se llamaba Michel? Así que antes de cruzar la puerta se desmayó totalmente. Soñó viviendo con Luisa en un castillo rodeado de muchos niños que suponía que eran sus hijos. Sonaba de fondo una música alegre como la que se escucha en diciembre, también olía a muérdago en el aire. Creyendo que es fin de año, se asoma a un balcón a observar los juegos artificiales, solo que al caminar los ladrillos se fueron cayendo uno a uno. Él, preocupado como buen padre, intentó proteger a sus hijos, pero al voltear solo vio sombras y pelos volando. El suelo debajo de él se disuelve, haciéndolo caer en un torbellino verde, n***o y rojo, la música cambia a unas risas macabras y el olor cambia a podredumbre. Cae de golpe en una gran montaña de café y puede visualizar en la cima una estrella blanca que se derrumba sobre él. Solo que dos hermosos ojos lo salvan levantándolo de los brazos, lo dejan en un pedestal para luego seguir al horizonte donde se quedaron fijos. Donde poco a poco aparece un rostro que los complementa. Este rostro es el de Luisa, quien se acerca quedando a unos metros de donde él corre a buscarla. Pero un espejo sale del suelo, abarcando todo el horizonte, bloqueándolo de su amada, en el espejo solo está su reflejo, —Quizás primero que todo me toque vencerme a mí mismo —reflexionó Luis, —después de todo dicen que el mayor enemigo lo tiene uno adentro en sí mismo.
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