SEMPITERNO| CAPITULO 02| VALERY KADYROV

2289 Words
MOSCÚ, RUSIA. Un hombre, jugueteaba con la pluma dorada en sus manos. Su cuerpo, permanecía sentado en el mullido asiento color dorado con cojines rojos, en aquella mesa del importante buffete de abogados de Bashuk. Sus manos luchaban por no intentar romper la pluma, mientras del otro lado de la mesa, Smirnov le devolvía la mirada. No iba a darle el gusto de verlo iracundo. —Señor Kadyrov. Después de haber analizado toda la documentación legal de la empresa Lukoil, nos encontramos con que no hay ninguna irregularidad. Su padre cedió esa representación a la familia Smirnov bajó una especie de donación. —¿Una herencia?—comentó uno de sus socios. Uno de sus abogados se inclinó para susurrar. —Se los obsequió. Valery esperaba esa respuesta. Apretó la mandíbula y no despegó sus ojos ni un solo segundo de Yegor. Maldito hijo de puta. Mordió si lengua para no ordenar que lo degollaran en esa misma mesa. Se dijo, así mismo, que si llevaba esa vida tan cómoda, era porque su padre fue inteligente y le otorgó la oportunidad de llevar una doble vida. Lamentablemente, él detestaba el lado blanco de esa vida. Ese día no era el Glavnyy. Durante la mañana, había despertado y se metió dentro de un costoso traje hecho a medida de diseñador italiano, se puso zapatos que valían ochenta veces el salario mínimo de Moscú al mes y luego decoró su muñeca con un Rolex impecable. Ese día era un oligarca, un hombre que tenía el poder de destruir económicamente a un país, con solo vender una de sus acciones de cualquiera de las empresas siderúrgicas y enérgicas que controlaba y lamentablemente, estaba de malas, como la mayor parte del tiempo. Su mano sobre la mesa, temblaba, así que disfrazaba ese tic nervioso con moviendo sus dedos y entreteniéndolos con un lápiz, mientras que pasara sus adentros, solo pensaba en descuartizar a Yegor. —No veo razones por las cuales la decisión del difunto Yuri Kadyrov, debería molestar a su hijo. Todo el mundo sabe que tenía una relación con mi hija y que después de la muerte de mi nieto en Kemerovo en aquella tormenta, le seguía correspondiendo esa herencia. Una tormenta. Recordaba la forma en como los Smirnov cubrieron su crimen. Vitaly murió en una excursión en un bosque rojo, devorado por lobos, después de que la tormenta lo encerrara y muriera de hipotermia. Fue una muerte estúpida. —Lo de mi hermano, aún me duele—comentó mientras para sus adentros reía de gozo ante su hipocresía—. No negaré que algo de la herencia le correspondía, pero está muerto y su madre nunca se casó con mi padre. Lukoil, debería ser mío. —Los deseos de tu padre deben ser respetados. —Apelaré la decisión de mi padre. Los documentos deben de ser analizados porque tengo mis dudas. Es extraño que el padre de la puta de mi padre ahora tenga el control de la mitad del sector petrolero de este país. Mis abogados solucionarán el resto. Cuando Valery se puso de pie, todo el mundo lo hizo. No dijo mucho, pero fue suficiente para saber que la solución legal que los abogados encontraron no le gustó, porque no le favorecía. No se limitó en nada, insultó a Tasya de puta como lo hacía en cada oportunidad, sin problema alguno de que la prensa escribiera alguna nota al respecto. El escándalo llevaba rodeándolo meses. Pensó que con la muerte de Vitaly todo acabaría. Su siguiente objetivo era matar a esa mujer y a su padre, pero siendo un oligarca poderoso, llevar a Smirnov no era tan sencillo, ni mucho menos divertido, pues le encantaba que vivieran con el miedo de que algún día, no muy lejano, encontrarían la muerte segura de una forma sádica, que el mismo les había preparado. El edificio donde se encontraban eran una belleza de ingeniería. Tenía un aspecto clásico y vajilla de porcelana, porque los hombres que se sentarían en esa mesa y tomarían el café, no eran mortales normales, eran gente que gobernaban el país y daban su aprobación a los proyectos de ley del gobierno. La temida y odiada, oligarquía rusa. De no ser, porque toda su riqueza era casi limpia de los negocios de la Bratva, Valery se hubiera quedado solo con la parte oscura de su vida, pero fue educado para ello y era un experto en tener doble cara. Para el mundo era un billonario ruso. Para