En mi habitación había una cama individual cubierta con un cubrecama de color salmón y muchos cojines de diferentes formas, delante de ella había una enorme ventana con una cortina blanca, casi transparente, que cubría los cuatro cuadros de vidrio adornados con mariposas pintadas a mano.
Del lado izquierdo de la cama había una mecedora de madera, donde siempre colocaba mis pantalones, y debajo los zapatos que me podría al otro día. Del lado derecho había una mesa con un computador y una repisa llena de libros de todos los tamaños, cerca del monitor un enorme porta retratos donde estaba mi padre, mi madre y yo el día que me gradué de bachiller, antes de venirnos a la isla aún estaba sano y todos estábamos felices.
A la mañana siguiente mi madre se asomó a mi habitación y sentándose en el borde de la cama, retiró mis cabellos de mi rostro sonriendo al verme despertar.
─ Gracias a Dios estas bien. Anoche me quedé preocupada por no saber dónde estabas hija.
─ Lo siento mamá, de verdad que lo siento.
─ Además lo que le ocurrió a ese chico Carlos y a tu amiga Andrea, fue terrible.
─ ¿Qué cosa madre?
─ Aparecieron heridos, él tenía una enorme herida en su brazo, casi lo pierde, como si lo hubiese mordido un animal y ella, pobre chica, tenía el rostro destrozado a golpes.
─ Por dios mamá, ¿qué dices? ─ le dije sentándome para verla de frente, sorprendida por las cosas que me estaba contando.
─ Si cariño eran como las tres de la mañana cuando nos llamaron al hospital, pensé que ella no lo iba a contar. Tendrán que llevársela de aquí porque le destrozaron los huesos del rostro.
Noté entonces que el vestido estaba sobre la silla perfectamente acomodado, así como encima de la mesa de noche estaban el collar con el corazón de piedra negra y los zarcillos. No recordaba que hubiese llegado al cuarto, ni siquiera haberme cambiado, miré nuevamente notando que mis zapatos estaban libres de arena de playa, porque nuestra arena es blanca y mis zapatos eran negros. Parecía que alguien se había encargado de limpiarlos y dejar todo en su lugar.
─ ¿Tú estabas con ellos?
─ No.
─ Gracias a Dios. ¿Dónde te quedaste? Porque cuando le pregunte a Felipe, quien los trajo al hospital, solo dijo que no sabía dónde estabas.
─ Me quedé con otros chicos mientras ellos caminaban lejos a la orilla de la playa ─ dije desviando la mirada al suelo, tratando de recordar qué cosas realmente habían pasado, había muchas dudas en mi porque nada de lo que ella me contaba lo recordaba como sino hubiera estado allí.
─ Bien, levántate y vístete. Vamos al hospital para que veas a tus amigos, sus padres están destrozados. ─ dijo mi madre tocando las piernas bajo la colcha y cerrando la puerta con cuidado.
─ Dios mío, pero ¿qué cosa pudo atacarlos? - no recuerdo haber visto nada peligroso, a parte del hecho de lo ocurrido con Carlos y aquellos hombres de cincuenta años que nos seguían entre la gente.
Cuando llegamos al hospital, los padres de Carlos estaban llorando cerca de la puerta de la habitación y sonrieron al ver a mi madre llegar.
─ Buenos días. Vengo a revisarlo y si todo está bien podrá irse a casa ─ dijo sonriéndoles para abrir la puerta y se accercó mientras dormía en la cama aun.
─ No por Dios, no abra la ventana ni corra la cortina ─ dijo temeroso al ver que mi madre se disponía a correr la cortina.
─ Pensé que aún dormías. Es solo para que entre la luz y pueda revisarte, hijo.
─ No. No lo haga se lo suplico.
─ Ok, no lo haré ─ se acercó a la cama y le descubrió el brazo encendiendo la lámpara sobre la cabeza de Carlos que la miraba sorprendido.
Mientras mi madre lo revisaba él miraba asombrado, temeroso y retiró su mirada de mi rostro, ocultándola. Me acerqué al respaldar de la cama casi frente a él pero procuraba esconder su rostro de mi, mi madre se dio cuenta y le preguntó
─ ¿Qué te ocurre, hijo? ¿No sabes que es Teresa?
