2. Karin-2

2029 Words
Imagínate el restaurante más exquisito y vibrante que puedas. Acondicionamientos únicos y de alta calidad construidos con madera de pino recuperada, obras de artistas locales en todas las paredes, menús dorados en relieve, una cocina al fondo lo suficientemente abierta como para permitir que los ricos aromas de la carne quemada y las cebollas salteadas llenen el espacio. Un restaurante que asalta todos los sentidos con delicias, tacto, vista, olfato. Un menú rotativo de ingredientes de temporada y los cortes más frescos. Sopas abundantes y sabrosas donde un puñado de sabores perfectamente maridados luchan por la prominencia en tu boca, filetes a la pimienta que explota en tu lengua, chuletas de cordero a la menta tan tiernas y aromáticas que sientes como si las estuvieras soñando. Ahora imagínate el elegante diseño de la cabina de ese restaurante, situado en medio de la nada al final de un largo y sinuoso camino de tierra en Idaho. Justo al lado de una carretera principal que tiene cuatro restaurantes de comida rápida. Invisible por millas, de modo que ni siquiera los locales lo encontrarían a menos que conectaran exactamente el GPS. Piensa en quién sería tan ingenuo como para poner ese restaurante allí. Bueno... yo. Para ser justos, era el único lugar que podía permitirme después de gastar tanto en el restaurante en sí. Me imaginé que la gente peregrinaría allí una vez que se supiera lo increíble que era. Pero ni siquiera los críticos gastronómicos podían molestarse en ir a verla. Teníamos algunos clientes leales, ya que la mayoría de la gente sólo necesitaba visitarnos una vez antes de que se convirtieran en clientes habituales, y mi hermana Teri y su marido se aseguraban de visitarnos al menos dos veces por semana con sus amigos y colegas, pero aún así no era suficiente para mantener el negocio en marcha. No ayudó que mantuviera la comida barata, tratando tercamente de probar que la buena comida no tenía que ser exclusivamente cara, que por el precio de una hamburguesa procesada se podía comer algo dos veces más fresco, dos veces más saludable y diez veces más sabroso. Sin embargo, principios tan fuertes pueden ser difíciles de llevar. Al final del segundo mes había tanta comida sobrante cada día que incluso el personal no quería llevarse más a casa. Para el día cuarto del tercer mes, tuve que decidir si pagar a los proveedores o a los camareros. Cuando el jefe y el ayudante de chef me dijeron que trabajarían gratis si les decía que creía que podía darle la vuelta a toda la situación, supe que no podía mentirles. Cerramos el lugar al día siguiente, y sentí que una parte de mí había sido cortada, dejando atrás a otra mujer de mas de veinte años sin trabajo y con mal crédito, y pensé que yo no estaba hecha para este negocio. Todo esto dejó una cicatriz que ni siquiera semanas de tristeza se acercaban a sanar. Tuve que hacer surf en el sofá de mi hermana mientras pensaba en mi próxima mudanza, y la enorme deuda de mi educación culinaria me pesaba como una bolsa de piedras. No me ayudó el hecho de que mi novio de entonces, Elvis, decidiera que un día después del cierre era su señal para enviarme un mensaje de ruptura. En retrospectiva, probablemente fue una bendición disfrazada, estaba claro que Elvis básicamente me veía como un boleto de comida, y que lo que yo pensaba que era amor era en realidad sólo el consuelo de tener a alguien cerca, aunque él ni siquiera podía proporcionar eso al final. Es difícil no definirse como un fracaso después de todo eso. Empecé a preguntarme si realmente era otra chef promedio que necesitaba una autoridad que la guiara. Pensé que tal vez mis ideales y ambiciones debían mantenerse en una línea por debajo de lo excelente. Recuerdo haber visto un anuncio de un cocinero de frituras en un restaurante de carne barata y haberlo considerado, luego llorar a mares una vez que me di cuenta de lo desesperada que estaba. Sentí que