Alfred niega con la cabeza, suavizándose las sienes.
─Seguro estás cansada, te llevaré a tu alcoba ─anuncia por lo bajo, caminando hacia una gran escalera. Poso mi mano en la baranda a medida que voy subiendo los escalones, sintiendo la textura fina e inmaculada de esta.
─¿Por qué todas las luces están encendidas? ─Inquiero en un murmuro, observando mi alrededor.
Alfred carraspea, deteniendo sus pies cuando termina de subir la escalera.
─El señor así lo prefiere ─declara sin más, y sin detalles, aflorando más en mi interior la curiosidad.
Él me guía al final del pasillo, empujando una puerta, donde la habitación se encuentra más iluminada y de un color diferente, quizás familia del blanco. Dejo mi bolso en la cama, enorme, casi el triple a la mía; que le faltan cambios por sus resortes. Sin embargo, esta parece muy nueva. Reboto mi cuerpo, lanzándome en ella, para dejar salir una carcajada.
Gato pasa por un costado de Alfred, asustándole. Llegando a la cama, para suavizar el área con sus patitas y acostarse, como si hubiera sido criado para las opulencias.
Alfred aclara su garganta llamando mi atención.
─Si desea, sus maletas pueden ser subidas en la mañana por el personal de limpieza. Su baño se encuentra en esa puerta, donde encontrará todo lo que necesita…Le haré un recorrido en unas horas en toda la mansión…cuando haya horas de claridad, y debería de estar lista para iniciar a las ocho de la mañana. Que descanse, señorita Winchester ─anuncia, asiento, tomando una bocanada de aire.
─Gracias…Alfred ─acoto, él guiña un ojo, saliendo y cerrando la puerta con él.
Termino de lanzar mi espalda en la cama, para sonreír. Al techo.
─Gato, ¿estás feliz? Te noto feliz ─menciono al felino, acariciando su panza. Coloco mis pies de nuevo en el suelo, caminando hacia el baño, para apagar todas las luces de mi habitación. Me acomodo en la cama, sin pensar en más nada que el sueño que me arropa junto con Morfeo y Gato.
Suena de repente, una alarma encima del buró, estiro mi brazo somnoliento para golpearla y que deje de sonar. Estiro mis brazos, percatándome que ya es de día, por la luz que se cuela por el pequeño blanco con puertas corredizas. Bajo de la cama, mirando a Gato.
─Seguramente, querrás tu caja de arena ─comento, arrastrando mis pies hacia el baño, donde encuentro una muda de ropa, que parece ser un uniforme. Que se conforma por un vestido de mangas largas y ancho de color blanco. Arrugo mi cejo, terminando de asearme para colocármelo.
Salgo del baño, mirando el reflejo en el espejo que se posa en una esquina de la habitación. Trato de cubrir lo más que pueda la herida que me causó Stefan, trago grueso, ante el recuerdo del cuchillo en mi clavícula.
─Esto debe de ser una broma ─murmuro, rodando los ojos. Me coloco los converse desgastados, para encaminarme hacia la salida de la habitación. Al abrirla, me sobresalto, cuando me encuentro con dos sujetos, vestidos de blanco.
─Buenos días, señorita. La llevaremos a tomar el desayuno y mi compañero se encargará del aseo de su mascota ─anuncia el sujeto de edad mediana, con cabello castaño y ojos marrones. Asiento, y el otro chico más joven, pasa de mí, entrando a la habitación.
─No es mi mascota, solo para…que quede claro, es de mi familia ─reitero, caminando hacia las escaleras con la mandíbula en alto.
El sujeto se adelanta, guiándome a lo que parece ser el comedor. Abro mis ojos, al ver toda la mesa amplia, llena de comida y muy pintoresca con colores. Separo mis labios y aspiro el aroma tan delicioso que lleva a mi estómago a rugir. Apartan una silla para mí, sentándome. Tomo la servilleta, colocándomela en el cuello.
─¿Hay alguna celebración? ─Cuestiono hacia el sujeto, que llena mi vaso de jugo recién exprimido de naranja.
─¿A qué se refiere, señorita? ─Inquiere, desconcertado.
─Por toda la comida, ¿vendrán más personas a comer? ─Insisto, sin poder creer el banquete que se me presenta.
─El señor está en camino, bajará a las ocho en punto, donde el sol está brillando ─responde, confundiéndome más. Pestañeo, arrugando mi cejo.
─Pero...
Mis palabras son cortadas abruptamente, cuando entra en el lugar, la figura del rubio con ojos muy claros cómo toda su casa. Vestido de blanco y mirándome con prepotencia, toman asiento en el otro extremo de la mesa, lo más alejado de mí.
