─Señorita, Winchester, es hora del recorrido ─anuncia Alfred, sobresaltándome. Poso mis ojos, en los de él. Para colocarme erguida y caminar detrás de su figura, luego de un asentimiento. Él comienza a señalar las lámparas, luces y conectores de electricidad led, junto a los paneles solares que se encuentran alrededor de la mansión, en caso de que la planta eléctrica falle alguna vez. Arrugo mi cejo, cuando nos detenemos en el sótano.
─¿Por qué tanta preocupación por la luz, ocurre algo en la oscuridad de la mansión? ─Inquiero sin tapujos, esperando obtener una respuesta concreta o cuerda. Más a lo que mis pensamientos se remontan en un cuento de la infancia, donde una gran mansión es habitada por un Bestia que odiaba ser vista y era temida ante todos, pero cuidaba una rosa, con su vida, ya que estaba maldito de por vida.
Alfred, sacude sus guantes, luego de mostrarme la caja de luz con sus interruptores.
─No es lo que ocurre, es lo que podría ocasionar la oscuridad en un ser tan fuerte…no es de mi incumbencia, explicar el motivo principal, eso lo sabrás a su debido tiempo, de todas maneras, no temas. Lo estás haciendo bien, has tomado toda la atención de mi señor ─explica rápidamente, subiendo las escaleras para salir del sótano, que está igual de iluminado que cada rincón de la casa. Arrugo mi cejo, ante sus palabras «Pareciera lo contrario, que quiere patearme fuera de su mansión» pienso, suspirando.
─¿Quieres ver el jardín? Luego podrás firmar el contrato ─propone, asiento, dándole una sonrisa apretada.
El jardín victoriano con estatuas de la familia Rumsfeld, se posan esbeltas, llenas de historia a nuestro alrededor. Un indudable paraíso. Tomamos asiento, y mis ojos se colocan en el balcón, donde se asoma la figura del magnate rubio que alborota mi corazón de una manera muy extraña.
─¿Él no sale de la mansión? ─Cuestiono, al no verlo, nunca paseándose por el jardín o fuera de esta.
─Solo sale cada cumpleaños de sus padres difuntos, que en paz descansen…pensarás que está loco, no es así, es una persona fuerte, que está destruida por dentro…por eso el carácter que tiene. Es un buen chico ─menciona Alfred, hablando con cariño de él. Quien se mete de nuevo a la casa, dejo salir un suspiro, ante la curiosidad que va llenándose en mi interior. «¿Qué secretos guardas, Magnate?» Me cuestiono, pestañeando.
─Emana mucha curiosidad ─murmuro, dejando salir un suspiro.
─Creo que deberíamos de entrar ─anuncia Alfred, de repente, levantándose. Alzo mi vista, observando su espalda─. Y recuerde…el gato fue comido por la bestia, ante su curiosidad ─agrega, mirándome por encima de su hombro, abro mis ojos, sorprendida por sus palabras.
Me levanto del asiento de concreto, para seguirle. Dejando atrás el hermoso jardín que nos rodea. Súbitamente, Gato, corre hacia mí a penas entro a la casa. Arrugo mi cejo, inclinándome para acariciarle, y puedo sentir su corazón acelerado.
─¡Alfred! ─Grita con severidad, el Magnate, caminando hacia nosotros con el semblante enojado. Sus pies se detienen de golpe, al posar su vista en Gato.
─¿Qu-qué haces con esa monstruosidad? ¡Aléjate, te podría arañar, quiso atacarme! ─Exclama, abriendo más sus ojos y arqueando sus frondosas cejas. Gato se acuesta en el suelo boca arriba, mostrando su pancita para que la acaricie. Lo hago, sonriéndole al rubio que parece muy perturbado─. Alfred, deshazte de ese animal asqueroso y oscuro, podría crear sombras…y señorita...
─Isabella, me llamo, Isabella. Puede decirme así ─intervengo, colocándome erguida y cruzándome de brazos para encararle con mi mirada ofendida─. Este gato es mío y es inofensivo, debería de revisarse usted, que le ha asustado ─agrego, presintiendo que dormiré en la calle.
Mantenemos las miradas, y sus luceros intensos, me erizan la piel.
─Señorita Winchester, mantenga a su mons…gato, lejos de mí ─amenaza, con el cejo fruncido para darnos la espalda y desaparecer de nuestras vistas, a algún lugar.
Alfred se posa al frente de mí, con una sonrisa apretada. Termino de carcajearme y él lo hace igual, pero me sisea, indicándome que hagamos silencio, colocando uno de sus dedos en sus labios.
─No lo enojemos más, ha estado de mal humor por no poder dormir…y tienes suerte, es raro que no te haya despedido tan pronto ─menciona, llenándome de desconcierto. Parpadeo, y alzo a Gato en mis brazos, esperando que se calme por encontrarse con la bestia de ojos claros…encantadores.
