ROSAS, ALMIZCLE Y JAZMINES

1048 Words
Evocar la imagen de mis padres ese fatídico día, de sus rostros antes de morir, de la fina capa de escarcha que nublaba la ventana de la reducida habitación, ya era un hábito inconsciente. Es increíble, cómo en cualquier momento, y no una, sino en reiteradas ocasiones, encontraba la ocasión perfecta para revivir esas escenas, para lograr que me sienta más miserable que de costumbre. Rememoro con nitidez sus voces débiles, sus miradas afligidas y agotadas, sus cuerpos llenos de heridas, conectados a sueros, respiradores, y demás máquinas que prolongaban su agonía, demorando su partida. Visualizo el rostro de mi padre, cansado ya de tanto sufrimiento… Percibo en mis dedos el tacto suave del cabello rubio de mi madre, largo y ondulado, que hacia el final se tornó en una cascada blanca, fría y delicada, como la nieve que caía esa invernal mañana. Y ahí, además, está mi abuela, desconsolada, al ver a su dulce y amada hija en esa situación… Ella, siempre rebosante de vitalidad y alegría, se transformaba lentamente en un alma en pena, sin fuerzas para continuar… Decir que me gustaría volver para deshacer lo que pasó, sería una idiotez. Los primeros años que le sucedieron al accidente, francamente lo deseaba. Tanto, que a veces rogaba al cielo, y rezaba a dioses que no conocía, que escucharan mis súplicas: "una última oportunidad, para detenerlos, para advertirles, para salvarlos…" Pero, de tanto analizarlo y darle vueltas por semejante tiempo, me di cuenta de que todo era en vano. No resultaba en algo que no sea avivar esta sensación de frustración que experimento cada vez que llego a la conclusión, de que ninguna fuerza en esta tierra podría haber alterado el curso de lo que ya estaba predicho a que sucediera. Porque, si hay que sincerarse, ¿qué posibilidades tenía de impedir nada? No era más que un mocoso, al que le interesaba más buscar con quién jugar, que contaba los segundos para que llegara su cumpleaños, y que ansiaba tal evento sólo para recibir muchos regalos… Es absurdo imaginar que un alcohólico no haría lo que es obvio que un alcohólico hace cada minuto de su existencia: beber. Era imposible que un chiquillo inmaduro, que apenas si se preocupaba por alguien que no fuera él mismo, interfiriera y desbaratara los planes que sus padres llevaban meses preparando. No debían ser interrumpidos. No en una noche tan excepcional. No en su noche perfecta. No cuando disfrutarían uno en compañía del otro, haciéndolo inmejorable, juntos. Mamá, con su aroma a rosas. Papá, con su olor a almizcle. Es tonto pensar que lograría evitarlo. Bueno, en verdad, lo tonto es creer que un ser humano es capaz de cambiar su pasado. A menudo nos convencen o nos meten esa idea, de que si se nos permitiera retornar, tendríamos una chance de corregir nuestros errores. Cuando en realidad, seguiríamos sosteniendo que la manera en que actuamos en ese instante, es la correcta. La vida no es una de esas novelas o cómics, en los que hacemos de héroe valiente, con la suerte de regresar con la consciencia necesaria para arreglar lo que sea que pudo salir mal. En esta dimensión tangible, si retrocediéramos, cometeríamos los mismos errores una, y otra, y otra vez. Repitiendo así la infortunada historia. Sin embargo, también es estúpido suponer que después mi mente no me iba a atormentar con estos sentimientos de culpabilidad. Y para rematar, perder a la persona que estuvo conmigo, me cuidó y apoyó luego de sus muertes, unos pocos años más tarde, termina de empeorar ese torbellino de sensaciones que revuelven mi interior… Impotencia, enojo, tristeza, desolación, temor, soledad. Y la lista es larga… Parecía que todas las palabras que alguna vez dijo mi madre, de que estaba destinado a ser feliz, a vivir como quisiera, a cumplir mis sueños, eran sencillamente eso. Palabras. Ligeras y efímeras, siendo arrastradas sin dificultad por aquella suave y gélida brisa de invierno. Y junto con éstas, su alma, y la de su adorado alfa… Era como si mi nombre, elegido con tanto amor y cuidado, también se limitara a eso. Un nombre. Común y corriente, que más allá de que tuviera un significado singular, éste no lo era en sí. Y tampoco motivaba a que mi destino lo fuera… Mi abuela falleció de cáncer colorrectal unos meses antes de que cumpliera mis 16 años. Cuando le fue detectado, ya estaba en una fase avanzada, habiendo hecho metástasis crónica en varias zonas comprometedoras del cuerpo. Especialmente, en la columna vertebral. Ya en sus últimas semanas, ni siquiera caminaba. No puedo describir la pena y melancolía que me inundaba al verla así. Pero ella, al igual que mis padres, me dedicó una sonrisa, hasta su último aliento. Una cálida y hermosa sonrisa, que me recordaba a mamá… La omega con feromonas de rosas. Además de su semblante risueño, de la abuela pude grabarme a fondo su perfume. Tan fresco. Tan suyo… Una deliciosa fragancia de jazmines, que me transmitían una paz y tranquilidad incomparables… Sin duda, es uno de los escasos recuerdos hermosos que aún conservo de mi niñez, y que atesoraré como si de la joya más preciosa se tratase… Suele ocurrir, que muchos acaban olvidándose de cosas muy significativas, o de personas que son de gran importancia para ellos, nomás por esforzarse justamente en eso. En no olvidar. Se empeñan en no dejar escapar ningún detalle, sin detenerse a considerar que, mientras más exigen a su memoria, menos reminiscencias quedan. Es por eso, que cada que algo de esa maravillosa época se me viene a la cabeza, lo capturo, lo aprovecho. No trato de ahondarlo. Simplemente, dejo que fluya, libre, invadiendo cada neurona de mi cerebro. Hasta que, en silencio, decida irse… Y así fue, como perdí absolutamente todo lo que me importaba. Fue así, como tuve que madurar de golpe, convertirme en adulto a la fuerza, aprender a tropiezos y caídas cómo sobrevivir en este mundo, cruel y despiadado. Entender que, ahora era yo, y sólamente yo, el único con quien contaba, y que debía ser más cuidadoso de lo que esperaba. Pero afortunada, o desgraciadamente, todavía somos humanos. Quizá demasiado. E invm.oluntariamente, bajamos la guardia…
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