RECUERDOS

1496 Words
Es interesante como el destino juega con nosotros. Como se divierte, sorprendiéndonos con sus ironías, sus idas y vueltas, y con lo que le otorga para vivir a cada uno. En más de una ocasión, en nuestra mente surge la duda. Esa que nos plantea si merecemos lo que tenemos y lo que recibimos. Si nos sobra, o falta, más allá de si es bueno o malo. Alguna que otra vez, nos acecha esa inseguridad que nos cuestiona si somos lo suficientemente fuertes como para enfrentar las misiones, las cruzadas, que nos fueron encomendadas. Y constantemente, esa interrogante viene a quitarnos el sueño… ¿Llegaré a ser feliz…? Dicen que Dios no pone en tu camino obstáculo que no puedas de superar. Que le da sus peores batallas a sus mejores guerreros. Pero, sinceramente, veo esta piedra particularmente grande, y combatirla es una lucha demasiado agotadora… 9 años. Escasos 9 años tenía, cuando mi felicidad empezó a desvanecerse. Poco faltaba para que se cumpliera mi décimo invierno, cuando tuve que presenciar su muerte. Ambos, postrados en camillas, con no recuerdo cuántos aparatos conectados a sus cuerpos, y no sé cuántas sustancias siendo suministradas por sus venas. Claramente en vano porque, sin tardarse demasiado, se marcharían de este mundo… 12 años antes... Pequeña habitación de hospital. Mañana invernal. Los diminutos copos de nieve caían lentamente, y el frío matinal empañaba de a poco los vidrios de la parva ventana. Me encontraba sentado en el borde de la vieja camilla. Mamá acariciaba suavemente mi mano y me miraba con ternura. Ese semblante que formaban sus facciones, tan cálido, tan propio, tan suyo, nunca desapareció de su fino y grácil rostro, a pesar de que se encontraba triste, y muy, muy cansada. A su lado, acostado, la acompañaba papá. Se percibía en el rictus de su cara que, sin importar los medicamentos y calmantes que usaran, el dolor todavía lo aquejaba. Era frustrante saber que sólo dormido dejaba entrever lo que verdaderamente sentía por dentro, ya que si hubiese estado despierto, al igual que mamá, nunca habría disipado su sonrisa. La noche anterior, tuvimos que venir con mi abuela materna de urgencia al hospital, debido a un llamado que me daría, tal vez, la noticia más desoladora. Una que ni en mis peores pesadillas me habría imaginado… Mis recuerdos sobre lo que pasó en aquel tiempo son confusos, salvo de la imagen de ella de pie, petrificada, con el teléfono en su oído izquierdo, y los labios temblorosos. Una corta frase fue todo lo que pronunció antes de llamar a un taxi: -…Yuki, tenemos que ir al hospital…-. Se mantuvo en silencio hasta que llegamos, y ahí fue cuando me enteré… -Yuki, han atropellado a tus padres… Es grave…-, se lamentaba con la vista perdida. Supe de las enfermeras, que los embistieron con tal ímpetu, que el coche terminó completamente destruido, y ellos, con posibilidades casi nulas de salvarse… ¿Por qué sucedía esto…? ¿Por qué los seres más importantes para mí debían debatirse entre la vida y la muerte por culpa de un miserable alcohólico…? ¿Por qué…? Mi estómago no paraba de gruñir. Necesitaba comer y beber algo caliente. La abuela lo notó, por lo que en seguida fue a buscar algo a la cafetería, ubicada dos pisos abajo. Era la única pariente que nos quedaba. Pero sabía que pronto, nada más seríamos ella y yo. Luego de observar el rostro de mi papá por unos minutos, me gire hacia mi madre. No pude evitar que mis ojos lagrimearan. -Mamá, tú y papá tienen que mejorar, tienen que ponerse bien. No quiero pasar mi cumpleaños sin ustedes… Q-quiero que me sigas haciendo el desayuno como me g-gusta, y a pa-papá también…-. Mi voz empezaba a entrecortarse: -Quiero que él siga jugando c-conmigo y me enseñe cosas. Q-quiero escucharte cantar como lo haces siempre, y que papá m-me alce en brazos cuando le muestre lo que hice en el colegio. Que me diga lo o-orgulloso que está de m-mí… -. Mis palabras se ahogaron en un sollozo. -N-no los qui-quiero perder…-. No aguanté y lloré desconsoladamente en su pecho. Estaba desesperado, aterrorizado. De un momento a otro, el mundo como lo conocía se derrumbaba. Era demasiado para procesar. No entendía por qué le