─ Si claro que sé que es ella─ contestó aun sin levantar su vista del suelo
─ Bueno, vino a verte hijo. Debes saludarla ─ le dijo dejando sobre la cama la venda que cubría su brazo y se levantó para buscar la gaza y los medicamentos para limpiar su herida.
Como había dicho mi madre, era una profunda herida, era larga atravesándole de lado a lado el antebrazo como si le hubiesen tratado de cortar el brazo de un solo golpe. Carlos nunca me vió ,al poco rato llegaron sus padres y la acompañaron a la entrada de la habitación alejándose de nosotros, me acerqué a su lado para hablarle muy bajo sabiendo que no iban a escucharnos.
─ ¿Cómo te ocurrió eso?
─ Pregúntale a tu amigo
─ ¿A qué amigo?
─ Al que llegó a buscarte en la playa. ¿No recuerdas?
─ No. Recuerdo solo que alguien me salvó de que abusaras de mí a la fuerza.
─ Si claro ahora ¿vas decirles a todos que traté de violarte?
─ Tú sabes que fue lo que pasó. No tengo por qué repetirlo.
─ Si te atreves a decirles que quise hacerlo, les diré lo que me hizo tu amigo.
─ Él no pudo hacerlo, no creo que haya sido capaz.
─ No claro que no, envió a unos matones para que me golpearan y me cortaron con una navaja el brazo.
─ Lo siento Carlos, de verdad.
─ No tanto como yo. Ahora no podré jugar más béisbol, por lo menos por un largo tiempo y perderé la beca para irme de esta inmunda isla.
─ Lo siento mucho. No vuelvas a hacerle daño a otro, no tienes derecho a ello, no eres más que los demás.
─ Vete Teresa, aléjate de mi y no vuelvas mas.
─ Espero que con lo que te ha pasado mejores ─ le dije mientras él ni siquiera se digno a verme.
Me alejé de su cama acercándome a mi madre, quien se despedía de sus padres y entraba a la habitación, con los medicamentos para limpiarle la herida. Esperé a fuera de la habitación para que juntas fuésemos a visitar a Andrea, al final del pasillo. Cuando abrimos la puerta Felipe estaba sentado dormido, con la cabeza inclinada casi a punto de caerse al suelo. Mi madre se le acercó colocándole la mano en el hombro y él solo le sonrió con tristeza.
─ Debiste decirme que te quedarías con ella.
─ No pude dejarla sola.
─ Ella solo duerme hijo, no necesita compañía.
─ Anoche lloró, la escuché.
─ Es solo el efecto de la anestesia, solo eso.
─ ¿Cuándo va a despertar?
─ No podemos dejarla despertar, debe estar sedada por lo menos diez días.
─ ¿Diez días?
─ Así es. Tiene los huesos rotos de la mandíbula y de los pómulos.
─ Pero ¿crees que se salvará?
─ Si cariño. Solo hay que tener paciencia y pedir por ella.
─ No debí dejarla sola, no debí ─ dijo mirándome asombrado mientras me acercaba a él para abrazarlo ─ fue solo un momento mientras subí a buscar más vino al carro de Carlos, Teresa.
─ Lo siento Felipe, lo siento mucho.
─ Bien, chicos los dejo un segundo voy a buscar otro medicamento para ponerle a Andrea. Ya regreso ─ dijo mi madre dejándonos solos en la habitación mientras Felipe lloraba en mi regazo y le acariciaba la espalda para apoyarlo.
─ ¿Qué fue lo que pasó?
─ No lo sé Teresa. Recuerdo que estuvimos jugando con Gustavo y Sonia en la orilla y luego ellos nos dejaron solos entonces empezamos a caminar y nos alejamos de ustedes, recuerdo que vi que Carlos se sentaba junto a ti pero no volvimos a verlos. Sentimos frío y me pidió que fuera a buscar vino, eso hice y cuando regresé la encontré tendida en la playa con el rostro lleno de sangre. La levanté de la arena y la subí como pude al carro de Carlos, entonces lo vi tirado en el estacionamiento, no había nadie cerca, las fogatas se habían apagado, como pude los traje a los dos. Fue horrible.
─ Lo siento Felipe, lo siento mucho.