todo mi plan de vida había estallado en mil pedazos, dejándome sin nada. Fue Adriel quien me convenció para que me mudara a Los Ángeles. Nos conocimos mientras estudiábamos con Guillhaume de Lacompte en Francia. Como los únicos dos estadounidenses nos aferramos el uno al otro para apoyarnos mientras el malhumorado francés se enfurecía y criticaba a sus estudiantes en lo que se parecía más a un campo de entrenamiento para la guerra nuclear que a un prestigioso curso de cocina gourmet. Durante cada lección nos acercábamos a las estaciones con el temor de una desactivación de bomba. Deberíamos haber sabido que iba a ser casi traumático cuando Guillhaume nos lo dijo por primera vez: —La comida no es una cuestión de vida o muerte. Es más importante. De regreso a los Estados Unidos, mientras yo pasaba un año preparando el fracaso más ambicioso de la industria culinaria en la historia de Idaho, Adriel trabajó en Los Ángeles. en algunos de los restaurantes más populares, alternando entre ellos y subiendo la escalera con la aptitud mercenaria de un pistolero a sueldo. —Escucha—, me había dicho por teléfono, pocos días después del cierre de mi restaurante y mientras estaba enrollada en una manta sin saber si me volvería a mover de allí, —Ven a Los Ángeles. Los chefs no pueden dar diez pasos sin que les ofrezcan un trabajo. Paga tus deudas, haz uso de los talentos que Dios te ha dado y luego averigua qué quieres hacer con el resto de tu vida. —No lo sé, Adriel... —¿De qué tienes miedo? ¿Tomar el sol? ¿Trabajar con los mejores chefs en los mejores lugares? ¿Servir comida a celebridades, actores y cantantes? ¿Las buenas propinas? ¿Los hombres guapos? Tienes razón, suena aterrador. —Los hombres son lo último en lo que pienso ahora. Como.... la última cosa en la lista de lo que me interesa. —Lo entiendo. Eres una chica de campo, odias la ciudad. Quieres girar por los prados como Julie Andrews todas las mañanas, y algún día lo harás, estoy seguro. Pero si quieres hacer algo por ti misma, tienes que ir a la ciudad, es donde debes estar ahora. Sus palabras habían pasado por mi mente durante días, dejando un amargo sabor que sólo podía limpiar admitiendo que probablemente eran ciertas. Finalmente me di cuenta de que no me quedaba nada que perder, pero el poco de orgullo al que me aferraba seguía siendo como un consolador. Así que empaqué algo de ropa, libros y todas mis ansiedades, luego me fui de mi polvoriento pueblo natal para siempre. Pero mientras conducía hacia la ciudad, sentí más como si estuviera dejando todos mis sueños sin realizar que dirigiéndome hacia ellos de nuevo. Luchando y a punto de conseguir suprimir la sensación de que me dirigía a otro desastre personal, estaba en camino a Los Ángeles. Y solo me quedaba esperar lo mejor. Sin embargo, el Karma decidió empezar a cobrarse cuando llegué. A los pocos días encontré un gran apartamento con una impresionante compañera de cuarto instructora de fitness llamada Raquel. Adriel me hizo tomar turnos abiertos en el lugar de sushi en el que trabajaba, y después de sólo un par de meses conseguí una entrevista en el lugar más activo de la ciudad: ‘Cuchillo’. No esperaba conseguirlo, siendo una de las candidatas más inexpertas, pero resultó ser más una prueba de cocina que una entrevista formal, y eso me dio el puesto. Colby, el gerente que estaba cuidando el lugar mientras el dueño instalaba su nuevo local en Las Vegas, dijo que no volvería pronto. Eso fue hace poco más de una semana, y las cosas no podían haber ido mejor... hasta hace unos veinte minutos cuando decidí estropearlo todo porque no le pregunté a nadie en la cocina si teníamos tomillo común. Así que aquí estoy. Golpeándome en la cara. Tocando fondo nuevamente cuando ni siquiera había comenzado a extender las alas. Estoy abriendo la puerta de mi apartamento, luchando por no llorar en caso de que no pueda parar. Raquel está sentada en el sofá viendo la televisión, sus largas y