SEMPITERNO| CAPITULO 01| ALESSANDRA SALERNO

2581 Words
PALERMO, ITALIA. DOS AÑOS MÁS TARDE DESPUES DE LA MUERTE DE VITALY KADYROV. Una mujer se afirmaba con fuerza al tubo color plateado. Necesitaba una concentración plena para poder hacer el complicado “Handspring”, un movimiento usado en el arte de la danza para forma con su cuerpo una V en diagonal, casi perfecta. Todo el peso recaía en sus manos y en sus hombros, por lo que necesitaba una concentración monumental para lograrlo. Sus piernas se volvían una letra perfecta en medio de la barra y al verla mantener el equilibrio y además, tener una hermosa sonrisa en su rostro, su madre se sintió orgullosa. Fue demasiado natural. Fiore aplaudió. Su hija lo hizo de maravilla. —¡Perfecto, Cara! Ha sido espectacular. La italiana se movió con destreza sobre la barra y después, se dejó caer con elegancia. Era sorprendente como podía caer de pie con esos largos tacones de diecisiete centímetros que con el paso de los años aprendió a manejar casi a la perfección. Sus largas piernas eran resistentes, pues en un arte como el pole dance, tener una buena condición física era clave. —¿Qué opinas, Fabio?—preguntó Fiore en dirección al “Sicurezza” de su hija, quien con ese rostro serio que lo caracterizaba, asintió ligeramente. —Ha sido espectacular. Qué respuesta tan más seca. —La emoción con la que lo dices es sorprendente, Calabrese. Cualquiera diría que estás obligado a responder y has dicho lo que pensaste que nos agradaría escuchar—espetó la italiana haciendo que su guardaespaldas se mantuviera igual de impasible que antes. Fabio la observó. Nuevamente, no transmitió nada, ni siquiera una emoción. Alessandra se sintió enfadada al notar que ni siquiera la mayor provocación, lograba sacarlo de su zona de confort, cuando estaba delante de su madre. Si con su adorable madre, se comportaba así, no tenía dudas que con su padre, se ponía el doble de rígido. “Sí, señor”, “No, señor”, “Pienso igual que usted, señor”. La siciliana, tenía sentimientos encontrados, por un lado, deseaba hacerlo que sonriera cuando su madre estaba presente y por el otro, quería matarlo por hacerla ver como una chocante delante de su progenitora. —¡No seas grosera con Fabio! —Él sabe que no hablo en serio ¿No es cierto? El hombre asintió. —Estoy acostumbrado al carácter voluble de la señorita Salerno, Regina. Le aseguro que en estos años he aprendido a conocerla. No me tomo en serio ninguna de las palabras que usa como provocación. Suele divertirle, hacer enfadar a la gente. Fiore no pudo evitar reír. —Vaya, que si la conoces. Mi hija suele ser un poco peculiar, pero sin duda no lo hace por ser grosera. Solo tiene ese incómodo gusto de hacerse la poderosa en cada conversación. No tengo dudas que tu punto de vista es sincero, después de todo, ¿Quién más podría dar un punto de vista objetivo sobre su baile además de ti? Fabio llevaba viéndola bailar desde los quince años, cuando Alessandra decidió comenzar a tomar como suya esa herencia que traía por parte de su madre y abuela. Leonard, le asignó a aquel hombre como su protector. Era ocho años mayor que ella y pensó que la diferencia de edad no tan distante, podría hacer que se formara una relación estrecha como la que existía entre su hermana, Ludmila Salerno, y Giuseppe, quien era su Sicurezza de toda la vida. El capo de Palermo nunca esperó que su decisión, causara un efecto adverso que más tarde le traería serios problemas y el mayor enfado de su vida. El “pole dance” no era un deporte corriente como muchas mujeres solían decir, menos cuando se hacía por placer en vez de por necesidad. Lamentablemente, muchas de las mujeres del bar de Palermo lo aprendían para seducir con sexis bailes a los caballeros, solo que Alessandra nunca había tenido tal necesidad o al menos, no lo hacía por dinero. Alessandra Salerno, nunca echó en falta nada. Desde pequeña se vió rodeada de toda clase de lujos y es que siendo la única hija de su padre y la única heredera mujer de la familia, se ganaba la mayoría de las atenciones ¿Cómo no iba a hacerlo cuando se parecía demasiado a su abuela paterna? Su madre, Fiorella Rinaldi, se había jactado de ser la única de las tres Reginas en dar a luz a una niña. Algo que era bueno y malo a la vez. Leonard Salerno llevaba más de veinte años siendo el capo de Palermo y el hombre más poderoso de Sicilia. Desde que se casó con Fiorella había llevado una basta vida tranquila, llena de éxitos y alegrías, pues la vida le regaló una hermosa familia. Hubo cosas que no le favorecieron demasiado y que, como todo lo que implicaba la vida, también le trajo problemas. Alessandra era su princesa, pero era mujer y una chica nada interesada en los negocios