─ Creo que abusaron de ella Teresa. ¿Cómo les dijo a sus padres?
─ Si eso ocurrió, de eso se encargará mi madre. No te preocupes.
─ Dios mío, es una pesadilla.
─ ¿Gustavo y Sonia dónde están?
─ No lo sé. Con todo esto no pude llamarlos tampoco he sabido nada. Estuve solo al traerlos.
─ Bien. ¿Recuerdas haber visto al chico del camión viejo en el estacionamiento, cerca de nosotros?
─ No no vi a nadie Teresa. Solo recuerdo a los chicos que estaban con la música que se acercaron a la fogata con nosotros, a nadie más.
─ ¿Estás seguro?
─ Claro que sí ─ dijo con angustia en su semblante mientras escuchamos la puerta abrir y entró mi madre con los medicamentos.
─ Ok chicos, si quieren vayan a tomarse algo en la cafetería mientras reviso el vendaje de Andrea ─ sugirió mi madre luego de entrar, entendí que debía llevarme a Felipe y eso hice.
De camino a casa mientras mi madre me hablaba, no recuerdo sobre qué, me pareció ver junto a la estación de gasolina esperando su turno para llenar su tanque un camión n***o como el de esa noche. Recorrí con la vista la estación hasta que lo reconocí, sentado entre los demás, que hablaban con los periódicos en la mano y bebían cerveza. Esta vez estaba vestido con una camisa azul y unos tirantes marrones que sostenía su enorme pantalón gris, no sonrió, estaba tenso. Estábamos en la carretera, parados frente al semáforo esperando que cambiara la luz y entonces él se volteo a verme o al menos eso me pareció, fueron unos segundos antes de que mi madre arrancara del auto y siguiéramos camino a casa de nuevo.
Esa tarde llevé de regreso el vestido a casa de Rosa, cuando estaba cerca de la entrada por el jardín, me pareció que alguien salía de su casa, pero no pude distinguirlo bien. Los huéspedes venían del jardín y me impidieron verle de cerca. Solo sé que era un chico, un chico alto y blanco.
Rosa estaba cortado las flores y poniéndolas en un jarrón cuando entré a la casa. Había un agradable aroma a rosas y ella sonrió al verme llegar.
─ Me alegro que estés bien.
─ ¿Es que acaso no iba a estarlo?
─ Cariño todos sabemos lo que les pasó a tus amigos. Es terrible.
─ Si así es ─ dije dejando sobre la mesa el vestido, los zapatos y las joyas que saqué de mi bolso.
─ Este collar es tuyo cariño.
─ No Rosa, es tuyo.
─ No. Ayer alguien te lo entregó ─ me dijo sonriéndome
─ No, tú me lo distes anoche con el vestido.
─ Pero alguien lo recogió y te lo dio pidiéndote que lo cuidaras.
─ ¿Cómo lo sabes?
─ Porque las viejas sabemos muchas cosas, Teresa.
─ No le he contado a nadie sobre lo que pasó anoche.
─ ¿Qué fue lo que pasó?
─ Aun no entiendo qué pasó.
─ Porque dudas de lo que vistes, de lo que sentiste.
─ Porque nadie más lo vio excepto Carlos.
─ Es que solo tenías que verlo tú, cariño, sólo tú ─ nuevamente me sonrió colocando su mano sobre la mía e invitándome a sentarme, sentía que mis piernas temblaban de miedo.
─ No entiendo Rosa, no entiendo.
─ ¿Qué es lo que no entiendes?
─ No sé cómo se llama, no sé quién es, jamás lo había visto antes.
─ ¿Y qué hay con eso?
─ Es que ayer me salvó, evito que estuviera en el mismo lugar con Carlos y Andrea.
─ A veces esas cosas pasan, amor.
─ ¿Tú sabes quién es?
─ No.
─ ¿Cómo sabes entonces?
─ Porque así como tú, veo cosas cariño, sólo eso.
─ Por favor Rosa, no empecemos con eso nuevamente. Son solo historias de la gente de esta isla, solo eso.
─ No cariño, no lo son.
─ Entonces por qué nadie más lo vio.
─ Porque no debían verlo, eso es todo.
─ Rosa, ¿qué es lo que me pasa? ¿Me estoy volviendo loca acaso?
