PLACER Y EGOÍSMO

1316 Words
Mi cabeza daba vueltas. Vagaba por sitios desconocidos. Intentaba deducir qué significaba esa frase que retumbaba en mis oídos, que hacía eco en ese inmundo espacio. ¿Cazar…? ¿Cómo es eso? ¿A qué tipo de presas se refería…? ¿Tendría que… Matar? ¿Me volvería un criminal? No… No puedo… No quiero hacer eso… En qué problema me metí… Estaba pasmado. Aturdido. No comprendía del todo lo que pasaba a mi alrededor. Las burlas de los pendencieros se escuchaban lejanas. Mi campo visual, de un momento a otro, se asemejaba a un video ralentizado. Como si mi mente funcionara a un ritmo diferente del presente. Mi cuerpo se debilitaba a cada minuto. Temblaba. La droga que usaron fue demasiada. Tanto, que consumió casi totalmente mis energías, mis fuerzas. Creo que con nada más que un ínfimo suspiro de cualquiera de esos tipos, ya caería como costal de papas. Constantemente, me aquejaba la sensación de que me hundía en una pesadilla. Una muy cruel y oscura, de la cual ya quería despertar. Tan desconectado de mis sentidos me encontraba, que sólo al percibir un intenso dolor, acompañado de un ardor abrasador, reaccioné. El Lobo, con su enorme y pesada mano, me acababa de propinar una recia bofetada. Al parecer, el Sr. Matsudaira me hablaba, a lo que yo permanecía sin contestar. -¡Mocoso idiota! ¡Responde cuando el Cazador te está hablando!-, me espeta, dedicándome una mirada asesina. Siento como mi mejilla se hincha. Como se calienta. Apostaría a que sus dedos dejaron un rastro rojizo en ella. Muevo mi cabeza en señal de confusión, tratando de volver a la realidad. De mantener el último vestigio de cordura que aún conservaba. Al darse cuenta, el menudo matón, evidentemente enfurecido, me increpó: -No intentes tomarnos por estúpidos. De no ser por el hecho de que puedes servirle de algo al jefe, ya nos habríamos desecho de tí. Para nosotros, resultas tan útil como un pedazo de mierda. No eres más que una molestia, un estorbo. Así que, más te vale escuchar con atención. Y que ni se te cruce por la cabeza la idea de objetar absolutamente nada, porque personalmente me encargaré de cerrarte el maldito hocico…-, me advirtió, viéndome con unos ojos igual de intimidantes a los de sus compañeros. No aguanté más. Traspasaron mi límite. Ya no soportaría los incesantes insultos de estas escorias. No iba a permitir que el miedo y el nerviosismo me dominaran de nuevo. Me enderecé como pude, y usando el mismo tono sarcástico con el que hasta entonces me ridiculizaron, me dispongo a defender la poca dignidad y orgullo que me quedaban, aunque eso signifique tener que arriesgar mi existencia en este mundo, y posiblemente, la de Isamu también: -Si hay que sincerarse, no me interesa en lo más mínimo lo que un trío de asquerosos hijos de perra piensen de mí… De poder regresar el tiempo atrás para evitar toparme con sujetos tan repudiables, no lo dudaría ni por un segundo. Porque, con todo respeto… Los aborrezco. Me dan asco, y por su culpa…-. Un ruido sordo restituyó el silencio a la habitación, interrumpiendo aquella confesión. Aquel desahogo, que desesperadamente necesitaba liberar, pues tenía el presentimiento de que si me lo callaba, terminaría por sofocarme. Al notar como un hilo de sangre se deslizaba por mi barbilla, me percato de que ya no había sido una simple palma abierta la que impactó en mi rostro, sino un áspero puño. Unos duros y gruesos nudillos, que dividieron mi labio a la mitad, grabando una fina línea de la que brotaba el líquido tibio y carmesí. Me paralizo por un instante, procurando asimilar el golpe, el sabor metálico que invadía mi boca, la amenaza detrás del puñetazo que me dió el iracundo Oso. -¡¿Todavía te atreves a contestarnos de manera tan insolente?! ¡¿No fuimos lo suficientemente claros?!