¿Descubiertos?
(Filomena)
—¡Tenemos qué hablar! —dijo con una voz sensual y yo no era capaz de girarme porque me estaban temblando las piernas a pesar de que estaba sentada. Sabía que ahí en el vestidor no había cámaras, pero si el señor Roberts había estado pendiente debió darse cuenta de que había ingresado a nuestra habitación.
—No creo que sea el lugar para hacerlo. En cada esquina de la habitación hay cámaras y es probable que justo ahora estemos siendo observados por mi marido. —A él eso pareció no importarle, cerró la puerta y quedamos los dos solos escuchando nuestra respiración.
—No puedes huir de mí, sé lo que sentiste ese día. Yo no puedo olvidar nada de lo que pasó, necesitaba decírtelo de cualquier forma y a cualquier precio. —La vergüenza de estar haciendo algo incorrecto quemaba como carbón encendido mis mejillas.
—Abajo está tu esposa, no merece que le hagas daño. Es una dama interesante y agradable. En mi defensa diré que había olvidado ese incidente. —Intentaba hablar pausado para que no notará mi nerviosismo. Entonces él se puso delante de mí y se hincó para poderme quedar viendo a los ojos.
—¡Repite lo que dijiste, solo que mirando mis ojos! —Puso la mano derecha en su mentón y con una mirada intimidante continuo observándome.
Mi pie de forma inconsciente se movía y entonces con la mano que tenía libre me rodeó el tobillo.
—Mira, tu cuerpo te empieza a delatar. Te pongo nerviosa ¿Verdad? —De ninguna forma le afirmaría y me puse de pie, pero estaba presionando con tanta fuerza mi pie que me hizo perder el equilibrio cuando intenté dar un paso y me fui de bruces, quedando sostenida en ambos codos. Creo que sus reflejos hicieron que abrazara mis piernas, lo cierto es que terminé sintiendo su aliento detrás de mis muslos.
Gire la cabeza para verlo y como mi vestido era holgado se había levantado, por esa razón su cara estaba pegada de mi piel.
Ese día tenía el periodo y mi vergüenza paso a ser más grande temiendo que llegara algún mal olor a su nariz.
—¿Podrías soltarme? —pronuncié con algo de enojo porque los brazos empezaban a dolerme.
—¿Ah? ¡Si! Claro. —Se incorporó y me ayudó a levantar.
—Discúlpame, en ocasiones hago tonterías y me salen mal, ¿Estás bien? —Si no hubiese sido por la alfombra que amortiguó un poco el golpe me habría lastimado los brazos.
—Sí, estoy bien... ¡Eh! Solo necesito que salgas de aquí. ¡De verdad! —Acomodé mi vestido y estaba esperando a que saliera de ahí para quejarme del dolor que empezaba a sentir.
—No puedo irme y dejar nuestra conversación de esa forma. De verdad necesitamos hablar de lo que sucedió. —«¡Qué insistente está este tipo!» Me volví a sentar, me retiré los zapatos y fui a guardarlos en su lugar.
—No veo ningún tema de conversación, a menos que accedas a pagarme mi fantasy bra. —Tenía miedo de dejar salir lo que sentía.
—Si eso deseas, te lo repondré. Yo solo quiero que me digas que sentiste algo bonito cuando nos besamos. Esa respuesta me ahorraría muchas noches de insomnio. —¿Qué podría cambiar una simple respuesta? De seguro era otro tipo egocéntrico como mi marido al que había que darle la razón y alabarlo por sus proezas.
—Si, me hiciste sentir muchas cosas. —Empuñó su mano derecha y la elevó como celebrando un triunfo, pero no me conocía ni un poquito—. Entre esas unos deseos inmensos de agarrar una hoz y arrancarte las pelotas. ¿Suficiente?
Ahora me miraba con rareza. Y puso sus manos en la cintura
—¿Eres cruel? Perversa y mentirosa. Lo mejor que tienes son tus pechos y tus pompas, hoy pude comprobarlo. —No volvería a caer en sus provocaciones. ¡Hoy no!
—Para eso tengo un marido que ha pagado cada centavo para verlas así. Por favor, ve a atender a tu esposa porque ya terminamos de hablar. —Abrí la puerta del vestidor para que saliera, pero me encontré con un par de ojos confundidos que no entendían lo que estaba pasando.
—¿Mamá? ¿Qué hacías con el profesor en tu vestidor? —interrogó y yo volteé a verlo a él para ver qué excusa le iba a presentar a mi hijo.
—Damián, me sorprendiste, quiero darle un regalo a mi esposa… Un lugar amplio como este donde pueda tener todas sus cosas organizadas. ¡Le he insistido a tu señora madre para que me enseñara cómo funcionaba! —Mi hijo no mencionó ni una sola palabra, era evidente que no le creía nada.
—Bueno, ¿Qué le parece si continúas luego con tus proyectos? Las salchichas que dejaste al fuego se echaron a perder. —Se llevó las manos a la cabeza y salió disparado de la habitación.
—Luego conversamos tú y yo. ¡Esa mentira tan barata y mal elaborada no me la creo! —dijo mi Damián y salió de la habitación sin azotar la puerta, eso me sorprendió mucho. Cada vez que se enojaba golpeaba la puerta, esa era la forma que había encontrado para hacerme rabiar.