─ No cariño para nada, para nada.
─ Dime ¿qué cosas ves tú?
─ A las almas que vagan en pena, hija.
─ ¿A las almas?
─ A los fantasmas, a los muertos, como quieras llamarlos.
─ ¿Y no te dan miedo?
─ Solo hay que temerles a los vivos, a los muertos no.
─ ¿Ese chico que salió de tu casa hace rato, es uno de ellos?
─ No, no es uno de ellos. Vino a pedirme que no te dijera nada, que él se acercará a ti cuando sea el momento.
─ ¿Qué dices Rosa?
─ Lo que escuchas hija. Sólo tienes que esperar el momento y él vendrá nuevamente a ti.
─ ¿Es un fantasma?
─ No no lo es.
─ ¿Por qué dices que debo quedarme con este collar?.
─ Porque él me pidió que te lo entregara.
─ ¿Cómo puede ser eso?
─ Ese collar estaba en su familia desde hace mucho tiempo amor.
─ Pero, ¿por qué tenía que tenerlo yo anoche?
─ Porque gracias a el sabría dónde buscarte
─ ¿Para qué?
─ Para salvarte Teresa, para salvarte.
─ Rosa ─ le dije cuando mis ojos se llenaron de lágrimas y empecé a llorar estremeciéndome por lo que acaba de escuchar. No entendía cómo habían pasado las cosas, qué sentido tendrían pero solo sé que la sensación de seguridad que sentí mientras estaba con él no la había sentido antes, antes de esa noche.
Los días pasaron y no volví a verlo así como a su viejo camión. Andrea se había recuperado y se había marchado de la isla con sus padres, Carlos por su parte estaba en su casa sin salir, escondiéndose de la noche casi había perdido la razón. Según mi madre ese chico había hecho cosas terribles y la conciencia no le dejaba en paz, tal vez sea como dice mi madre aunque no le conté lo que me había pasado con él como tampoco lo del chico del viejo camión n***o.
Era una hermosa tarde había tenido bastante trabajo en la fábrica, pues al acercarse el fin de mes debíamos tener listos una serie de informes. Esa tarde me quedé completándolos quedándome sola para el turno nocturno que se iniciaba a las siete de la noche.
La oficina estaba cerca de un enorme ventanal, que daba a la entrada principal, desde donde se observaba a todos los empleados a su llegada a la fábrica. Estaba en el segundo piso del edificio del área de administración, al darme cuenta de lo tarde que se me había hecho apague mi computador, tomé el bolso y los cuadernos, apagando la luz para salir de la oficina. Ya no había nadie del personal y en la planta baja solo estaba el vigilante, tomando nota de la gente que llegaba, sorprendiéndose de la hora en la que estaba aún en el edificio.
─ Teresa es realmente tarde, pensé que ya no había nadie.
─ Solo estoy yo. Tenía que terminar el informe para mi jefe a primera hora.
─ Bueno me parece muy bien que quieras cuidar tu trabajo, pero quedarte hasta esta hora es peligroso.
─ Lo sé, pero ya no soy una niña, ya sé cuidarme.
─ Parece que no. Déjame verificar si alguno de los vehículos están aquí, para que pueda llevarte hasta la casa de huéspedes, por lo menos.
─ No te preocupes.
─ Teresa, es mejor que sí
─ Espera estoy cerca de la casa solo a unas pocas calles, además como es la hora de entrada deben venir varios en camino. No estaré sola.
─ Bueno parece que no hay ninguno cerca ─ dijo el vigilante rascándose la cabeza ante la certeza de que no había vehículos cerca que pudiera llevarme hasta la casa ─ Ve con cuidado cariño.
─ No hay problema, eso siempre hago.
─ Y ya sabes si ves algo sospechoso no lo enfrentes, trata de esconderte.
─ Está bien.
─ Buenas noches Teresa.
─ Buenas noches señor Lorenzo ─ le sonreí tranquilamente mientras me observaba alejarme de la entrada hasta llegar a la puerta para abrirla, de forma automática, desde su garita.
La noche iniciaba su llegada, las luces de los faroles se encendieron y tomé camino a casa. Pensé en llegar hasta el hospital, para irme con mi madre, pero recordé que no estaría allí porque hoy miércoles era su día libre, ya estaría en casa seguramente esperándome con la cena lista. Caminaba sigilosa revisando cada esquina, cada rincón con atención, caminando por la acera derecha de la calle.