de su padre, al menos hasta ese punto de su vida. La italiana, tenía veintitrés años y cada día que pasaba, tenía un parecido mayor a su familia paterna. —¿Papá no ha regresado? —No. —¿Te dijo cuando regresa? —Posiblemente en unos días. Sabes que cuando viaja a Florencia suele tarda más de o planeado. Mientras tanto, deberías aprovechar la barra y olvidarte de tu padre, sabes lo poco que disfruta de verte bailar. Alessandra adoraba violar las reglas. —Sabes que no le molesta eso. —¿Entonces porque se enfada tanto? —Papá es celoso, piensa que practico para alguien. Lanzó una mirada divertida en dirección a Fabio, quien se quedó rígido y aclaró su garganta mientras veía a Fiore reír por el comentario de su hija. —Creo que tu padre exagera. Alessandra se acercó a su madre. Vestía un top corto que dejaba a la vista toda la piel de su abdomen y solo cubría sus pechos, además de un pequeño short que era tan corto, que apenas y alcanzaba a cubrir sus piernas. No lo usaba porque fuera su atuendo favorito, sino porque era mucho más sencillo practicar así. —Creo lo mismo—dijo besando su mejilla y sentándose a su lado—. Quiero viajar a Florencia el mes que viene. Tiene un par de semanas que no veo a Gianni y Marcello ha estado ocupado con asuntos del tío Luca. ¿Puedo ir? —Estuviste en los Emiratos hace dos semanas. —¡Fue aburrido!—comentó recordando que había tenido que salir del país rápidamente. Gianni se marchó de la ciudad antes de lo planeado y ella, al estar bajo su cuidado, tuvo que regresar antes de que su padre supiera que se había quedado cuando su primo ya no estaba en el país. Eso sería romper las reglas y siempre respeto los que el capo de Palermo le impuso para darle libertades. Gianni nunca tomaba esa clase de decisiones, de hecho, era muy responsable. Su carácter divertido y seductor no debía ser confundido con inmadurez o falta de temperamento. Era el responsable de las decisiones de los cuatro cuando salían de viaje, pues, desde que cumplieron la mayoría de edad, ella y sus primos, solían ser inseparables. Gianni era el líder de todo junto con ella, como los mayores. Eran los responsables de las travesías y de todo lo que podía salir mal en un viaje. Marcello siempre estaba dispuesto a unirse a las aventuras. Adriano añoraba romper las reglas Juntos, eran el cuarteto perfecto de las más locas travesuras, especialmente los varones, ella se dedicaba a reír y a disfrutar de cada minuto que compartía con aquellos que consideraba más hermanos que primos. No sabía nada de Gianni desde aquel viaje. —Lo que sea. Debes quedarte en casa. Tenemos cosas que hacer. Puedes aprender nuevas cosas o inclusive terminar tus clases de violín. Ten por seguro que tu padre no se molestaría por eso. La chica sonrió a la vez que negaba. —Entonces, intentaré hablar con Gianni. —Gianni pronto dejará de ser quien conoces. —Gianni siempre será Gianni. —Lucian le ha dado responsabilidades. Sabes que sus momentos juntos solo eran momentáneos. Tus primos van a seguir el rumbo de vida. No quiere decir que no estén para ti, solo que tal vez no estén disponibles todo el tiempo. Gianni será un capo, lo mismo que Marcello y Adriano. Tienen responsabilidades con los negocios de sus padres. La idea de crecer siempre le había aterrado y ahora era un hecho. Los juegos de niños se terminaron, después vinieron los viajes que parecían ser el punto clave de su hermandad, pues compartieron buenos momentos, ahora la realidad la golpeaba solo para hacerla darse cuenta de que era una mujer. La idea le formó un nudo en el estómago. —¿Y qué hay de mí? —La posición de tu padre, es tuya. —Eso desestabilizaría Sicilia y no creo que sea para mí. Lo he pensado muchas veces y creo que lo mejor siempre ha sido Renzo. Te lo dije una vez y lo mantengo ahora, no tengo problemas con que papá le seda el control. Crecerá. Renzo era su primo menor. Tenía quince años, pero un carácter fulminante que toda la familia amaba. Era muy inteligente y muchos de los socios de su padre, lo ponían como el próximo sucesor, cosa que no le causaba ni un solo problema. Adoraba a Renzo, era su pequeño hermanito. —Claro que crecerá, pero… —¿No quieres que sea Renzo? —Quiero que sea Renzo, pero también quiero que lo pienses bien. Siempre puedes ser una Regina. Sería bueno ver a una mujer a la cabeza de todo. Tal vez sea duro al principio, pero los hombres te respetaran, siempre habrán de respetarte y lo sabes. Alessandra suspiró. No tenía intensiones de pelear por respeto. Quería disfrutar de su vida y estar a lado de quien amaba. Tal vez no tendría Palermo, pero sería feliz. Los ojos ámbares de su madre le devolvieron la mirada y por un segundo sintió la necesidad de decirle lo que