la Sem’ya era su Glavnyy. Tener una doble vida le favorecía. Si los negocios lícitos no iban como deseaba, sacaba a la temida Sem’ya para que lo solucionara y así, sacaba de la jugada a todos aquellos que se oponían a sus decisiones. Lo único que le enfadaba, era que Yegor se levantara el cuello y se sintiera digno de ser su mayor oposición. Hacía un par de meses, había sido el foro económico internacional, donde su padre solía presentarse y hablar sobre sus nuevos negocios y expansión trasnacional, solo que ese año, gracias a ese maldito anciano, le quitaron el derecho de asistir, insulto que pagarían caro aquellos que se dejaron amedrentar por la familia Smirnov. Le estaban retando. —No tengo intenciones de un conflicto mayor, señor Smirnov. Gazprom sigue estando bajo mi mando y soy el accionista mayor. Lukoil está bajo su mando—acercó su mano al pecho de Yegor y lo palmeó en una muestra de amistad que las cámaras presentes, terminaron por fotografiar—. Siéntente orgulloso, eres el primer hombre que se hace de una petrolífera y la paga con un coño. Dile a Tasya que, por primera vez , el hecho de que sea una puta te benefició. El Glavnyy se apoderó del mando de la situación cuando sujetó su mano a modo de despedida y empujó al anciano en una pose soberbia que quedaría marcado en un video. Sus ojos azules lo recorrieron de pies a cabeza. Lo estaba mirando como inferior. —Ten cuidado en lo que haces, Kadyrov. —Solo estoy jugando—confesó en una conversación que solo ambos mantuvieron, pues hablaban en voz baja—. Dile a tu hija que le mando saludos. ¿Dónde está? ¿Sigue llorando? Seguía manteniendo la mano de Yegor. Apretó con fuerza. El anciano contuvo el dolor. Valery sonrió. Le dejó sufrir hasta el punto que vio sus ojos llenarse de lágrimas y fue allí cuando lo soltó. El maldito viejo lo había ocultado de maravilla. —Tasya, está fuera del país. —No, Tasya está en tu casa en San Petersburgo. Dile a esa ramera que no se oculte. Incluso si tomara un vuelo a Yakutia lo sabría. No te escondas de mí, que nadie de tu familia lo haga, porque si estás vivo, es porque yo así lo quiero. Nos vemos, Yegor. Valery hizo un gesto para que sus hombres le siguieran. Todo el mundo en la sala volvió a respirar. Su presencia era compleja de explicar. Cuando estaba en un lugar tenía un aura pesada que se sentía en el pecho de cualquiera con el más mínimo sentido en alerta. Los ancianos callaban cuando él hablaba y sus acérrimos enemigos en el mundo de los negocios, se dieron cuenta de quién era en cuanto tomó en sus manos el imperio Kadyrov. Era mejor no jugar con él y si debían negociar, era manteniendo la cabeza gacha y los ojos alerta ante cualquier posible ofensa que el oligarca de Moscú pudiera mal interpretar. El único que se atrevía a ponerse en su contra era Smirnov y detrás, tenía a un par de protegidos que desde la percepción de Valery “le chupaban la v***a” para obtener un poco de conexiones. Eran patéticos. Era otoño y pronto, Moscú se tornaría en un infierno blanco, pues el hielo, también quemaba. La hermosa mansión de Moscú seguía tan impecable como siempre. Tenía enormes jardines que yacían marchitos debido a que no había una mujer que los cuidara, como solía hacerlo su madre. Conservaba solo un Veratrum. Una flor blanca y pequeña, pero increíblemente venenosa. Hoy había sufrido su primer derrota. Aunque se mostró poderoso, por dentro estaba enardecido. Sabía que perder Lukoil, era perder parte de su poder como oligarca. Controlar el petróleo, era controlarlo todo en una nación y si lo perdía eso le daría más poder a Smirnov. Se mostró tranquilo, porque aún le quedaba un plan B. Su padre era un estúpido, esa mujer lo había convertido en una jodida marioneta. ¿Acaso su jodido coño había sido hechizado cuál droga? Habían pasado más de quince años y aún no tenía claro cuando perdió a su padre. Se reprendió así mismo por pensar en Yuri. Ese maldito que le arruinó la vida no merecía siquiera que lo recordara. No había sido un buen padre, tampoco un buen esposo y para variar, ahora, también era un inepto, incluso después de muerto. Cuanto lo odiaba. Bajó del auto cuando uno de sus guardaespaldas comprobó que todo era seguro en casa. Valery tenía un precioso cabello rubio y una