Capítulo 08 | Espiando al Magnate |

1471 Words
Bajo la vista rápidamente al contrato en mis manos. Vislumbrando que solo hay dos clausulas más. ─”Nada de contacto s****l; explícito y la relación entre el señor y la trabajadora es netamente laboral” ─leo, deteniendo sus pasos. Dejo salir el aire de mis pulmones en alivio, ya que no seré usada como un objeto s****l en este lugar «algo a mi favor» pienso─. “Si se incumplen alguno de los indicados anteriormente, será anulado inmediatamente” ─añado, terminando de leer. Poso la punta del lapicero en la línea. ─¿Estás segura de querer firmar? ─Cuestiona, llevándome a mirarle con confusión. ─Noto que las dudas provienen de usted y no de mí. Como, señor…lo dijo, solo soy un simple “corderito” inofensivo que viene a trabajar para ganar dinero honrado, el cual necesito ─manifiesto, sus ojos se entornan más, pareciendo oscuros, esos luceros misteriosos. Aclara su garganta, y baja la vista a mis labios para luego bajar más. Arrugando su cejo. ─¿Qué te ocurrió ahí? ─Inquiere sin tapujos. Bajo la vista a lo que ha observado, sin mi permiso. Noto que el vestido queda un poco holgado en los hombros, provocando que se me note la venda con gasa que cubren la herida en forma de “S”, poso mi mano en la tela del vestido, de manera rápida, ocultándola de nuevo. ─No es de su incumbencia ─respondo sin más. Termino de trazar mis firmas en las hojas, para levantarme y salir del lugar que comienza a parecerme más pequeño con él, dentro, ya que suele acaparar gran atención. Camino hacia las puertas, con su mirada en mí, acercándose a los contratos. ─Detente, soy tu señor. Acabas de firmar ─ordena, con un vibrato en su voz que me estremece, rozando lo sugestivo. Mi cuerpo se detiene de golpe «maldición» pienso, apretando mi mandíbula. Giro sobre mis talones, volviendo a observarle─. Además, creo que se te olvidó leer los beneficios, junto al monto ─recalca, arrugo el cejo. ─Sé que será alto el monto, sino, no hubiera aceptado ─menciono con seguridad. Él esboza una sonrisa lasciva, que me coloca de nervios. ─Sí es alto, además de que tendrás seguro de salud, comodidad, comida, p**o de tus estudios y terapia ¿No crees que con todo eso, tengo la incumbencia de saber por qué mi trabajadora tiene una venda en su pecho? Debería de saber si es necesario algún tratamiento, y corroborar con tu seguro de salud, ¿no estoy en lo cierto, señorita Winchester? ─Cuestiona, sorprendiéndome, ante la jugada que está haciendo conmigo. Trago con dificultad, él lanza las hojas en la mesa, sobresaltándome. Pero mis palabras no salen, y mis ojos se escuecen, aprieto mis manos en empuñaduras, sintiendo cómo mis uñas se clavan en mi piel, provocándome la sensación de ardor. ─¿Por qué tan silenciosa, señorita? ─insiste, mi respiración se altera y mi corazón se acelera más. De repente, las puertas se abren a mi espalda, llevándome a girarme. Alfred me observa con desconcierto y mis ojos se inundan de lágrimas al recordar el cuerpo de Stefan presionándose encima de mí. Corro, pasando de él, para subir a mi alcoba. En ella, llego hasta el balcón, tomando largas y contenidas bocanadas de aire, esperando eso calme a mi pronto ataque de ansiedad. Barro las lágrimas que se han colado, haciéndome parecer una cobarde y estúpida chica. ─Señorita… ─anuncia, Alfred, luego de unos golpeteos en el marco de la puerta abierta. Me giro, encarándole. ─Lo sé, solo necesitaba un poco de aire…ya volveré con el señor y amo de todo el universo ─farfullo con sarcasmo, provocándole una sonrisa. Niega con la cabeza, mirándome con pena. ─¿Podría aconsejarle? ─Pregunta, asiento, aspirando por mi nariz la mucosidad que se empezaba a formar. Mientras que la brisa mueve mi cabello suelto y mi vestido─. No le dé peleas ganadas al señor, le gusta colocar a las personas hasta su límite, esperando que exploten ante él o huyan, llenando más su ego. Si realmente deseas estar aquí, puedes intentar…controlar las situaciones que se presenten, siempre velando por ti. El señor es un buen sujeto, pero está lleno de oscuridad por más que esté rodeado de la luz…es más débil de lo que parece ─habla, sorprendiéndome, mi entrecejo se aprieta al no entender por qué él me está diciendo todo esto. ─Tampoco estoy muy iluminada por dentro, por