deseaba. —Y si te digo que quiero casarme. Fiorella parpadeó. Primero se mostró perpleja, después estalló en una risa sonora que provocó la misma diversión en Alessandra. Fue claro que su madre lo tomó como una broma. —¿Pero qué cosas dices? ¿Quién sería el afortunado? —Solo digo—respondió—. Quiero una vida feliz, como la tuya y la de papá. Me gustaría disfrutar de mis placeres como lo son el baile, el violín y viajar junto al hombre que amo. Sé que este es el mundo de nuestra familia, pero si se me da la oportunidad de no ver sangre, la voy a tomar. Fiore dejó de reír, pero mantuvo una cálida sonrisa. Acarició la mejilla de su hija. —No todas las historias son felices, querida. Eres joven. No pienses en casarte, piensa en conocer el mundo o en disfrutar de los placeres. No creo que un hombre sea necesario para tal felicidad, aunque no mentiré al decirte que cuando encuentras a un hombre que te sigue el ritmo, todo vale la pena al doble. Ya conocía el mundo, en su mayoría. Ya había disfrutado de todos los placeres, salvo uno. Una mucama interrumpió la conversación de madre e hija para informar a la Regina que tenía una llamada. Fiore se disculpó y la dejó sola para que siguiera practicando. La chica la despidió con una sonrisa y después se quedó sentada en el sofá observando la barra. —¿Por qué siempre es así? —¿Así cómo? —Deberías intentar hablar más con mi madre. —No tendría caso—opinó Fabio. —Yo creo que tendría mucho—replicó la italiana recostándose sobre el sofá para poder verlo. El guardaespaldas permanecía en silencio, cerca de la puerta. Alessandra adoraba verlo. Tenía ese seductor traje n***o y unos pantalones que le daban relevancia a ese trabajado trasero y grandes piernas que todos los días aumentaba en la prensa y con las barras. Fabio sonrió. Borró ese rostro serio y le ofreció ese trato cálido que siempre había tenido para ella. Lo único malo de ello, era que lo sacaba a relucir, cuando estaban a solas. Si su madre o su padre, estaban en la habitación, era una piedra humana. Tenía reglas que seguir y una promesa que mantener, al menos ante los ojos del mundo, porque internamente sabia que las estaba rompiendo a diario. —Te viste preciosa haciéndolo. Eso puso sus mejillas rojas. —Eres todo un caso, Calabrese. Ese era su mayor secreto. Su impasible guardaespaldas era el hombre a quien amaba con locura y el único que provocaba esos deseos románticos que añoraba sellar en un juramento eterno, solo que su realidad era diferente. No podía casarse con Fabio, a menos que su padre lo aceptara y el hombre estaba seguro de que el capo, jamás le concedería a su hija, por mucha estima que le guardara. —No lo hagas de nuevo. —¿Que no haga qué? —No le digas a tu madre que vas a casarte. El capo buscará la cabeza del hombre que te hace tener esos pensamientos y ordenará que se la corten. No mides tus palabras y eres demasiado arriesgada. La mujer rodó los ojos. Se levantó del sofá. —¿Tienes miedo? —Confías demasiado en tu padre—musitó haciendo que la mujer se quedara paralizada unos momentos procesando esas palabras ¿Qué quería decir con eso? Al ver su confusión, el hombre prosiguió—. El capo es un excelente padre, pero no deja de ser el dirigente de esta ciudad y yo no dejo de ser un simple “Sicurezza”. No estamos en el mismo nivel y eso siempre lo he tenido claro. Si tú olvidas donde estamos parados, siempre será mi deber recordártelo. Fabio Calabrese, era único en su trabajo. Era el hijo menor de un clan poderoso, bajo el ala del Leonard Salerno. Al no ser el primogénito, la oportunidad de guiar su apellido, era nula, así que su familia le otorgó la posibilidad de obtener un buen cargo y lo entregaron al capo de Palermo cuando era un adolescente. Santino, el Sicurezza con más rango dentro de la mansión, le tomó como un hijo propio y lo instruyó en el arte de la lealtad para con el apellido. A la edad de veintitrés, tenía una fama considerable, dentro de los miembros de la mansión, y el capo, al ver su dedicación, decidió darle un voto de confianza para que protegiera a su hija. Alessandra, quedó prendada del hombre desde el primer momento. Tenía una mirada severa, pero con el paso de los meses, aprendió a conocerlo, lo que solo le hizo enamorarse más. Pronto, Fabio Calabrese dejó de ser solo su Sicurezza y se convirtió en su delirio y en el objeto de todos sus anhelos. Sus días se basaban en verlo y en bromear con él sobre tantas cosas de la vida, pues si había alguien que le conocía más que su propia familia, era ese hombre. El hombre a quien quería más que a su vida, pero que le rompería el corazón en cientos de pedazos, en cuanto la oscuridad, cayera sobre Palermo.
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