─La servilleta no va ahí ─señala de repente, con una voz imponente que eriza mi piel. Y sin mirarme, ya que concentra sus pupilas en lo que parece ser el periódico de hoy. Todos comienzan a actuar extraño a su alrededor, vertiéndole café claro para el desayuno y sirviéndole el plato con suficientes frutas. Cuando en la mesa se encuentran; dulces, tocino, panqueques y cosas que me hacen agua en la boca.
Poso mi mano en la servilleta de tela, halándola para quitármela y colocarla en mi regazo, tal y cómo él hizo. En sus comisuras aparece una sonrisa sardónica.
─Buenos días, señor…
─No son tan buenos, come, tenemos cosas que hacer ─interrumpe con desdén, demandándome.
Aprieto mi puño en el cubierto.
─Bestia ─murmuro entre dientes. Sirviéndome panqueques con huevos.
─¿Qué dijo? ─Inquiere, llamando mi atención.
Elevo mis ojos, sintiendo la corriente de su mirada. Mueve su mandíbula, masticando lo que parece ser piña.
─Buen apetito ─suelto, metiéndome a la boca un gran bocado de panqueques con miel de maple y mantequilla. Él carraspea, observándome.
Súbitamente, se levanta, empujando su silla con fuerza y lanza las cosas en su plato.
─Me asqueé ─gruñe, alejándose y caminando con molestia fuera del lugar. Termino de tragar el bocado, sintiendo cómo mis mejillas arden de la vergüenza y cómo mis ojos se escuecen. Limpio mis comisuras, levantándome.
─Señorita Winchester, buenos días ¿A dónde…? ─Inquiere Alfred, apareciendo muy tarde. Ignoro su presencia, caminando detrás de la Bestia prepotente que es el señor Rumsfeld. Los ojos de las personas presentes en la mansión se quedan observándome con extrañeza, como si estuviera haciendo algo fuera de lo normal o parezco un mono, balanceándome en un triciclo. Cualquiera de las dos opciones, me llevan a empujar la puerta que hace unos segundos, él ha cruzado.
Me detengo, cuando él se gira ante mí, mirándome con desconcierto.
─¿Quién te crees para tratar a las personas así? Pude no saber dónde colocarme la servilleta, pero no te da el derecho de tratarme con asco ─suelto, sintiendo a mi pecho subir y bajar con exaspero ante la adrenalina.
Él pasa sus ojos a su alrededor, notando que estamos solos en lo que parece ser una oficina. Sus pies comienzan a avanzar hacia mí, atrayendo mi espalda a la puerta, chocando con ella. Me sobresalto, y él golpea con sus palmas la madera, posándolas a los costados de mi rostro, acorralándome.
─Corderito ─manifiesta, tan sugestivo que mis entrañas se aprietan entre sí. Mi corazón late con fuerza ante la presencia de este sujeto; imponente y hermosa─. Eres eso, y me divertiré cazando tu piel ─agrega, erizando mi piel. Parpadeo, sintiéndome indefensa, como si comenzara a temblar debajo de él.
─Trátame con…respeto ─murmuro, apretando mis manos en puños. Reteniendo mis reflejos de defensa ante él. Noto cómo su cabello algo largo y lacio cae en su frente, de un color dorado, al igual que sus cejas. «¿Cómo un ser tan hermoso podría ser tan malo?» me cuestiono, en un pensamiento.
─Lo hago, ¿no te gustó el banquete que preparé para ti a pesar de que no puedo comer nada de eso? Puedo oler…la maldita miel en tus comisuras y mi ansiedad crece, al querer probarla, saborearla de nuevo en mi lengua ─declara, mis ojos se abren, sorprendidos por sus palabras que rozan de manera indudable la lascivia y su encanto. Levanta una de sus manos, rozando sus nudillos con en un mechón de mi largo cabello castaño.
─Basta ─gruño, apartándole. Mi pecho sube y baja por las ofuscación. Él sonríe, remojando sus labios─. Vine a trabajar y eso haré ─agrego, girándome para sujetar la perilla de la puerta, haciendo ademán de salir.
─Hazlo, de todas maneras, ya estás en la cueva del monstruo ─manifiesta a mi espalda, termino de salir de la habitación, cerrando la puerta detrás de mí. Encontrándome con los luceros de Alfred.
─Señorita…
─Dame cinco minutos, necesito, respirar ─interrumpo con fatiga, subiendo las escaleras, para cruzar el lugar y llegar hasta el pequeño balcón. En él, la brisa palpa mi piel y llena mis pulmones de calma. Vislumbro la vista del enorme jardín, donde se disponen a regarlo y recortar las ramas mal crecidas. Trago con dificultad, y siento a Gato, rozar mi pierna. Percatándome de que le han colocado charolas de comida y su caja de arena. Me inclino, acariciándole la cabeza.
─No sé a dónde nos hemos metido, Gato ─murmuro, suspirando.