eso decido huir antes de quebrarme y que las demás personas lo vean ─declaro, él asiente. ─Lo noté desde que vi tus ojos, eres una chica dulce, pero cuando hablas es como si hablara con alguien…que ha pasado por mucho, así es el señor ─dice, ruedo mis ojos, ante las palabras que me insinúa, pero termina diciéndome nada─. Tiene el poder de irse, nadie la detendrá ─agrega, haciendo ademán de irse, camina hacia la salida y entrelazo mis manos, moviéndolas con vergüenza. ─Gracias, Alfred ─murmuro, él se gira, dándome una sonrisa, para terminar de salir. Dejo salir el aire de mis pulmones, relajando mis músculos que se comenzaban a tensar. Observo las maletas a un costado de la puerta, y decido desempacar más tarde. Me armo de valentía, para encarar de nuevo los ojos claros de la bestia. Bajo las escaleras, chocando con mi mirada la figura del magnate. Quien coloca mi cuerpo de nervios. Entorna sus ojos en mí. ─¿Desea salir al jardín? ─Cuestiono, remojando mis labios. Sus ojos se posan en los de Alfred. ─Señor, si no desea… ─Está bien, podemos ir al jardín, para un poco de…aire ─interrumpe, el magnate, levantando su mano. Sus nudillos enrojecidos me llaman de nuevo la atención. Alfred, le mira con asombro. Esbozo una sonrisa, asintiendo. Para adelantarme a la salida. Detengo mis pies, cuando el sol se posa en mi piel, girándome para encontrarme con un magnate paralizado en la entrada. Arrugo mi cejo, vislumbrando mi miedo en su semblante, ese que viví durante un lapso corto y doloroso. ─¿Está…? ─¡Yo puedo! ─Exclama, interrumpiéndome, abriendo sus ojos en mí y apretando sus labios en un fruncido de pavor. Su pecho sube y baja, como si hubiera corrido una maratón. Al notar la punta de sus orejas de color rojo, decido dar un paso adelante y poso mi mano en su antebrazo. ─Sería mejor tomar té mientras hablamos, es lo que suele ayu… ¿te parece? ─Cuestiono, evitando decirle de más, él deja salir el aire de sus pulmones, resoplando para encararme con decepción. Él sacude su brazo, apartando mi mano con desdén, para arrastrar su mirada de mí y caminar hacia los adentros de la casa. Mi corazón de manera extraña, late con fuerza y en mi palma se sienten cosquillas. ─Señorita...es mejor que le dé espacio, no está acostumbrado a que otras personas, a parte de mí, le observen cuando está pasando por un episodio ─menciona Alfred. ─Se va a tener que acostumbrar, seré su sombra ─declaro, negando con mi cabeza para seguirle en la dirección que ha ido. El magnate entra en lo que parece ser, el gimnasio de la casa. Mi corazón late con fuerza, cuando comienza a quitarse la camisa, mostrando su torso musculado y tonificado. Muerdo mi labio, al notar su espalda ancha. Trato de pisar de manera sigilosa, para que no se percate de que le estoy observando de forma indebida. Él decide no toma unos guantes para proteger sus manos, y comienza a golpear con exaspero, la bolsa de boxeo de color blanco que cuelga del techo. Mi respiración se desnivela, al vislumbrar su piel brillando con el sudor. Aprieto con mis manos el bordillo de mi vestido, juntando mis piernas al sentir una sensación inexplicable. «¿Qué es todo esto? Él emana una atmosfera animal y lasciva que me obsesiona con su apariencia» pienso, encendiendo mis mejillas en un calor excitante. Separo mis labios, para dejar salir un suspiro y bajo la vista a su espalda baja, recorriendo su cuerpo, para encontrarme con una cicatriz notoria que llama la atención en toda su espalda. De repente, él detiene sus puños, mirando al frente de él. Arrugo mi cejo, sintiendo una corriente muy grande, cuando conecto sus luceros con los míos en el reflejo del espejo, que había pasado desapercibido para mí. Doy un paso atrás, ocultándome, pero mi corazón palpita en mi boca. Hago ademán de correr, lejos del lugar, pero una mano sujeta con fuerza mi muñeca, halándome de regreso. El magnate me atrae a su dirección, llevando mi espalda chocar con la pared del interior del gimnasio. Sus ojos se posan en los míos y su respiración caliente palpa mis labios. Mis manos tiemblan y quiero llorar de pánico cuando su semblante se denota molesto. ─¿Estás espiándome, corderito? ─Inquiere en un gruñido que vibra en mi interior, con insinuación.
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