CAPÍTULO 24

1034 Words
Evelina se despertó con el brazo de Adrián rodeando su cintura. A veces, él entraba en su habitación y se acomodaba en su cama mientras ella dormía. Evelina se había acostumbrado a esta costumbre después de la segunda vez que él lo había hecho, solo porque siempre lograba despertarla con una sonrisa en el rostro. —Buenos días, Adrián —murmuró cuando sintió que él se movía ligeramente. Sus ojos se dirigieron hacia él, quien levantó la cabeza de la almohada con los ojos cerrados, justo antes de volver a dejarla caer. No pudo evitar reírse. Con esa risa, intentó levantarse, pero fue arrastrada nuevamente al calor de Adrián. No sabía cómo había terminado encima de ella, pero allí estaba. Su cabeza se acurrucó en su cuello mientras sus ojos permanecían cerrados. Evelina no sabía exactamente cómo responder, excepto deslizando su mano por la espalda desnuda de él. Se encontró recorriendo cada músculo. —Normalmente eres tú el puntual que me despierta. ¿Desde cuándo han cambiado las cosas? —preguntó Evelina con una sonrisa en los labios. La sonrisa se desvaneció al sentir los labios de él rozando su cuello. Inmediatamente, se tensó al sentir que él besaba su piel. Se sentía tan bien, pero sabía que estaba tan mal. —Adrián —susurró. Él debió de interpretarlo como una afirmación, porque pasó de besarle el cuello a chuparle la piel, posiblemente dejándole un chupetón. Su mano se aferró a los largos mechones de cabello de él mientras descendía desde su cuello hasta la parte superior de sus pechos. Sus ojos se cerraron de placer mientras él continuaba besándola cada vez más abajo. Su región inferior palpitaba, palpitaba de necesidad y hambre. Su espalda se arqueó cuando él deslizó la mano dentro de sus calzoncillos y presionó con un dedo sus bragas justo sobre la zona empapada. Empezó a frotarla arriba y abajo mientras sus labios no dejaban de manipular su cuerpo. Cuando su otra mano se movió hacia el dobladillo de sus calzoncillos, Evelina supo que las cosas estaban yendo demasiado lejos. —Adrián, para —le dijo. Él se apartó de ella, y sus ojos se encontraron con los de Evelina. Ella no sabía lo que él intentaba decirle, pero se daba cuenta de que estaba frustrado. —Mira, Adrián... —No —soltó él. Evelina sintió que sus hombros caían con una expresión triste en su rostro. Adrián negó con la cabeza justo antes de salir del dormitorio y dejarla sola. Evelina trató de decidir si debía dejarlo solo por un momento o hablar con él sobre lo que acababa de suceder. Con un suspiro, decidió ir tras él. En cuanto abrió la puerta, él ya estaba allí. —No entiendo por qué estás enfadado conmigo —le dijo. Él apartó la mirada de ella en respuesta. —No estoy especialmente enfadado. Tengo el corazón roto —le respondió en un tono despreocupado. La tensión en el rostro de Evelina se relajó al mirarlo. Siempre libraba una batalla interna consigo misma: mantenerlo cerca o limitarse a hacer su trabajo. —¿Por qué tienes el corazón roto? —preguntó con tristeza, acercando su mano al rostro de Adrián. Podía sentir su propio corazón romperse cuando él apartó su mano de su cara y la dejó caer de nuevo a su lado. —No me quieres —dijo con voz monótona. Evelina solo suspiró en respuesta. No sabía lo que quería. No solo trabajaba para él, sino que también hacía cosas ilegales como negocio secundario, algo en lo que ella nunca querría involucrarse. Sin embargo, él era encantador, honesto y nunca dejaba de hacerla reír, por lo que siempre deseaba acercarse a él. —Eso no es verdad. Somos amigos, Adrián —le dijo. Por la forma en que él retrocedió un poco y giró la cabeza hacia otro lado, Evelina pudo ver cómo parecía aún más rechazado, a pesar de que no lo demostraba exactamente con su expresión facial. —Está bien —le dijo él, alejándose de su puerta. Adrián quería decirle que no deseaba ser solo su amigo. Evelina era todo en lo que podía pensar y nunca se había sentido así con nadie más. Era como si no pudiera sentir ningún juicio por parte de ella, como lo sentía con todos los demás. Él era una bestia, y ella era su belleza, pero esto no era un cuento de hadas. Para Adrián, no había un "felices para siempre". Entró en su habitación y cerró la puerta, frustrado. Sentía que su cuerpo temblaba, pero sabía que solo era su mente. Su mente siempre lograba descifrar las cosas, pero por más que intentaba descifrar a Evelina, no podía. Adrián ya no quería seguir intentándolo, porque cada vez que parecía que estaban cerca de algo, ella lo cerraba. —Adrián —la voz de Evelina sonó suavemente mientras llamaba a la puerta. A pesar de lo mucho que se odiaba a sí mismo, Adrián abrió la puerta de la habitación y miró los penetrantes ojos azules de Evelina. Eran los únicos ojos que recordaba haber visto. El azul de sus ojos parecía atraparlo y cerrarle el resto del mundo. —Evelina —respondió. —No me gusta este lugar en el que estamos ahora. No digo que no me importes, porque sabes que me importas. Lo que intento decir es que, quizá, cuando deje de ser tu cuidadora dentro de dos meses, podríamos intentar ser algo más. Quién sabe —se rió antes de continuar—, quizá para entonces ya te hayas cansado de mí. —Nunca me cansaría de ti —pensó. —De acuerdo —le respondió. Evelina rió suavemente antes de rodearlo con los brazos y estrecharlo en un abrazo. La cabeza de ella descansaba sobre su pecho, y a Adrián le encantaba cada vez que ella lo abrazaba. Odiaba los abrazos más que a Johnathan, pero con Evelina eran lo que más le gustaba en el mundo. Para Adrián, el abrazo terminó demasiado rápido. Vio cómo ella se separaba de él con una enorme sonrisa en el rostro. Le encantaba cuando sonreía; encajaba perfectamente con ella. Todo en Evelina era fascinante, pero especialmente su sonrisa.

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