SEMPITERNO| CAPITULO 03| PALERMO

2462 Words
PALERMO, ITALIA. Leonard Salerno mantenía sus ojos fijos en la pantalla de su estudio. Una noticia de las notas internacionales acaparaba su pantalla como si deseara que la observara. Tenía un mensaje de Franco en el teléfono y diversas conversaciones que había adjuntado para dar crédito a lo que decía su comunicado. Estaba paranoico. Lo estaba desde hacía dos años cuando la primera noticia circuló por las redes informando que la poderosa petrolífera rusa Lukoil, por la que había pagado más de seiscientos millones de euros, ahora pasaba a manos de otro socio mayoritario que no era un Kadyrov. Eso no era lo grave, lo grave fue que no imaginó que Valery Kadyrov apelaría al nuevo propietario en un juicio legal y allí entendió la más grande diferencia entre ambos. Valery era un oligarca, que no tenía, a simple vista, nada que ver con la mafia, pero por dentro era un ser podrido que tenía una red de toda clase de negocios clandestinos, la gran diferencia fue que era conocido públicamente como un multimillonario respetable, que claro, de respetable no tenía ni uno solo de sus rubios cabellos. Llegó a sus oídos que como Glavnyy era peor que su padre y al ver su rostro en la pantalla cuando salía en la prensa, eso era muy notable. Franco, su cuñado, el esposo de su hermana Ludmila, tenía negocios fuera de Italia. Los polacos y los albanos, tenían una relación mayor con los rusos, así que cada nueva fechoría por parte de Valery, siempre terminaba llegando a sus oídos. Leonard no sabía por qué siempre necesitaba tener en conocimiento todo lo que pasaba con ese hombre, tal vez la culpa de lo que había pasado tantos años atrás, aún le consumía. Pensó que con el paso de años lo olvidaría, pero fue lo contrario. Siguió vivo en tu cabeza. —¿Qué haces? Apagó la pantalla de golpe y guardó su teléfono en el cajón haciendo que su esposa se diera cuenta de que estaba nervioso y para variar, ocultaba cosas. Fiorella se acercó al escritorio. Tomó el control de la pantalla y la encendió de nuevo ante la atenta mirada de su esposo. Leonard palideció al ver que la noticia seguía su curso. La mujer se acercó para apreciar con más libertad al hombre que aparecía en la pantalla. Sintió un vacío en su interior al ver ese cabello rubio y esos ojos que le recordaban a Oksana Kadyrova. Valery había sido grabado mientras salía del un prestigioso buffete de abogados en Moscú, donde aparentemente se aclaró la situación del nuevo propietario mayoritario de Lukoil. La empresa ya no era suya, sino de la exesposa de su padre. La disputa tenía un par de años. —Es el hijo de ella. —Sí, es el hijo de Oksana Kadyrova. Fiorella bajó la mirada. Seguía doliéndole igual de fuerte que hacía más de veinte años atrás. El tiempo no había podido apagar su belleza y tampoco la de su marido. Ojalá, si hubiera podido contra su mente y los recuerdos. Fiorella Rinaldi ganó la vida cuando Oksana Kadyrova dió la suya a cambio. Leonard Salerno tuvo problemas con el difunto líder de la krasnaya Sem’ya, la segunda mafia más poderosa de Rusia y enemigos natos de los Kadyrov, cuando uno de ellos intentó llevarse consigo a Fiorella y hacer tratos con los enemigos de su familia para obtener armas. Esta alianza, llamó la atención de Yuri Kadyrov, padre de Valery, quien viajó desde Moscú para buscar respuestas sobre esas alianzas que los italianos, no apoyaban, pero en las que sí se vieron involucrados. Leonard terminó haciendo tratos con Yuri para eliminar a Kuznet, pero en el camino, se encontró con Fiorella encerrada en las manos del enemigo y en una posición desventajosa, en la que Oksana, la favoreció para salir sana y salva, cuando recibió por ella un disparo que le arrebató la vida. Era una deuda que seguía abierta y que ninguno de los dos olvidaba. —No me mires así, Fiore. —¿Lo has estado investigando? —No quiero nada que tenga que ver con los rusos. Los he mantenido en la mira porque no los quiero cerca. No son gente en la que debamos confiar y si te tranquiliza, créeme, no ha echado a su madre en falta. Es el maldito diablo. El capo no pudo contener su último comentario. —¡Leonard! —¿Qué? No es una mentira. El desgraciado asesinó a su hermano a sangre fría. Lo hizo pedazos después de cazarlo como un animal salvaje. ¿Te das cuenta? Lo más peligroso que tiene ese hombre, es que miralo—señaló la pantalla—, parece increíblemente pulcro y no lo es. —¿Cómo sabes tanto de él? —Porque lo mantengo en la mira