Entramos a lo que parece ser una sala inmensa, con muebles y muy iluminada. Gato, salta de mis brazos al suelo, desapareciendo de mi vista. Mis ojos se impregnan de la elegancia que le da el color dorado y el blanco.
─Este era el lugar favorito de la señora Rumsfeld, solía tomar el té y recibir a sus invitados en este lugar, pasar horas conversando y comiendo macarrones franceses de todos los sabores ─explica, Alfred, invitándome a tomar asiento─. Tu primera tarea, será firmar el contrato de confidencialidad junto al laboral ─agrega, tomo asiento, y él posa en la mesa de té dos tomos de hojas diferentes, con un lapicero dorado.
─¿No le estoy vendiendo mi cuerpo o mi alma al señor Rumsfeld? ─Inquiero, colocando mis pupilas en el semblante de Alfred.
─Le dejaré a solas, para que se tome el tiempo de leer cada cláusula, así podrá firmar con más comodidad y si algo no le parece, podrá indicarme ─comenta, caminando hacia la salida, cerrando las puertas dobles, con su mirada en mí.
Muerdo mi labio, observando los contratos al frente de mí. Estiro mi mano, sosteniendo en mi mano el lapicero dorado, para notar las iniciales de “MR” en él. Tomo una larga respiración, desglosando el primer tomo, para leerlo rápidamente, esperando no conseguir nada alarmante.
─”No hablar sobre las sesiones terapéuticas, si desea, puede hacerlo con el mismo paciente. Solo si es necesario” ─leo en un murmuro. Arrugo mi cejo, leyendo más las raras pautas, donde me indican una vida de encierro, cuando duré cierto tiempo, encarcelada en mi propia casa. Termino de firmar, apartándolas de mí─. Aquí estoy a salvo ─declaro para mí, ante el mínimo pensamiento de los sicarios que me buscan para terminar de solventar la deuda de mis padres y…Stefan. Trago grueso, posando mi mano en el pecho, sintiendo la textura de la venda.
Elevo mis pupilas, observando el alto techo y el lugar tan amplio, que para mi suerte, es así. Mi claustrofobia estará en paz conmigo, en este lugar. Estiro mi brazo, para sostener el otro tomo y leerlo, cuando la puerta se abre de manera súbita, sobresaltando mis nervios ya que la persona que atraviesa las puertas…es el magnate imponente. Me levanto, con inercia «no seas tonta, no es un duque o algo por el estilo» reitero en mis adentros.
─Puede sentarse ─anuncia, cerrando las puertas detrás de él «espera, ¿se quedará conmigo en este lugar?» me cuestiono, arrugando el cejo con confusión, sentándome de nuevo. Él camina, con las manos detrás, entrelazadas en su espalda con un presencia indudable─. Proceda, puedes leer en voz alta, quiero saber que no te incomoda ninguna cláusula y dependerá de cómo lo narres y se escuche el víbrate de su voz ─demanda, llamando mi atención, mi sentidos se alertan, erizando mi piel.
Remojo mis labios, desglosando la primera página, leyendo en mi mente mi nombre junto con mis datos personales que han sido proporcionados a Alfred.
─No la escucho, señorita Winchester─insiste con desdén, asiento, aclarando mi garganta y sus pies se detienen, para observarme imponente.
─”Cumplirá con las tareas nombradas a continuación, sin reproches, repliques o quejas, luego de firmar” ─leo, él me escucha detenidamente, esbozando una sonrisa cuando hago una pausa, ya que el principio ha sido fuerte para solo ser un contrato de trabajo decente─. “recibirá las órdenes del señor, y amo del lugar, que engloban el apoyo en las necesidades de las fobias que serán habladas con anterioridad, él…tendrá el derecho de rescindir de la trabajadora si no cumple con sus expectativas” ─sigo, mi lengua se traba en un instante y él gruñe por eso.
Tomo una bocanada de aire, para proseguir.
─”Limpiar, ordenar, escuchar, hablar, caminar y no apagar las luces serán las obligaciones, siempre y cuando el señor lo necesite” ─Leo, colocando mis ojos en él, quien apoya sus manos del respaldar de uno de los asientos, para entornar sus luceros en mi semblante─. Creo que me quedó claro, que seré una sirvienta ─agrego, dejando salir un resoplido vacilador.
Él chasquea su lengua, negando con la cabeza.
─No serás una sirvienta, serás mi sirvienta, cosa que lo hace más interesante ─insinúa de repente, desconcertándome─. Limpiar solo es cuando me enoje contigo, tu castigo será tan básico que llegarás a odiarlo ─agrega, mis muslos se aprietan ante el tono de su voz «¿Qué clase de hombre es este, si acaso es un hombre de verdad?» me pregunto, alarmándome por su cercanía a mi cuerpo.