Maicol estaba furioso. Lo veía en sus ojos. Me miraba con cólera y tenía la boca estrujada. Yo estaba incómoda sentada en el restaurante, sin probar la gaseosa ni las galletas. Él también tenía su vaso burbujeando intacto.
-Dime qué pasó-, pues, le reclamé furiosa.
-Eras hombre en tu otra vida-, me disparó. A mí me dio risa, pero él no dejaba de fruncir el ceño.
-No seas idiota, le dije acalorada, cómo puedes molestarte por eso, yo no creo esas cosas paranormales, en todo caso ya fue, pues, a lo mejor tú, en otra vida, eras una mujer, una cucaracha, quizás una rata-
Maicol no quería verme. -Eras mujeriego, además, salías con muchas mujeres, te divertías con ellas-, me relató.
Ups. Vaya. Me quedé boquiabierta, sin atinar a nada. La verdad todo me parecía absurdo, como una historia fantástica, una fábula, una comedia de humor fácil en la televisión o una película de ciencia ficción.
-¿Eso dijo el hipnotizador?-, me rasqué los pelos.
-No. Todo eso lo contaste tú cuando estabas en trance-, me dijo.
Sonreí. Qué emocionante. -¿Grabaste eso?-, pregunté. Maicol estrujó más su boca. -No, pero de haberlo hecho lo borraba de inmediato-
Ay, qué hombre para tonto. Me hubiera encantado escuchar saber todo lo que habría contado sumida en mis sueños. Saber que fui un sujeto en otros tiempos me puso la piel de gallina y quería saber hasta el más mínimo detalle.
-Cuéntame todo lo que dije-, insistí alborozada, pero Maicol estaba más pesado que nunca, sin ganas de hablar, con su cara arrugada. -No, no te voy a decir nada-, me dijo. Entonces, furiosa, bebí de un sorbo mi gaseosa, guardé las galletas en i bolsa y lo dejé sin despedirme. Él se molestó.
-Todavía te vas y me dejas-, me reclamó.
Me fui meneando las caderas y le mostré el dedo medio de mi mano derecha.
*****
-Pase usted, señorita Villafuerte-, se mostró solícito el hipnotizador. Y tenía que ser así, porque ya le había pagado al contado la consulta.
-Quiero saber todo lo que dije la otra vez en mis sueños-, le pedí, sentándome en una silleta.
El galeno se arremolinó en su asiento. -El subconsciente suele ser muy bromista, me dijo cavilando un momento, nos hace creer cosas que no son ciertas. Guardamos imágenes captadas en forma subrepticia, digamos, a escondidas, y al ser descubiertas pensamos que son de otra vida o premoniciones. Usted puede pasar por un parque, captar, sin saber, un árbol, un ave, un perro, eso queda grabado en una parte de la memoria y cuando vemos repetir una de esas imágenes, entonces pensamos que ¡ya estuve aquí! o ¡eso lo vi antes! ¿Me entiende? Puede ocurrir con hechos cotidianos, películas, incluso lecturas, diálogos en el autobús. Hay mil formas de provocar un almacenamiento no provocado en el disco duro de la memoria-
-Quiere decir que lo que dije podría ser falso-, me interesé vivamente.
-Exacto. La hipnosis generalmente se usa para desenterrar miedos, traumas, complejos. Se usa mucho como una medicina motivacional, buscar estímulos positivos y también vencer al pánico, al pavor o al terror, en una palabra, limpiar la mente-, subrayó.
- ¿Y en mi caso? Mi enamorado dice que era un hombre mujeriego en mi otra vida-, le interrogué.
-Yo pienso que su caso es sencillo, señorita Villafuerte, a usted le gusta un determinado hombre, conquistador, aventurero, quizás atrevido o romántico, no sé, es su tipo de hombre, que le fascina y le encantaría conocer, entonces su mente fabricó una historia fantástica de un sujeto tan conquistador, un don Juan muy efectivo, que enamora a muchas mujeres, pero que, en realidad, todas esas mujeres conquistadas es usted misma, una misma mujer enamorada mil veces en diferentes formas o propuestas. El mujeriego enamora a usted misma pero convertida en siete, ocho, nueve mujeres distintas-, explicó.
Su aclaración me dejó aún más aturdida.
-¿Grabó mi sesión de hipnosis?-, fui al grano.
-Claro. Siempre lo hago. Por una módica suma, encantado el doy el CD-, estiró su larga sonrisa.