-, gritó airadamente, en lo que sacaba un cuchillo de la parte trasera de su cinturón. Me estremecí al sentir como posicionaba el filo de la hoja sobre mi piel. Haciendo presión. Al borde de abrirla en un largo y delgado tajo… En tanto el frío de la punzante navaja se desplazaba por mi cuello, recorriendo cada vértebra de mi espinal dorsal, el semblante del grandote se transfiguró, alcanzando un grado de psicopatía terrorífica. El ojiverde rompió en una risa perturbadora que me hizo palidecer. Arrastró sutilmente el puñal, desde mi garganta, pasando por mi cachete, casi rozando mis ojos, llegando a mi frente, y apartó varios mechones que caían alborotados, cubriéndola casi por completo. Volvió a descender hasta debajo de mi mentón, y con esa expresión rebosante de cinismo, se mofó diciendo: -¡Qué muchachito tan osado! No me imaginé que fueras tan corajudo. Creo que, en efecto, no les tienes miedo a la muerte. O mejor dicho, no le temes a que a tu hermanito por desgracia le ocurra un pequeño accidente…-. Faltaba un insignificante impulso de su muñeca para que se generara una herida fresca en mi quijada, cuando se oye la voz templada del Jefe, llamando la atención de los matones, coartando las intenciones de la bestia. -Alto-, lo detiene el Cazador. El Oso, algo confundido y frustrado, replica: -Pero señor, él...-. -Está bien, Ryota. Calma. Es normal que se enoje y quiera tomar el papel de prisionero rebelde haciéndose el valiente. Déjalo. No vale la pena… No me conviene que el niño tenga una fea cicatriz en su linda cara. Ya no sería el cebo ideal…-, dijo enseguida, incorporándose para después tirar al piso su segundo cigarrillo y apagarlo. Traía puestos unos finos guantes negros. Éstos combinaban a la perfección con el traje que llevaba. Por alguna razón que desconozco, se detiene frente a la mesa a quitárselos. Los acomodó, impecablemente extendidos, y se paseó lentamente por el lugar. Andando de una esquina a esquina, comenzó a explicarme la situación, casi a modo de lección escolar: -El asunto es más o menos así. Como te mencioné anteriormente, cada uno tiene un costado oscuro, impuro, que busca esconder. A mí, no me molesta develarlo a los demás. De hecho, me resulta hasta divertido. Sus reacciones siempre mejoran mi humor…-. Ahora su tono denotaba un leve sarcasmo: -Siempre proclamándose moralmente correctos. Personas decentes, con principios y valores inquebrantables. Haciendo escándalo, discriminando lo que no se ajuste a sus "estándares" de lo apropiado, de lo idóneo. Pero, detrás de eso, resulta que la gran mayoría de los que me critican, me juzgan, me señalan con su dedo acusador, ocultan secretos igual de graves o hasta peores que los míos. Ellos andan por ahí, Ichiro. Engañando al que se tope en su camino, y nadie los detiene…-. No captaba cuál era su punto. Yo solamente oía un discurso irracional, profesado por un hombre repugnante. Un ente cuya mentalidad retorcida realmente me causaba escalofríos. El Sr. Matsudaira me observó por unos segundos, y siguió: -Veo que no estás entendiendo mucho…-. Se acercó, manteniendo su marcha serena y carácter tranquilo, y declaró: -Te lo pondré sencillo para que lo comprendas. Soy consciente de mi propia naturaleza. Sé que soy una porquería. Y siéndote honesto, no me avergüenzo. No vine al mundo para contentar a la gente. Llámame avaro, desalmado, bárbaro, lo que prefieras. Pero mientras pueda satisfacer mi codicia, mientras logre alcanzar la cumbre más alta del goce y la complacencia, no me importa cometer algún que otro acto indecoroso…-. La única respuesta que hallé ante su comentario fue el desconcierto. Alguien con esta mentalidad… ¿De qué podría ser capaz? Al ver mi semblante descolocado, me dedicó una sonrisa ladeada, y continuó preguntando: -Entonces, Ichiro. ¿Me ayudarías a cumplir mi desenfrenado deseo de placer y egoísmo?
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