Al cabo de unos minutos apareció un grupo de tres hombres, con sus chaquetas al hombro, asumí que iban a su trabajo en la fábrica por la hora. Cuando estaba más cerca me pareció ver que uno de ellos se tambaleaba y los otros lo empujaban, para mantenerlo alejado. Sentí miedo porque no eran trabajadores, eran borrachos pensé, pero no deberían estar por esta zona. Tal vez eran hijos de algún trabajador de la fábrica, porque la policía no dejaba que personas que no fuera de la fábrica rondaran los alrededores.
Empecé a acelerar el paso mientras los observaba reírse entre sí, casi de reojo, para que no notaran que estaba asustada, empecé a respirar acelerado creo que mis pies iban tan rápido que parecía que flotaba. Entonces esos chicos se detuvieron a observarme, mientras que uno de ellos me llamaba desde la acera opuesta:
─ Si quieres te acompaño, cariño ─ se rieron un rato entre ellos empujándose unos a otros y bebiendo de una pequeña botella de vidrio con líquido amarillo en ella.
Tal vez debí esperar a alguno de los vehículos, o tal vez debí llamar a mamá para que viniera por mí, pero para eso ya era tarde. Seguí caminando como si nada, apretando el paso y abrazando con fuerza el bolso y los libros contra mi pecho, entonces siguieron caminando tratando de alcanzarme pues les había sacado ventaja. En esos momentos solo atine a rezar las oraciones que me había enseñado mi madre en especial la del Ángel de la guarda, la que repetí hasta el cansancio.
De reojo vi como una sombra, se cruzó al lado de la calle por donde caminaba. Me detuve en la acera para ver a ambos lados de la calle cuando vi las luces de un auto acercarse, demasiado cerca de donde estaba, y se detuvo abriendo la puerta justo frente a mí.
─ ¡Sube Teresa, sube ya!.
Miré a mi espalda y uno de los chicos me seguía ya bastante cerca, así que subí al camión viejo, con un sordo ruido arrancó la caja para acelerar en la esquina y alejarnos del sitio.
No podía decir nada, estaba temblando, tenia los dedos tan apretados a los libros que estaban dormidos y los brazos me dolían. Al cabo de unos minutos y estando ya alejados del lugar detuvo el viejo camión y acercó sus brazos a mi pidiendo que le entregara los libros, para ponerlos en el amplio espacio que nos separaba en ese blanquísimo asiento.
─ Veo que eres más desobediente que otras personas. Te dije que no debes andar sola y menos de noche.
─ Lo siento, se me hizo tarde ─ respondí sin verle a la cara estaba petrificada como una piedra, el miedo me había paralizado.
─ Lo sé, debiste llamar a tu madre o esperar a que te llevaran a casa ─ dijo sonriéndome mientras despacio retiraba los libros y bolso de mis manos para colocarlos en el asiento. Vio por el retrovisor asegurándose de que estábamos solos, tomó del respaldar del asiento una chaqueta de cuero y me la colocó en las manos frías que reposaban sobre las piernas.
─ Esto te dará calor, estira despacio los brazos y luego los dedos de las manos, debes moverlos despacio uno a uno ─ no sabía qué decirle, me parecía mentira que estuviera nuevamente frente a mí, como si nos conociéramos de toda la vida, como si fuera común que nos viéramos y habláramos de tantas cosas.
─ Gracias─ atine a balbucear mientras hacia lo que me había indicado con mis brazos y los dedos de las manos debajo de la chaqueta negra con olor a cuero, sin verle a la cara aun. Al poco tiempo me atreví a verle y dijo muy suavemente
─ Todo estará bien, aquí estas a salvo ─ sonrió de manera tan tierna que me hizo sonreír a mi también, sintiéndome segura, tal y como lo había dicho. Despacio encendió nuevamente el camión y tomó camino de regreso a casa.
