Con el dinero fluye mi poder

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Con el dinero fluye mi poder. (Señor Roberts) Desde pequeño mi meta fue clara, tener muchísimo dinero cuando fuese adulto. Las razones fueron obvias, en mi familia pasábamos hambre en las épocas de lluvia. Éramos siete hermanos y a pesar de que mi padre trabajaba en una compañía Petrolera, había días malos… Muy malos, en los que no había nada para cenar. Mamá procuraba administrar con precaución el dinero que mi padre le dejaba mensualmente, pero con tantas bocas por alimentar terminaba siendo casi imposible. Las fechas alegres eran cuando papá tenía sus tres días libres al mes y llegaba con regalos que siempre eran dulces o alguna comida especial. Ya con ocho años, siempre cansado de lo mismo, empecé a guardar el dinero que me quedaba después de que fuese a comprar algún producto y terminará convenciendo al tendero de dejármelo más barato. Junté moneda a moneda y me compré una bolsa de caramelos para vender en el colegio. Dupliqué el dinero y de esa forma empezó a crecer mi avaricia por la plata. Desde que tuve diez años había estado manejando la contabilidad del almacén de un amigo de mi padre, que había descubierto mi habilidad para las matemáticas. Empecé organizando facturas, calculando utilidades, leía libros tributarios para instruirme y terminé realizando hasta las declaraciones de renta. También había trabajado vendiendo dulces, arepas, frutas, cargando bultos o limpiando calles. ¡Era imparable! Muchas veces fui tildado de loco o soñador. Pero el día que con quince años llegué al barrio montado en mi clásico Camaro Yenko, para quitarme todos los méritos y no tragarse sus palabras, dijeron que lo había obtenido porque estaba involucrado en negocios torcidos, pero a la única que le debía explicaciones, era a mi madre y no me las pidió. Bueno, el caso es que sus opiniones las cogí para limpiarme la cola. Y a partir de allí ningún proyecto me quedaría grande. Una hermana de mi padre me tenía mucho cariño y decidió que pagaría mi universidad. Ella no tuvo hijos y quiso brindarme la oportunidad porque decía que yo sería su minita de oro. Y tuvo razón, ahora vive como una reina porque ella confió en mí y yo le estoy muy agradecido por lo que hizo. El trabajo duro y el esfuerzo dio resultados, obtuve el cupo para ingresar en la Universidad Nacional de Colombia a estudiar ingeniería civil. Sin embargo, no dejaba de lado la contabilidad de algunas empresas que conocían mi trayectoria y me contrataban para ello. De nuevo mi padre metió su mano y me presentó a uno de sus amigos para realizar mediciones de su terreno. Desde allí, inicie formalmente a ejercer mi profesión. Con mis amigos solía divertirme y aprovechar los fines de semana para despejar la mente, me invitaron a un paseo de río un día antes de navidad y allí conocí a la primera mujer que fue el amor de mi vida por varios años, ella estudiaba dibujo arquitectónico en la Javeriana. Años después me gradué en la universidad con honores y gané una beca para continuar los estudios en el exterior, pero estaba enamorado de Sheila y pedí que me aplazaran el programa hasta el año siguiente para reunir suficiente dinero y llevarla conmigo porque teníamos planes de casarnos. Necesitaba ahorrar suficiente dinero para el viaje, así que decidí ocupar un cargo en la firma constructora César Molina y compañía. Exactamente, al acabarse el año que había pedido recibí una notificación de la universidad donde me indicaba que había sido admitido en la universidad de Harvard. Todos los detalles del viaje estaban listos y solo me faltaba renunciar a mi cargo y entregar cuentas, cuando mi jefe César Molina fue asesinado. Su familia confiaba en mí y me pidieron continuar administrando la empresa, por lo que tomé la determinación de olvidarme del viaje a Boston y quedarme al frente de la firma, donde unos años después fui encargado de liquidarla. Dejándome con más experiencia y tomando la decisión de organizar mi propia oficina, rente un lugar céntrico y busqué algunos socios que también eran ingenieros. Producto del esfuerzo que le estábamos metiendo al negocio, pronto se vieron las generosas ganancias y decidimos comprar una finca de algodón. Las ganancias de los negocios eran tan exuberantes que intentamos comprar un banco, pero estaba prohibido, entonces decidimos crear nuestra propia entidad bancaria. Lo que un día empezó como una idea algo alocada, estaba siendo el proyecto más impresionante de toda la zona.
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