CAZADOR

1276 Words
-Joven Yuki, por favor, levántese. Los señores Satō y Matsudaira lo esperan en el comedor…-. Una suave voz me devolvió a la realidad. Era Amaya, la que me fue asignada como sirvienta personal. Mentiría si dijera que no le tomé cariño a esta adorable beta, que era más joven que yo por apenas 6 meses, porque hubiese resultado imposible no haberlo hecho. Con su baja estatura y dulce sonrisa, logró acercarse a mí. Traspasar esa impenetrable muralla que protegía mi corazón. Pasó a ser mi mejor amiga, mi compañera y confidente. Una de las pocas personas a mi alrededor que no trataba con frialdad y que no me consideraba un objeto, sino como un ser humano. Obviamente, además de los otros sirvientes que allí laboraban. Tuvo la mala suerte de comenzar a trabajar en la mansión a temprana edad, junto a su madre, para ayudar en los gastos de su casa. La verdad, siento una profunda tristeza cuando me cuenta sus sueños, los proyectos y metas que planeaba. Cada uno de ellos, ahora frustrados… -…Es cierto que un poco me desanima el no haber llegado a ser la maestra que siempre quise ser, Yuki. Sabes como adoro a los niños, y ser parte de su vida de cierta manera, es algo hermoso para mí. Es un privilegio. Lo que deseé desde que era pequeña… Pero, tampoco me arrepiento. Sé que hice lo correcto. Mi mamá no podía ni merecía cargar con todas las obligaciones. Era excesivo para ella. Me hace feliz el ayudarle…-, me decía sonriente, una noche en la que se escabulló a mi habitación e hicimos una "pijamada", si es que se pudo llamar así. La comprendo perfectamente. En su lugar, yo habría actuado de igual forma… Ya era hora de levantarme, aunque estaba despierto desde hacía un buen rato. Mi mente decidió que quería comenzar con su mala costumbre desde temprano, así que no había podido dormir muy bien que digamos… -Estoy despierto Amaya, ya voy…-, le avisé, yéndome a duchar y a preparar para ir a la universidad: -Y acuérdate que no me gusta que me digas así. Eres mi mejor amiga. Olvídate de eso de "la sirvienta"…- la remedo con cariño, en lo que entro al baño. Amaya sonríe, y contesta: -Prefiero llamarte de ese modo y que te enojes tú, a que se me escape nombrarte sólo por tu nombre como me pides y que me escuche el Sr. Matsudaira…-. Salió, y despacio cerró la puerta del cuarto. Yo termino de bañarme y me dispongo a alistarme. Ella tenía razón en cierto punto… Era más conveniente conservar las formalidades, que tratar con ese sujeto… Bajé las amplias y enceradas escaleras, y ante mí se encontraban los dos rostros más aborrecibles con los que me topé jamás. Las faces que preferiría no volver a ver nunca, borrar de mi memoria, pero que, desafortunadamente, estaba obligado a soportar quizá el resto de mi jodida existencia… Ambos me veían fijamente. Uno de ellos, con notoria impaciencia. Satō Ryota, una bestia de casi dos metros y semblante de pocos o ningún amigo, era una de esas caras. El feroz mano derecha y guardaespaldas, del que ahora era mi "dueño": Matsudaira Osamu. El hombre que dictaba las reglas. El poderoso. El líder. El jefe de la mafia más grande y temida de la zona: "The Blood Souls". "El Cazador". Así es como lo conocían, y no era muy agradable la razón… -Apúrate, no quiero seguir perdiendo tiempo esperándote…-, me dijo el gigante Ryota, evidenciando su estado de molestia. Ignoré su comentario y me senté a la larga mesa, concentrándome en desayunar. Como cada mañana, el Cazador no hace más que leer el diario, tomar su café y examinarme de reojo, con esos ojos negros y penetrantes, que parecía que en cualquier momento me devorarían… Aunque, siendo sincero, eso ya era algo recurrente que acontecía al caer la noche en esta maldita prisión… -Terminé.-, anuncié en tono frío. -Entonces ya vámonos. Y rápido. Tengo asuntos más importantes de los que ocuparme…-, me apresuró el Oso, como yo lo apodo, mientras nos encaminábamos al auto que me llevaría a la facultad. Pese a la situación en la que me encuentro, me creo con un poco de suerte todavía, ya que se me permitió continuar estudiando. No precisamente lo que yo quería. Pero al menos, consigo un respiro de este infierno en el que me hallo… -…¿Arquitectura? ¿Y como para qué quieres estudiar algo como eso?…-, preguntó el Sr. Matsudaira en tono burlón, esa soleada y colorida tarde de primavera. -…Me gusta…-, justifiqué secamente, paseando mi vista por los alrededores de la sala, tratando de evitar su detestable presencia. -…Si tanto deseas seguir una carrera, será lo que a mí se me pegue la gana, y no un desperdicio como eso…-, declaró ya más serio: -…Estudiarás Administración, o lo que sea que esté relacionado con la empresa, así no estarás de vago por la casa y te mantendré vigilado…-. Encendió un cigarrillo y sonrió cínicamente, analizándome de arriba a abajo: -…Serías un sexy secretario…-, se jactó, parándose del sillón giratorio ubicado detrás de su escritorio, y dirigiéndose al ventanal de la oficina, desde donde se observaban los jardines del caserón. Esto no sin antes, propinarme una mirada lujuriosa, la cual me auguraba lo que sucedería al finalizar mi jornada. Asentí levemente, y me retiré de ese enorme estudio. -…Algo es algo…-, suspiré. Estaba de nuevo sumido en mis pensamientos, cuando sentí que el coche estacionó y Ryota habló: -Estaré aquí a la hora de siempre, no me hagas ir a sacarte de los pelos. Y que ni siquiera se te ocurra tratar de hacer algo estúpido, ¿entendiste?…-, espetó en tono amenazante y amargado, tal y como es él. No le dediqué mucha atención y me adentré en el edificio. No comprendía por qué insistía en conminarme con estas cosas. Él ya me conocía. Sabía que no intentaría nada. Era consciente de que no quería causar ningún tipo de contratiempo. Que fastidio… Iba con mi cabeza gacha por los amplios pasillos del establecimiento. Me limitaba a responder con monosílabos si era necesario. Sin conversar ni socializar con nadie. Sólo era asistir a las clases, estudiar, y luego de vuelta a mi repulsiva pesadilla. La mayor parte del día repaso cómo acabé metido en un problema tan complicado… Me cuestiono si fui demasiado ingenuo, demasiado confiado, demasiado iluso, o sencillamente, si fui un idiota. Tal vez, fue una combinación de todo. Ingenuo, por confiar en un hombre, que ni siquiera merece ser llamado hombre… Iluso, al creer que esa persona hipócrita me amaba. Que le importaba… Idiota, al suponer que las personas dan lo que reciben, así como lo hago yo… O que simplemente, no me fallarían o lastimarían después de obtener lo que buscan… Porque, honestamente, ¿quién piensa en alguien que no sea uno mismo…? ¿Quién se preocupa por los demás, viendo más allá de su propio beneficio…? Esa gente ya no se encuentra en esta sociedad podrida. Se extinguió… Y si queda, estoy convencido de que en mi camino no se cruzará. Y en el caso de que lo haga, no permanecerá en él por mucho tiempo… La vida me lo ha demostrado siempre. Y con creces…
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