poderosas piernas apoyadas están en la mesa de café. Ella vuelve los ojos marrones en mi dirección cuando entro, y con el tipo de percepción que sólo alguien que realmente se preocupa puede mostrar, pregunta: —¿Pasa algo malo? Ni siquiera son las diez. Pensé que ibas a terminar después de medianoche. —Yo también—, le digo, dejándome caer en el asiento a su lado. Ella mantiene los ojos fijos en mí, y sé que quiere toda la historia. Raquel solía ser una luchadora de la MMA, así que es buena mirando a la gente hasta obtener respuesta. —Dilo. Respiro profundamente. —Acabo de arruinar el trabajo en ‘Cuchillo’. —¿Qué?— Raquel se espanta, sacando las piernas de la mesa y mirándome directamente, tonificando los músculos que se retuercen en mi dirección. —¿Cómo? Todo iba tan bien. Me froto los ojos y suspiro mientras repaso la escena —Usé un ingrediente ligeramente diferente para las papas que aparecen en el menú. Era la primera vez que lo hacía, y el noventa y nueve por ciento de la gente ni siquiera hubiera podido notar la diferencia....así que, con mi suerte, el plato fue para el único tipo que podía haberlo distinguido. —¿Quién? —Darius Lancaster. El dueño. Mi jefe. Raquel respira a través de sus dientes, y pone una mano en mi brazo. Puedo decir que ya está pensando en cómo suavizar el golpe. —Así que... ¿te despidió? ¿Así de fácil? Quiero decir, sé que se supone que es un imbécil, pero… —No le di la oportunidad. Una vez que empezó a gritar, me fui— —Karin...— Raquel dice, moviendo la cabeza. —¿Qué se supone que tenía que hacer?— Le pregunté, la frustración y la ira hacia mí misma se filtra en mi tono defensivo. —¿Simplemente quedarme ahí parada y dejar que me avergonzara con sus gritos? —Vamos—, dice ella, su tono suave pero firme. —No deberías haberte ido así. Puede que no te haya despedido. —No, él lo habría hecho—, le aseguro, sacudiendo la cabeza con firmeza. —No es que no lo haya visto despedir a alguien antes. Reconocí la mirada en su cara. Estaba enojado, y no me estaba dando una segunda oportunidad. Sólo quise salvar mi orgullo. Ella suspira e inclina la cabeza, decepcionada, con las trenzas cayendo por encima del hombro. —¿Realmente te despediría por eso? ¿Un ingrediente de docenas de cien platos? Podrías haber explicado que fue un error, que no volvería a ocurrir. Seguramente lo entendería. —No, no lo entiendes. Todo el asunto de Darius es que es preciso, meticuloso. Sus recetas son como pinturas, cada pincelada importa. Para que yo pueda tirar algo más ahí dentro... Me detengo a dejar caer mi cabeza en mis manos, mi propia estupidez sonando aún más ridícula cuando me veo forzada a articular en voz alta. Raquel extiende la mano y me frota la espalda. —Lo que sea—, dice, con una voz tan suave y tranquilizadora como el aloe. —Todo saldrá bien. Los Ángeles está lleno de restaurantes. —Y todos ellos están a un paso de ese—, digo yo. —No es como si pudiera quedarme mucho más tiempo. Todavía estoy pagando mis deudas, y ni siquiera estoy segura de haber pagado el alquiler este mes. —Deja todo eso para la mañana—, me calma mi amiga y se pone de pie con un repentino estallido de vitalidad y un entusiasta tono en su voz. —Mira, la noche aún es joven. Vamos a tomar un par de copas, quizá demasiadas. Mi primera clase es mañana por la tarde. Nos vestiremos, podríamos bailar un poco—, levanta su cejas, moviendo las caderas, —Y te garantizo que todo parecerá mucho menos que el fin del mundo cuando te despiertes con resaca. La miro, forzando una sonrisa para mostrar lo mucho que lo aprecio. —Gracias, pero... no tengo ganas de salir. Todo lo que quiero hacer ahora, es un lote gigantesco de los brownies más azucarados, achocolatados, y deliciosos que pueda preparar y comérmelos hasta quedar en coma de azúcar. Raquel levanta una ceja maliciosamente cuando lo considera, y casi puedo oír su estómago gruñir. —Bueno. Eso funciona para mí.
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