prominente altura que lo hacía ver amenazante. Ese cuerpo alto, era completado con esa cantidad enorme de masa muscular que necesitaba para cubrir los más de seis pies que tenía de altura. La mansión de Moscú, estaba vacía. No vacía de decoraciones o muebles, si no vacía de calor humano. Valery no podía ofrecer un calor del que carecía. Las reglas le dictaban que debía tener una esposa y lo intentó meses después de la muerte de Vitaly. Se casó con una mujer que carecía de poder alguno, de hecho, ni siquiera la conocía. Se negó a casarse con ella bajo los ritos musulmanes y alegó que dado la forma en como llegó a él, eso era innecesario. Necesitaba una esposa y un hijo con rapidez. La chica fue escogida de la lista de un burdel, una virgen hermosa que no supo como entrar al corazón de un hombre que carecía de calidez, sin embargo, podría haber quedado viva, si hubiera descubierto que Valery carecía del corazón que ella tanto buscaba. La chica rompió reglas cuando mintió sobre su pureza, cosa que Valery terminó perdonando porque no le importaba mucho que lo fuera, sin embargo, las cosas se salieron de control cuando la descubrieron intentando escapar con un hombre que se coló en la casa para ir por ella. La chica llegó arrastrándose a los pies de Valery. La forma en como murió fue horripilante. Todo el mundo guardó silencio cuando la noticia recorrió la Sem’ya, pues Valery mostró, delante de todo el mundo, el cuerpo de su difunta mujer, colgándolo en su sala como un trofeo macabro del cobro de su traición. Solo había un detalle. No hubo tal traición. Fue algo que el planeo para hacerlo ver de esa manera. La chica era inocente y el hombre con el que intentó escapar era su hermano, aun así, fue asesinada. Valery sabía que su querida esposa solía caminar hacia las murallas de la mansión, donde, en secreto, conversaba con un hombre por las noches. No tardó en saberlo y al investigarlo, descubrió su parentesco. La mujer intentó hablarlo con él muchas veces, pero él la ignoraba fervientemente. No le interesaba en lo más mínimo, aunque ella luchara por ganar su aprecio. Cuando se supo que intentó escapar, estaba de malas, así que ordenó a Boris que fuera torturada y luego el mismo la degolló, sin saber que la chica escondía en su habitación una prueba de embarazo positiva. Cuando lo supo, se sorprendió, pero ni una sola pizca de remordimiento llegó a su cabeza. La mató a ella y a su hijo, solo porque estaba harto y eso nunca se borraría de su mente. Tal vez, ese había sido el único crimen que se arrepentía de cometer muy en el fondo. Cuando observaba hacia la sala, veía su cuerpo colgado de una cadena. Su mente le recordaba ese momento, en cada oportunidad. —Glavnyy—le llamó una voz interrumpiendo su momento de silencio, mientras veía el balcón de donde alguna vez pendió un cuerpo. No tenía ni un año que había ocurrido. —¿Qué pasa Boris? —Palermo. Otto Gentile, está en Palermo. El dueño de ENI que mantiene el poder del otro cincuenta porciento de las acciones de Lukoil. Podría tener mucha ventaja, si ese hombre accede a venderle. Su cinco porciento, podría hacer la diferencia y pasaría a ser el socio mayoritario de la empresa. Palermo. Tomó un poco de aire al recordar la ciudad que le robó a su madre. Su abuelo le contó la historia. No le gustaba esa ciudad a pesar de que no la conocía. El solo hecho de pensar que allí, la única persona que lo amó, había muerto, le provocaba malestar, un malestar nada bueno. Por su bien, decidió evadir el tema. —¿Sabes por qué Smirnov me dejó el cinco porciento? —No. —Para burlarse de mí. Sabe lo humillante que es. Ese cinco porciento, es relativo a nada, a nada—comentó mientras reflexionaba en que tendría que viajar el mismo para entrevistarse con Gentile lo más pronto posible.—Sicilia ¿Cierto? —Sí, señor. Sicilia. —¿Qué sabemos de Gentile? —No mucho. Solo que trabaja para la famiglia. Era un dato importante que lo hizo levantar las cejas. Puede que ellos no lo conocieran, pero él sí que los conocía. —Да неужели? “Da neuzheli?” (¿En serio?) Cómo demonios no iba a recordar el nombre de Leonard Salerno y de Fiorella Rinaldi, si siempre que mencionaban la muerte de su madre, esos nombres iban a lado.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD