Mi hermana Lisseth quería ir a la playa, a broncearse un buen rato. Yo no deseaba eso, prefería quedarme en casa viendo una telenovela turca, una de esos casos enredados que me apasionaban tanto, sobre todo por los actores, muy masculinos, con sus barbitas candado que me despeinaban y me hacían sulfurar al máximo, sin embargo mi mamá ordenó ir con mi hermana, y pues, donde manda capitán...
Lisseth me sacó la lengua mientras guardaba en su canasta un bloqueador y una toalla enorme. Furiosa me puse una tanga roja y encima mi camiseta blanca, un short jean súper cortito y mis zapatillas, además recogí la sombrilla, la perezosa y mi sombrero, me puse mis lentes oscuros, redondos, grandotes y subí al auto renegando.
-Vamos a León Dormido-, dijo la jefa.
-¿Tan lejos?-, protesté.
-Allí hay muchos chicos lindos-, hizo brillar mi hermana sus ojos y sus dientes.
-Ay, eres más pesada que un elefante-, estrujé mi boca.
Por suerte la Panamericana estaba libre y llegamos en poco tiempo hasta León Dormido. Es una playa apacible, de grandes olas y el lomo de un enorme acantilado ha formado una joroba que aparenta al rey de la selva dormitando. Por eso el nombre.
Lisseth se había puesto una tanga tan diminuta que se perdía en su voluptuosa anatomía. Me molesté mucho.
-Mejor no te hubieras puesto nada-, chirrié mis dientes.
-Ay, eres una cucufata-, no me hizo caso mi hermana y se tumbó en la toalla, después de untarse todo un chisguete de bloqueador.
Yo acomodé mi sombrero enorme, destapé una gaseosa heladita y me puse a quemar al Sol.
-Ya no sales con Rafita-, le pregunté a mi hermana. Ella estaba recostada sobre sus brazos, boca abajo, dorándose como un pollo a la brasa.
-Es un idiota-, me respondió, seca, cortante.
Rafita es Rafael, el enamorado de Lisseth. Se conocieron en un quinceañero de una amiga en común e hicieron buena química. Cinco años después eran enamorados. A mí me agradaba mucho Rafita. Sencillo, noble, un poco tonto en sus chistes, muy delgado y siempre solícito. Muchísimas veces nos juntábamos Maicol, Rafita y mi hermana para irnos a bailar, a comer o a sentarnos al parque a chismear y hablar tonteras.
Justamente, a raíz de mis extrañas percepciones, conversamos sobre la reencarnación.
-Yo creo que todos hemos tenido una vida anterior, decía él comiendo un pan con chorizo que compramos en un mini market, yo creo que antes fui aviador porque siempre me imagino que estoy en las nubes, flotando entre ellas-
A Maicol no le gustaba hablar de eso. -Uno se muere y se muere, y punto-, decía.
Eso siempre se me quedó grabado.
-¿Por qué han peleado?-, le pregunté a Lisseth.
-Ella volteó y corrió sus lentes hasta la punta de la nariz.
-Quería hacer como esa películas de las sombras-, dijo ella.
Mis pelos se erizaron.
-¿En serio?-, pregunté alterada.
-Sí, se puso furiosa mi hermana, compró esposas, látigos, collares de cuero, incluso una tabla dónde amarrarme-
No lo podía creer. Rafita tan sencillo, tan noble, tan solícito y ahora con esas ideas. Me sorprendí sobremanera.
-¿Qué te dijo?-, me interesé.
-Ay, que vamos a probar qué se siente, que eso lo excitaba mucho, que no hay nada más sexy que una mujer amarrada, imagínate-, arrugó su naricita mi hermana,
Yo había hecho un reportaje sobre bondage en la web del periódico, con videos y todo. Había navegado en el internet y encontré muchas cosas, que a Galarreta le interesó sobre manera. -Averigua también sobre el shibari-, me pidió entusiasmado.
Descubrí que en Lima habían aficionados al bondage, clubes que se dedicaban al sometimiento de mujeres y hombres. Ni sabía que existía ese mundo tan extraño que vinculaba cuerdas, esposas, látigos y otros implementos.
Grabé sus sesiones. Los chicos y las chicas se pusieron máscaras para mantener su anonimato. Ellas usaban tangas de cuero y ellos slips también de cuero. Habían unos muchachos fantásticos, con unos músculos impresionantes. Ellas igualmente eran muy hermosas.
También averigüé sobre el shibari que son ataduras extremas, incluso doblando los brazos o colgando al hombre a la mujer de una pierna, bastante sádico además.
-El dolor y el sometimiento provocan placer-, me dijeron ellos muy entusiasmados.
Acepté que me pusieran esposas. Fue un chico alto, buen mozo. Tomó mis manos, las juntó y las estiró y me puso las cadenas. No voy a mentir. Me excitó mucho, sobre todo por la forma cómo me jaló los brazos, tratándome como a una prisionera. Y cuando quise soltarme, tratando de romper las esposas, me sentí aún más sensual, apretando ms dientes febril y a punto de arder en llamas. Fue una sensación demasiado sexy.
-¿Qué vas hacer?-, le pregunté a Lisseth.
-Nada. Yo no me presto para esas cosas-, dijo ella volviendo a enterrar su cara entre sus brazos.
Fue entonces que una sombra enorme me tapó del Sol. Arrugué las cejas molesta.
-¿Se puede retirar, caballero?-, protesté furiosa.
-Hola hermosa periodista-, dijo.
Cuando alcé la mirada encontré al oficial de policía que me dijo que me cubriera el día de la balacera.
-Jefe, qué sorpresa-, sonreí estirando mi manito.
Él la besó con una reverencia palaciega.
-Estoy en mi franco, siempre vengo a León Dormido, aquí puedo correr a mis anchas-, dijo él entusiasmado.
Lisseth susurró fastidiada, -¿y a éste quién lo invitó?-
Le arrimé arena con mi pie.
-Soy Roxana Villafuerte-, me presenté divertida. Él se sentó a mi lado cruzando las piernas como un asiático.
-Sí, por supuesto, se interesó mucho, he leído bastante tus reportajes en la web, en el diario, en los videos. Es usted una celebridad-
Yo estaba ruborizada. -Ni tanto-, dije golpeando mis rodillas afanosa.
-Alguien ha prendido la cocina-, me siguió molestando Lisseth.
-¿Descansa hoy?-, me preguntó. Me miró las piernas y se detuvo en mis pechos. Me puse aún más ansiosa.
-Sí, yo descanso los martes en El Cotidiano-, junté los dientes para que me vea los labios.
-Ah, golpeó su cabeza, qué descortés, me olvidé presentarme, soy el capitán Giuliano-
-¿Uh? ¿El que capturó a la banda "Los audaces", el terror de los bancos?-, alcé mis lentes.
-Ajá, el mismo que canta y baila-, infló su pecho orgulloso.
Recién pude ver bien su pecho enorme, lleno de vellos, sus brazos largotes, gruesos como troncos de árbol, su sonrisa varonil y la mirada muy masculina, golpeando mis pupilas. Me gustó su nariz ancha y de reojo le vi las piernas, los muslos. Todo era admirable en él.
-¿Usted es casado?-, intervino Lisseth queriendo estropearlo todo.
-Divorciado. Me divorcié hace dos años. Mis dos hijos viven con su madre-, dijo él sin despintar la sonrisa.
-¿Qué pasó?-, me interesé, sin dejar de golpear mis rodillas. Él me entusiasmaba y mucho.
-Oh, lo de siempre. Horarios partidos, el trabajo que me quita el tiempo, mi dedicación absoluta al cuerpo policial, ya sabes, un policía jamás tiene tiempo para nada. Ella decidió dejarme-, lamentó él.
-Igual somos los periodistas. No tenemos horarios-, enfaticé pasando la lengua por mis labios. Él lo notó. También miró y admiró otra vez mis pechos. El fuego empezaba a calcinarme y a convertirme en cenizas.
-Por allí podemos vernos, no sé, tomar un café-, se aventó el capitán. Pasé la lengua por mis dientes. -Me encantaría-, dije con la vocecita sensual y musical. Lisseth chirrió sus dientes.
Grabé su número en el móvil. El capitán se puso de pie, limpió sus piernas y miré y admiré sus millones de vellos y también su ropa de baño muy pegadita. Mordí la lengua. Eso también lo notó Giuliano.
-Un gusto conocerla, dijo y se marchó. Me quedé contemplando su amplia espalda y sus grandes sentaderas. Parecía un tractor arrasando la arena.
-Maicol se pondrá muy enojado-, carraspeó Lisseth. Furiosa le arrojé mi bloqueador a la punta de su nariz.