por el bien de esta familia. Te lo he dicho. No quiero nada que tenga que ver con ninguno que tenga el apellido Kadyrov. —È perché sai di essere in debito con loro? (¿Es porque sabes que les debes?) Esa es la razón por la cual has mantenido tus ojos en Moscú desde que sabes que él está allí, en el poder. Las palabras de su esposa, casi fueron una bofetada. Fiore siempre era directa. Le decía las cosas a la cara y mencionaba lo que pensaba sin miramientos. No le importaban que tan imprudente fueran las cosas. Ella siempre hablaba. —¡Basta! No voy a discutir por tonterías. —Leonard, per favore. Puso sus manos sobre la mesa en muestra de autoridad y le pidió que la escuchara. Sabía que su marido era bueno para evadir, así que buscó sus ojos para que pudieran hablar y él se tranquilizara. Leonard tomó aire. Estaba bien. —No quiero que me necesite—confesó entonces—, porque por sangre, estoy obligado a decir que sí a todo y no quiero verme obligado a ceder cosas que son importantes para mí. No quiero darle ni un solo centavo, no quiero darle mis empresas, no quiero darle nada aunque me pague por ello. —Sé que Yuri nunca te agrado ¿Pero a caso una empresa es más relevante que lo que tenemos ahora? No pienses en mí, piensa en nuestra hija. Yo no le agradezco a Oksana por mi vida, le agradezco porque gracias a ella, conocí a Alessandra y he vivido más de veinte años, siendo plena a tu lado. ¿No puedes pensar igual que yo? Leonard pasó las manos por su cabello y se puso de pie. No era la empresa, ni tampoco el dinero, era él. Por alguna razón, no lo toleraba. —No es el dinero. —¿Entonces qué es? —No puedo confiar en él. No lo tolero. Cada vez que veo una foto suya me vienen tantas cosas a la cabeza que si fueras tú quien lo maquilara, te volverías loca, Fiorella. Ese hombre no es confiable, así que lo quiero lejos de mi vida y lejos de mí familia. No hay deuda que pagar, así que tú también, sácalo de tu cabeza. El capo se acercó a su esposa. No quería enfadarse con ella. —No voy a enfadarme contigo sobre esto—acarició su cabello lacio y besó su frente—. No discutamos sobre cosas que aún no tenemos claras. Mantengo a ese hombre en la mira porque siempre puede venir aquí. Sus problemas le empujan a Palermo y es riesgoso. Siempre veré por ti y por mi hija. No lo quiero cerca. Fiore no sabía que su marido tenía presentimientos malos. El cuerpo nunca traiciona y Leonard tenía activo ese pequeño sensor que le informaba que todo podía ir mal en segundos. Le preocupaba que él tenía la ENI y que sus negocios, que alguna vez pensó muy atractivos, ahora le ponían en situación de riesgo. Nunca imaginó que Gentile decidiera vender las acciones de Lukoil, aunque él siguiera administrándolas, fue una oportunidad inesperada, que no dudó, pues no tenía idea de que algo así pasaría. Esa empresa le dejó millones en ganancias. Financieramente, no fue una mala jugada. Personalmente, fue la peor decisión de su vida. (...) —¿No volverás a ver a tu familia? —No tengo permitirlo hacerlo—respondió Fabio. —¿Por qué? —Porque mi trabajo es estar veinticuatro siete, contigo. No tengo descansos y una vez que entras a la mansión no hay forma de salir de ella. No necesito regresar a casa, sabía mi destino cuando decidí venir aquí. Santino es mi familia, ahora. Alessandra se mantenía en el jardín practicando el violín. Era buena para ese instrumento al igual que para bailar y Fabio, solía escucharla durante horas practicar las más hermosas melodías. Solía tener un buen gusto para escogerlas. La chica vestía un elegante traje de coctel y su cabello lacio permanecía recogido en una agradable coleta alta para evitar que el calor húmedo de otoño, provocara que algún cabello, se le pegara al rostro. —¿Eres feliz aquí? La pregunta fue sencilla de responder. —Claro—respondió sonriendo. —¿Y qué habrá luego? —¿Como qué? —Me refiero a que al estar aquí renuncias a cosas que usualmente un hombre haría. Papá dice que todos deben de tener una familia—comentó la chica mientras acomodaba el violín en su hombro—. Papá es tradicional, posiblemente heredó eso del abuelo. La familia, las reglas y los códigos son inviolables, así como las tradiciones sicilianas católicas. —No hay mucho de católico, más bien siciliano. Ella sonrió. —Tal vez, a mí me sigue pareciendo religioso. Fabio le tendió el arco del violín. —He aprendido una nueva canción. —¿Cuándo? Fabio no solo era su guardaespaldas, también era no sabía exactamente como explicarlo. Había dejado