Al cabo de unos minutos de tener recorriendo el camino, cuando la noche se había adueñado del cielo y las nubes peleaban entre sí para acompañar a la luna, me atreví a observar su hermoso rostro como aquella noche cuando me dejó en casa: su barba estaba poblando su mandíbula con un color que parecía blanco, debajo de su cuello y levemente sobre sus labios. Su mandíbula perfectamente cuadrada terminaba en una barbilla con un pequeño doblez al final, su rostro era sereno tan relajado que me parecía que nada le importara o que todo estaba tan bien que solo había que disfrutarlo.
Mientras viajaba en aquel camión viejo me parecía que tiempo no avanzaba, estaba todo tan quieto que viajaba en otra dimensión. Se detuvo frente a mi casa supe que había llegado porque sonrió nuevamente, apagó el camión, así viéndome se sonrojó un poco al notar que no apartaba mi vista de su rostro, simplemente no podía, me parecía tan perfecto que era un pecado no contemplarlo.
─ Ya estás en casa, sana y salva ─ dijo apartando su mirada de mi rostro y viendo a la calle.
─ Gracias, nuevamente ─ contesté instintivamente
─ Bien Teresa, espera que te abro la puerta porque es muy pesada para ti, y aún estas temblando.
─ No espera tú ─ le dije lo más rápido que pude aunque sentía que las palabras me las había tragado todas.
─ ¿Para qué?
─ Dime, ¿cómo supiste dónde estaba?
─ Porque lo presentí ─ sonrió levemente sorprendido por mi pregunta
─ Es en serio y no te rías, ¿cómo supiste que estaba allí, en esa calle?
─ Ya te dije que eres muy predecible.
─ Por favor no te burles.
─ No lo hago, simplemente seguí tu aroma.
─ ¿Mi aroma?
─ Si tú aroma, irradiabas miedo a todos lados.
─ No te burles.
─ No lo hago. ¿Es que acaso no sabes que cuando tenemos miedo nuestras hormonas segregan una sustancia que hasta los perros la perciben?
─ Si pero creo que no eres perro para percibirla, ¿o sí?
─ Bueno no tengo cuatro patas, ni estoy completamente cubierto de pelos ─ me observó atento y ante la rigidez de mi rostro, extendió su mano para que le diera la mía y no me pude negar.
─ Buenas noches mi nombres Juan Del Castillo pero muchos me llaman Juan.
─ Así que Juan es tu nombre.
─ Y el tuyo es Teresa.
─ Si el mío es Teresa. Dime entonces ¿cómo sabias dónde estaba?
─ Iba pasando cuando te vi y al chico que te perseguía.
─ Esta es la segunda vez que me salvas, que llegas para evitar que algo me ocurra.
─ No exageres Teresa.
─ Sabías que a Andrea y Carlos, la noche del inicio del carnaval, los hirieron. ¿Lo sabías?
─ Si lo sabía, recuerda que está es una pequeña isla y aquí casi todo se sabe.
─ Si me hubiese quedado con ellos, tal vez estaría herida o muerta.
─ No lo creo.
─ ¿No lo crees?
─ Teresa cada quien tiene el día fijado para ello desde que nacemos, solo hay que esperar que llegue y ese día te aseguro que no era el tuyo.
─ Pero ¿si era el de ellos?─ pregunté asombrada de sus respuestas, pero con la necesidad de escuchar la verdad, no podía dejar pasar este momento sin preguntarle algunas otras cosas más. No sabía dónde ubicarlo, no sabía nada de él y eso me angustiaba.
─ No. A veces nos ponen pruebas para aprender, para corregir los errores que hayamos cometido ─ dijo bajando la mirada al suelo del camión y aferrándose al volante.
─ ¿Esas heridas horribles en el rostro de Andrea era para corregir sus errores? ¿Esa herida en el brazo de Carlos y los golpes en su rostro era para eso también? No puedo creerlo.
─ Debes creerlo porque así es. Ellos debían aprender.
─ ¿Aprender qué cosa?
─ Carlos que no todo en la vida depende de su atractivo, de su físico, que debe cultivar su espíritu y que no debe ir por la vida dañando a otros o abusando de ellos.
─ En eso estoy de acuerdo, pero lo que le ocurrió a Andrea, fue terrible.
