PROHIBIDO

1537 Words
El placer… Seductor. Atrapante. Excitante. Extasiante… ¿Con cuántas palabras podríamos adjetivar a este controvertido adjetivo? ¿Cómo describir, lo que innumerables sensaciones indescriptibles nos provoca? Es realmente complicado comprender un impulso tan descocado. Uno que nos incita descaradamente a dejarnos llevar por esa corriente de química desbordada que expande por nuestro cuerpo. Que nos empuja hacia el borde de la cornisa, para que de un suave suspiro, caigamos de espaldas al precipicio. Directo a la perdición, honda y azarosa, de la cual no sabemos si podemos, o queremos librarnos… El placer es eso que se nos presenta como algo dulce para degustar. Emocionante por experimentar. Que nos promete saciar el voraz apetito de delectación que nos aqueja, pero que al final, termina por quitarnos lentamente la vida, adueñándose de ella, u opta por borrar cualquier rastro de sensatez, dando rienda suelta a los instintos más primitivos que pueden dominar a una persona. Nos convierte en animales, sedientos por cumplir sus túrbidas fantasías. Fascinados con lo prohibido y atraídos por lo imposible, nos transformamos para exceder el placer a límites impensados… El hombre se vuelve egoísta, aprovechado, cegado por las ansias de complacer sus impuros deseos. Una bestia sin razón ni emoción, a la que no le inmuta el mal que sea capaz de causar. A la que no se le mueve ni siquiera un pelo al considerar las consecuencias que sus ambiciones ocasionarían… Lo prohibido tiene un sabor singular. Diferente. Algo que lo hace tentador, apetecible... Reacciona a modo de combustible. Con una sencilla chispa, con apenas una pequeña llama, ya se enciende el infierno. Peligrosamente caliente, del que no hay escapatoria. Poco a poco, este fuego nos va consumiendo, reduciéndonos a delicadas cenizas, arrastradas por el viento. Cuando nos rendimos ante el poder del placer, especialmente, si esto implica romper la barrera que dicta la moral, no pensamos en el resultado de lo que hacemos. Subestimamos el riesgo inminente detrás de cada acción. Un cóctel de dopamina, serotonina y oxitocina nos controla. Se apodera de nosotros, invadiendo hasta la más fina de las venas. Alterando el más recóndito de los nervios. Al igual que la droga, se vuelve adictivo. Nos quita la libertad y la consciencia, aprisionándonos en una realidad distinta. Una dimensión paralela, donde no hay reglas, ni condiciones. El objetivo de alcanzar la cúspide de la fruición se convierte en el único regente de nuestras decisiones. Mentiras, vanas ilusiones, enredos, trampas... Ya no importa qué hagamos, con tal de conseguirlo... En ese momento, me di cuenta… El ser que se hallaba tranquilamente sentado frente a mí, no le atañaba otra cosa que no fuera su propio deleite. Para el Jefe, el Gran Cazador, nada es un obstáculo si se trata de obtener lo que le proporciona disfrute. Nada es ilegal, o está fuera de su alcance. No existe nadie con la osadía o la fuerza suficiente para impedir que logre su cometido. Para Matsudaira Osamu, un "no" no era una respuesta válida. Y menos una opción... Su mirada se mantenía serena. Su sonrisa, socarrona. Creo que, si bien anticipaba que no sabría contestar a semejante encomienda, igualmente, insistiría en escuchar aunque sea una sílaba salir de mi boca, por lo que en tono burlesco, preguntó: -¿Te comió la lengua el gato?-, rió con mofa el Jefe. Mi cerebro intentaba procesar la situación. Yo, totalmente sometido al Cazador… Esa petición, extraña pero también inquietante, que provenía de sus finos y sinuosos labios… Los tres matones, jactándose de lo que pasaba, mientras seguían colmando el ambiente de pesadas feromonas, junto con una densa humareda con olor a tabaco… El panorama que penetraba mi campo visual… Sin duda, éste sería mi nuevo infierno... De repente, unos enormes brazos levantándome me sacaron de mis pensamientos. Forcejeé sin demasiado ímpetu, pero al instante detuve mis movimientos, ya que un Oso levemente menos salvaje sólo buscaba sentarme en otra silla, idéntica a la que ocupaba su líder. Lo observé algo confundido, e inmediatamente volví mi vista al Cazador. No soportaba la intriga. El no entender. La duda que me carcomía, minuto a minuto, segundo a segundo. Quería saber. Tenía que saber… Por qué… Para qué… -¿Para qué querría un hombre como tú, usar a un chico como yo? ¿Por qué me necesitas a mí? ¿Qué podría hacer yo por ti, que te resulte útil? Tu mismo lo dijiste… No serviría ni para las tareas básicas dentro de este negocio… Si es así... Entonces, ¿qué quieres…?