ocurría esto a ellos… A las mejores personas que existían, quienes para mí, significaban el universo entero, los cortejaba muy de cerca el Ángel de la Muerte, y ni yo ni nadie podía evitarlo. Ella me abrazó con delicadeza, y me dijo viéndome a los ojos: -Hijo, para nosotros ya no hay tiempo. Me encantaría poder decirte que nos vamos a recuperar, que las cosas volverán a ser como antes, pero eso sería como lastimarte a propósito… Detesto que tengamos que abandonarte, pero sé que tú podrás superarlo, que tendrás el valor de afrontar cualquier cosa que pase en el futuro. Tienes una gran fortaleza, de la que no te das cuenta, pero cuando lo hagas, sabrás que no hay nada que te detenga…-. Acarició mi mejilla y sonrió: -Eres un gran niño Yuki, que está destinado a ser feliz, a cumplir sus sueños y lograr lo que se proponga, yo lo sé, y tu padre también. Lo supimos desde que naciste, esa gélida madrugada de invierno. Es por eso que te llamamos así mi amor. Tu nombre, además de significar nieve, quiere decir felicidad, y te aseguro que tu vida estará llena de ella, sólo debes tener fe, y seguir adelante…-. Me acunaba en sus brazos, meciéndome ligeramente y besando mi cabeza como si fuera un bebé: -Lucha por lo que deseas mi cielo, sin importar lo que piensen o digan los demás. Aprovecha cada oportunidad, mi bebé hermoso…-. Mientras escuchaba a mamá, papá despertó. Habló en un tono débil. Uno que jamás le había escuchado. Él siempre tuvo un timbre grave, pero melodioso, que resonaba en cada rincón de la habitación en la que se encontrara. Pero ahora, era apenas audible, y algo lánguida, lo que me destruyó el corazón. -Tu madre tiene razón, Yuki. Jamás pierdas de vista tus objetivos y metas. Nunca dejes que te digan que no puedes, o te hagan sentir menos, porque vales muchísimo, hijo. No permitas que alguien te humille. Dedícate a lo que te gusta hacer, ama incondicionalmente, con todo el corazón y desinteresadamente. Ríe y sueña en grande. Diviértete. No te pierdas de experimentar lo que la vida te proponga. Vive al máximo… Y lo más importante, se fiel a tí mismo y tus convicciones. Que nada ni nadie cambie esa maravillosa persona que ya eres, ni borre esa preciosa sonrisa que tienes… Se feliz hijo. Hazlo por nosotros… Promételo…-, suplicó casi sin voz. Con un nudo en la garganta, asentí y respondí en voz baja: -Lo prometo, mamá y papá…-. Él esbozó una leve sonrisa, esa que era capaz de calmarme en un instante, y cerró sus ojos. Esos glaciales ojos grises que, según mi madre, la cautivaron desde el principio, en cuanto sus miradas se cruzaron por primera vez… Desbordaba en llanto, empapando el pañuelo que traía en mi mano. Pero no fue hasta que escuche el pitido de las máquinas anunciar que papá perecía, que abandoné ese letargo en el que me sumía el llanto. Reaccioné, casi gritándole y rogándole que no se fuera, que no me dejara solo. Por más intentos que los doctores hicieron, ya era muy tarde. Él ya se había ido. Después de eso, mamá lloró en silencio todo el día, y esa misma noche, falleció. No por las heridas del accidente. No porque su cuerpo ya era tan frágil que ni siquiera se sostenía sin ayuda. Murió, por la inmensa tristeza de haber perdido al amor de su vida, su compañero, su pareja, su esposo, amigo y confidente. El padre de su hijo. Su alfa. Cuando me percaté, derramé incontables lágrimas, pero no emití un sonido. Recorría con la vista su piel, lívida y helada. Acariciaba con mi manita su cabello, antes rubio plata, ahora, completamente blanco. La abuela me abrazó, arrullándome suavemente, el lo que susurraba a mi oído: -Calma, mi amor, mamá ya está mejor. Por fin se reunió con él… Es feliz. No debes preocuparte más mi niño…-, me consoló, besando sutilmente mi frente. Era cierto. Partieron a un mejor lugar, lejos del el mal que existía en esta tierra. No más sufrimiento… Sin embargo, algo continuaba atormentándome. En realidad, aún lo hace, y es: ¿Cómo lidiar con este vacío que siento en mi alma…? ¿Cómo se supone que siga adelante sin ellos…? En lo que pensaba, me aferraba al pecho de mi abuela con firmeza, sin parar de sollozar.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD