MOSCÚ, RUSIA.
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Valery olía el miedo.
Las piernas pudieron temblarle en cuanto estuvo de pie delante de la enorme cama con dosel y cortinas color blanco transparente, sin embargo, mantuvo sus pies sobre la tierra e intentó con todas sus fuerzas pensar en otras cosas, menos en lo que estaba segura, pasaría de allí en un rato. El aroma a ese hombre inundaba todo el ambiente y se sintió como una presa entrando en el territorio de una fiera.
Nerviosa, analizó la habitación, tanto como la carente iluminación se lo permitió. Las luces no iluminaban del todo, parecían estar alumbrando a un treinta por ciento, por lo que cuando la puerta se cerró detrás de ella, perdió la poca iluminación que provenía del exterior. Tragó saliva y caminó un poco más para adentrarse en la habitación y pode
