—Aquí comandante Wood —habló Raquiel al walkie talkie que lo mantenía en contacto con Dylan —. Estamos a 200 metros. —¿Qué tal el ambiente? —preguntó Dylan desde su improvisada oficina en el vagón del metro. Raquiel, en la puerta del helicóptero militar, observaba a un Brooklyn en ruinas. Calles y edificios en llamas. Como si fuera una de las tantas películas apocalípticas que mostraban a Nueva York convertida en un infierno. Raquiel desde pequeño se había preguntado por qué siempre escogían a su ciudad como el escenario de las peores catástrofes que los guionistas y directores de cine se ideaban. Ahora, eso era real. —Hay al menos 50 infectados rodeando el edificio —comentó Vlad a su lado, observando a través del lente del rifle militar que tenía en las manos —, y creo que vienen m