Me incomodé. -¿Por qué graba las sesiones de hipnosis?-, pasé a la defensiva.
-Parte de la terapia. Pero eso sí, siempre toda persona que se somete a la sesión tiene que estar acompañada por uno, dos o tres familiares. Nada se hace sin consentimiento ni testigos ni parientes presentes. En su caso estaba su esposo-
Rechiné los dientes. -Enamorado-, aclaré.
-¿Uh?, se sorprendió el galeno, me aseguró que era su esposo-
No era una suma módica tampoco. Con el dolor de mi cartera tuve que pagar, pero tenía el CD, entusiasmada me fui corriendo a casa para ver las imágenes.
*****
La línea 21 me llevaba hasta Abancay. Tenía que comprar una plancha de acero para la casa. Esperé el bus en Varela, tranquilo, mirando los colectivos que iban al mercado Modelo. Por allí me saludó Fabián, un amigo pelotero en Mateo Salado. -Provecho con tu nueva chamba, Miguel-, me dijo por la ventanilla del colectivo.
Sonreí. El ómnibus llegó echando mucho humo. Por suerte estaba vacío y me fui al fondo, cerca a la puerta de bajada, pero no al final porque allí el asiento de cuero quemaba como los diablos. Es que esa parte está el motor de los GM Old Luck.
Cuando el bus avanzó hacia Arica, subió una dama alta, de pelos lacios, muy largos rodando, incluso hasta la cintura. Tenía unos lentes redondos y llevaba muchos cuadernos. Buscó asiento afanosa y se sentó justo frente a mí. Cuando se arremolinó al cuero, se le cayó su cartuchera.
Me incliné presto para recogerlo. -No se preocupe, señorita-, dije solícito. A ella le dio risa. -La caballerosidad nunca pase de moda-, me dijo divertida.
Recién vi sus ojitos tiernos, redonditos, muy negritos, dulces, haciendo juego con su naricita pequeña y su boquita bien pintada, con una sonrisa blanca, agradable y risueña.
-Por suerte está vacío el ómnibus. Siempre está lleno-, le recordé.
-Sí, pues, ya imagínese con tantos cuadernos, ay la hubiera visto verde-, se molestó ella, ordenando su naipe de textos.
-¿Los vende?-, me interesé.
-No, no, no, son de mis alumnos, tengo que corregirlos-, sonrió, hipnotizándose con un chasquido delicioso, igual a la espuma de las olas.
-¡Es profesora!-, adiviné.
-Sí, de primaria, tercero de primaria-, siguió sonriendo y me parecía más hermosa, más tierna, más dulce.
-¡Cómo no soy niño otra vez para tenerla de profesora!-, dije y ella se sonrojó.
-Soy muy estricta-, alzó su naricita con desafío y eso me enamoró aún más.
-Y yo era muy buen alumno, siempre sacaba buenas notas-, eché a reír.
No bajé en Abancay ni compré la plancha de acero, por el contrario invité a almorzar a la profesora en buen restaurante en el Jirón de la Unión. Ella aceptó encantada. -Ay, me muero de hambre-, me dijo.
-Soy Miguel, me presenté muy formal, trabajo en el Estadio Nacional-
-Daniela-, sonrió, volviendo a calcinarme con su sonrisita mágica.
Pedimos bistec con papas fritas. Estaba delicioso.
-¿Es administrativo en el estadio?-, me preguntó ella pinchando las papas fritas.
-Obrero. Me encargo de las reparaciones-, dije.
-Ah ya, obrero igual que mi padre. Trabaja en una fábrica textil en Barrios Altos-, me miró con esas pupilas tan negritas como la noche.
-Imagino tiene novio-, avancé rápidamente. Ella estrujó su boca.
-Estamos en un paréntesis, queremos darnos un espacio. Vamos a ver-, me dijo probando el arroz.
-Yo estoy disponible-, intenté dármela de audaz. Ella sonrió con la mirada.
-Me alegra-, no más dijo.
Ella vivía cerca, en Camaná. Fuimos caminando por entre las tiendas y los balcones. Le ayudé con sus tantísimos cuadernos. Al llegar a la puerta, ella me sonrió con dulzura. -Espero volver a verlo-, me insinuó.
No podía perder la ocasión. -El domingo estoy libre, podemos ir al Parque de la Reserva-, dije.
-¡Bestial! Vienes por mí a las 12-, sonrió aún más. Le di un beso en la mejilla y luego me fui saltando, brincando igual a un adolescente o mejor aún, después de haber hecho un golazo.