-. Mi voz sonaba agitada. La ansiedad empezaba a agotarme. Estaba cansado. No veía la hora de que toda esa mierda finalizara. Anhelaba despertar de ese mal sueño. Regresar a esta mañana, decirle mil veces feliz cumpleaños a mi hermano. Recordarle que es la persona más importante de mi mundo… Que lo quiero. Que lo admiro, y que quisiera ser valiente y honorable como él… Y como papá… Pero no lo soy… Soy débil… Una decepción… Una porquería… Lo siento tanto Isamu… Ojalá algún día me perdones por la barbaridad que estoy accediendo a interpretar… El Cazador soltó una risita divertida, y clavando sus fríos ojos en los míos, prosiguió: -Ay Ichiro, Ichiro… Te sorprendería cuánto provecho puedo sacar de ti…-, se vanaglorió, en lo que sacaba un tercer cigarrillo, calando largo. Exhaló el humo en mi cara, y continuó: -¿Has estado con un omega antes...?-. Su pregunta me desconcertó. ¿Por qué de pronto me cuestionaba sobre un tema tan privado? ¿Qué intenciones escondía…? No respondí a su interrogante. Simplemente, agaché y giré ligeramente mi cabeza a otro lado. El Jefe me dedicó una expresión ladeada, y apoyando su mentón en su mano derecha, declaró: -Tomaré tu silencio como un no. Qué adorable…-, asumió altanero. No es que me avergüence. Al contrario. El hecho de no haber estado con nadie es… Es que aún estoy esperando a la indicada. O indicado… Desde niño, me enseñaron el valor de lo que significa encontrar a la pareja ideal. Esa que me acompañaría, en las buenas y en las malas. Mi otra mitad, con la que compartiría mi vida entera. Mi alma gemela, que tomándome de la mano, me ayudaría y recorrería conmigo este largo y encrucijado camino, lleno de obstáculos y desafíos… Papá siempre nos contaba cómo conoció a mamá. La primera vez que se cruzaron. La conexión sumamente intensa que se generó entre ambos. Ella, una beta. Él, un alfa. Contra todos los pronósticos, se enamoraron, se amaron, se casaron, y tuvieron dos hijos, que adoraron con el alma. El fruto de su amor, que tristemente no tuvo un final feliz… Mi padre nunca amó a otra mujer. Jamás volvió a enamorarse. Creyó firmemente, que el mísero día en que su espíritu nos abandonó, se llevó consigo su corazón. Ese, que desprendía un cálido aroma a café, se había ido envuelto sutilmente en ese aura, pura y celestial, que lo acariciaba y resguardaba con cariño. Fue una relación especial. Hermosa, sincera, apasionada. Casi, un romance de película… Lo que algunos llaman, verdadero amor… La voz del Cazador hablándome me devolvió al presente: -Te voy a contar un dato curioso, Ichiro. Creo que te resultará muy interesante…-. Tirando el cigarro a medio fumar al suelo, lo pisa para apagarlo y dice: -Verás, un omega es como una flor. Suave, delicado, de gran belleza, elegante, y con una fragancia exquisita… Prácticamente, una obra de arte de la naturaleza…-, suspira con sutileza y continúa: -Pero, nada es completamente perfecto, ¿verdad?… La flor, siempre acaba por marchitarse. Ya sea porque muere, como todo ser viviente, o porque alguien la arranca de su tallo, embelesado por su encanto, egoísta por querer conservar su preciosura sólo para él… Irremediablemente, tarde o temprano, hasta al más sublime de los retoños de cerezo se le caen sus pétalos, y la más perfumada de las rosas pierde su aroma…-, hizo una pausa, dirigiéndose a sus secuaces con una mueca de complicidad: -Pero da la casualidad, mi querido Ichiro, que a mí, a pesar de eso, me fascinan las flores. Pienso que sus virtudes valen realmente la pena... Aunque, no me gustan precisamente las que crecen en la tierra. Éstas son, como decirlo… Peculiares. Son algo inquietas, y hasta a veces escurridizas…-. Un gesto que pasó de cómplice a pervertido, zurcó el rostro de aquel abominable sujeto. Al oír esas palabras, pude por fin ver las cosas con claridad. Un escalofrío estremecedor me petrificó, haciendo palidecer mi piel, y un profundo sentimiento de amenaza puso mis sentidos de vuelta en alerta, ahora, con una vaga idea de en donde desembocaría todo este asunto… -Ichiro, a lo mejor te resulte algo raro esto que voy a proponerte, pero estoy seguro de que, con el tiempo, te gustará…-. El Sr. Matsudaira se incorporó de su asiento, y sonriendo taimadamente, dijo: -A partir de mañana, tú serás mi Cazador de Omegas…-.
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