claro desde el primer momento que le gustaba como hombre y él no dijo mucho al respecto. Él siempre estaba para ella, despertaba y lo primero que veía era a Fabio y al dormir, lo último que sus ojos observaban eran los lindos ojos de ese hombre. —Hoy, en la habitación. —¿Me dejarás escucharla? Era un amigo al que no podía tocar de más. Un amigo que podía escucharla durante horas, pero con el cual, en secreto, siempre podía coquetear, aunque él se opusiera. —Siempre te dejo escucharlas primero. Una vez lo intentó. Mierda. La cara se le llenaba de vergüenza al recordarlo. Era de noche y buscaba un vaso de agua. Sorprendentemente, Fabio estaba despierto. La encontró en la cocina y hablaron de muchas cosas, en voz baja, pero cuando ella regresaba a la habitación, sintió la tensión y quiso poner sus manos en su pecho pero como si fuera un carbón, él se apartó. Sintió que sus manos le hicieron daño. No lo volvió intentar, en semanas, pero después se volvió algo natural, entre ellos. Alessandra sujetaba su mano a veces, él se lo permitía, pero siempre tenía claro que no podía ir más allá. La chica tomó el arco y comenzó a tocar una canción diferente a las que siempre tocaba. Era una canción melancólica pero a la vez generaba suspenso. Su sonido, asimilaba el ir y venir del viento y con cada toque del arco a las cuerdas, la nota aumentaba, hasta que se dejó envolver en una corrida mucho más larga. Fabio la observó fascinado, pero a la vez con los ojos entrecerrados debido a la música. Tocó hasta la mitad y después se detuvo. Dejó el violín sobre la mesita. —Inverno, de Vivaldi. —No es una canción nada alegre. —Es una canción delicada, simula el viento y el caer de la nieve, así como la desesperación de una tormenta invernal. Al final también retrata la felicidad de sol matutino, cuando con su calidez sutil nos quita el frío. Luego, de nuevo, viene la desesperación invernal. El hombre rió. —¿Te estás burlando de lo que dije? —¡En absoluto! Me pareció profundo. —¿Te gusta el invierno? Negó. Odiaba el frío. —No es mi estación favorita. —Allí discrepamos en algo. —¿En serio? —Amo el invierno. Es mi estación favorita. El tiempo le haría cambiar de opinión. —El invierno es agresivo en ocasiones. La primera es cálida con todo el mundo y no hay negativa en su llegada. Creo que eso es importante de analizar—opinó recordando que el frío podía matar a alguien, mientras que la primera, en su calidez, solo tenía cosas buenas que ofrecer. Alessandra lo observó. Sintió la necesidad de hacerle una pregunta, de la que temía la respuesta, pero era como su madre, así que lanzó la interrogante antes de que la valentía se esfumara. Rara vez podía hablar con él sin que otro m*****o de la seguridad estuviera cerca, así no podía desperdiciarlo. —Fabio, si yo te dijera que quiero intentar algo diferente contigo, no esto, me refiero, no como Sicurezza, sino como… lo entiendes ¿Verdad? Debes entenderlo desde siempre. Si no lo entiendes, entonces quiere decir que estás ciego a la verdad. Ella intentó acercarse pero él dio un paso atrás. —Alessandra… —Sé que no te gusta que pregunte… —Alessandra, por favor. Lo vio tensarse. El hombre levantó la mirada hacia la mansión y entonces hizo contacto visual con Leonard Salerno. El capo frunció el ceño al verlo moverse lejos de su hija. Alessandra observó a su padre quien sonrió en su dirección y después regresó a dentro. Ella comprendió por qué la evadió. —No voy a responderte eso—dijo por fin. —¿Por qué no? —Porque para ti es una simple respuesta, mientras que para mí es jugarme la vida. No estoy ciego y también, al igual que tú, siento, siento todo—logró decir, porque le costaba pronunciar las palabras. Ese era un tema que siempre evadía porque no sabía como abordarlo sin lastimarla—. Lo que pienso es que no tiene sentido. —¿Por qué no habría de tenerlo? Él respondió rápido y contundente. —Porque no podemos estar juntos, aunque sea algo que ambos queramos. Supuso que fue una buena respuesta, pero la verdad, es que fue todo lo contrario porque, abrió en Alessandra, una esperanza a la posibilidad, de poder lograr lo que añoraba. No era un amor pasajero, porque intentó dejarlo ir, sin embargo, no pudo. Confiaba demasiado en su padre, porque sabía que era lo que más amaba en el mundo, sin embargo, todo amor tenía un límite y permitir la relación de su hija con un “Sicurezza” no era algo que Leonard Salerno, iba a aceptar. Jamás.
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