─ Si pero era necesario sino nunca se hubiese fijado en el amor tan grande que Felipe le dispensa y que además no todo está en lo hermoso de tu rostro y cuerpo. Muchas veces ella se aprovecho de eso, para lograr tener cosas, favores, cumplir con lo que deseaba obtener……..─ dijo nuevamente apenado, noté que sus mejillas se sonrojaron y se detuvo.
─ Espera, ¿quieres decirme que Andrea era igual que Carlos, pero en versión femenina?
─ No soy yo el que debe juzgarla.
─ Dios, Juan pero fue horrible lo que le hicieron, le destruyeron su hermoso rostro. Tuvo que irse de aquí para poder reconstruirlo, sus padres se la llevaron al mejor cirujano plástico.
─ Y con ello todos sus errores.
─ Carlos me dijo que tú habías regresado a golpearlo, ¿Es eso cierto?
─ No, no es cierto, estaba contigo.
─ Estoy confundida Juan. ¿Quiénes hirieron a Carlos entonces y a Andrea?
─ A veces no nos percatamos de los pequeños detalles, de nuestra intuición, de nuestra vocecita que nos dice que tengamos cuidado.
─ ¿La intuición?
─ Si algunos la llaman así.
─ ¿Quieres decir que si la escuchamos no nos pasarían esas cosas?
─ Si es muy probable que no.
─ Entonces, ¿ellos no la escucharon, no escucharon la advertencia?
─ Si, ¿y tú la escuchas?
─ Algunas veces no.
─ Recuerdas algo de aquella noche, algo por lo que hayas dudado, aunque fuera por un instante ─ me observaba atento a que en mí los recuerdos llegaran rápidamente. Lo miré con asombro y duda al mismo tiempo, dejé de mirarlo por unos instantes y cerrando mis ojos revise cada detalle de aquella noche, deteniéndome en aquellos hombres que sentí que nos seguían
─ Hubo dos hombres que nos siguieron esa noche pero al comentarle a Carlos pensó que eran exageraciones.
─ ¿Qué recuerdas haber visto? ¿Fue algo que vistes o algo que sentiste?
─ Fue algo que sentí cuando noté que nos seguían, estaban viéndonos
─ Es probable que fuesen ellos los que hicieron esas cosas. A veces hay gente que solo comete actos de maldad, solo viven para hacer daño a otros y muchos lo sentimos antes de que ocurra pero no escuchamos
─ ¿Quieres decir entonces que dejé que ocurriera?
─ No, quiero decirte que hay muchas personas que pueden ver, sentir, percibir el mal que les asecha y tú eres una de esas personas. Recuerda que la primera vez te dije que tienes un alma especial.
─ Si recuerdo tus palabras.
─ No lo olvides, eres especial. Debes entrar, tu madre te espera.
─ Si, es cierto es casi la hora de la cena.
─ Es la hora de la cena. Buenas noches Teresa, espera que te abro la puerta ─ dijo sonriéndome nuevamente, esperé que abriera la puerta y luego con ayuda de sus enormes manos, tomándome por la cintura, baje del camión sorprendida aún por la conversación que había tenido con ese casi extraño.
─ Buenas noches, Teresa.
─ Buenas noches Juan y gracias por todo ─ le dije alejándome del camión para entrar a mi casa, había caminado varios metros casi como una autómata, porque no quería dejarlo pero debía hacerlo y entonces lo escuche decirme
─ Olvidaste tus libros en el asiento ─ me detuve observando cómo entraba en el camión y rápidamente se acercaba con los libros en sus manos y al entregármelos, mirándome dijo: ─ Las almas como la tuya son especialmente buscadas. No te preocupes porque siempre hay alguien cuidándonos, Teresa De La Torre.
─ ¿Nos volveremos a ver?
─ Siempre ─ sonrió dejándome ver sus alineados dientes y su rostro se iluminó, para luego alejarse de mí y montarse en su camión estremeciéndome con su fuerte rugir al encender su motor. Fue en ese momento que me dirigí a la entrada de la casa mientras escuchaba a mi madre al abrir la puerta: ─ Gracias a Dios Teresa me tenías preocupada.
─ Lo siento me distraje, no me dí cuenta de la hora. - le respondí llegando hasta la cocina, mientras ella cerraba la puerta.
─ Sabes que es muy peligroso que andes sola de noche, y más de camino de regreso a casa desde la fábrica.
─ No pasará, te lo prometo