Capítulo 6

1200 Words
-Me gusta mucho leer poesía, la naturaleza-, me fue contando Daniela. Yo estaba embobado con sus ojos. Me encantaba su sonrisa de niña traviesa y también sus manitas pequeñas, delicadas, muy blancas, casi como un papel. Se había pintado las uñas de un rojo poco intenso que la hacía sublime. Nos sentamos en un banco del Parque de la Reserva. Por allí pasaba un tranvía haciendo bulla y una pareja llevaba a su menor hijo en un cochecito. -A mi me gusta bailar las guarachas, también mambo y a veces bolero, soy buen bailarín-, inflé el pecho. -Esa música es bonita, pero a mi gustan más la música mexicana. Veo las películas de Negrete, Infante, Solís solo para verlos cantar-, me contó ella ensanchando su risita. -Sí, es bonita esa música-, dije divertido. En realidad no sabía mucho de ellos. Conocía poco de esos cantantes, además. Prefería el fútbol, pero estaba seguro que a ella no le gustaba en absoluto. -¿Te gusta el fútbol, el voleibol, quizás?-, me atreví. -No, para nada-, me respondió seca. Me sentí cayendo al vacío. Yo había tenido razón. Le conté que había tenido muchos trabajos, que después de culminar el colegio me vi obligado a trabajar, ofreciendo diarios en el Jirón de la Unión, en el mercado Modelo de Breña, incluso de ropavejero y hasta vendiendo kerosene y carbón. -Hago de todo, soy pintor, gasfitero, albañil-, le dije. Ella se sonrió. -¿Por qué no estudiaste una carrera?-, me preguntó achinando sus dulces ojitos. -Falta de dinero. Mis padres eran muy pobres. No pude ingresar a la universidad, a estudiar contabilidad, y pues me metí a trabajar-, le confesé. -A mí me gustan los hombres muy trabajadores, tu papá hizo un gran hombre contigo-, sonrió enigmática, haciendo brillar sus pupilas, mordiendo su lengüita muy coqueta. Compramos algodón de azúcar y también cocoliche. Paseamos por Campo Marte, incluso fuimos caminando hasta Salaverry. Yo no resistía más la tentación de besarla. Estaba demasiado hermosa, con esa risita pícara que tenía, su sublime mirada, su naricita en punta, tan provocativa. Entonces, vencido por los deseos, la tomé de los brazos y la besé vehemente y febril, sin darle respiro. Ella parpadeó y luego me miró sorprendida. -Vas muy de prisa, Miguel-, me reclamó. Me había encantado mucho su beso. La volví a besar, sin embargo y esta vez fue con más encono y vehemencia. Ella cerró los ojos, bajó los brazos y dejó que yo disfrute, a mis anchas del dulce sabor de sus labios. Cuando me despedí de ella, sin embargo, me asaltó la duda. ¿Me he enamorado de Daniela?, me pregunté mientras iba a casa siguiendo los rieles del tranvía. Le había hablado de mi padre, de las dificultades económicas que tuvimos y de mis sueños de estudiar contabilidad, pero no le dije de la gran decepción que sufrió mi papá con una mujer, que lo llevó, incluso, al suicidio. Pensativo llegué a casa, y luego de darme una buena ducha, me dormí pensando en los besos de Daniela. ***** Las revueltas contra el gobierno continuaban, cada más violentas. Los manifestaban tumbaban todo, incluso las banquetas y los empedrados de las calles, y atacaban a los policías con furia. El centro de Lima se había vuelto tierra de nadie y tarde y noche los combates se volvían fieros, con muchos muertos y detenidos. -¡¡¡Señorita Villafuerte!!!-, gritó mi jefe de área, Guadalupe. Sabía que quería que vaya a enfrentarme a los vándalos. -Anda con Marifé. Quiero buenas grabaciones de las peleas-, me ordenó. A María Fernanda tampoco le hizo gracias desafiar las pedradas y las bombas lacrimógenas. -Guadalupe nos ha agarrado de tontas-, me dijo mientras nos poníamos los cascos y los chalecos antibalas para desafiar a las turbas. -Hay como diez chicos en el diario y a ellos no los mandan, pero bien que escriben las noticias como si estuvieran en medio de la batalla-, mascullé enfadada. También llevamos las máscaras antigases, protectores de plástico y los stick selfies para grabar videos con los móviles. Decidimos que Marifé estaría detrás de los policías y yo seguiría a los vándalos a corta distancia. Fue mala idea. Después que dejé a María Fernanda a buen recaudo con el pelotón de policías, me dirigí en la unidad móvil hasta el cruce de Grau con Abancay, donde estaba la turba lanzando piedras. Apenas nos vieron, los vándalos se la emprendieron contra nosotros. -¡¡¡Arranca!!! ¡¡¡Arranca!!!-, le dije el chofer cuando las pedradas empezaron a rebotar en la camioneta. El piloto chirrió las llantas, puso reversa, y retrocedió a toda marcha, cuando un piedrón gigante hizo estallar la ventana del carro. Grité espantada viendo volar un millón de esquirlas estrellándose en mi protector de plástico. -¿Estás bien?-, me preguntó el chofer. Yo seguía embozada entre mis brazos y manos, temblando de miedo. -Sí ¿y usted?-, pregunté trastabillando con mi miedo. -No. Tengo la cara llena de sangre-, masculló el chofer. Me alcé aterrada y en efecto, el piloto tenía la cara cubierta de sangre, víctima de las esquirlas, con muchos cortes en la frente, mejillas y cejas y estaba con la nariz rota por la pedrada que le dio de lleno, en plena cara. -¡Madre mía!-, grité, sin saber qué hacer. Llamé al diario. -¡¡¡Hirieron a Juan!!!-, chillé presa de la histeria. Justo los vándalos rodearon la unidad móvil, abrieron la puerta y se llevaron mi celular con el sitick slfie, también la radio del carro. Otro tipo me robó el reloj y uno jaló mi cadena de catorce quilates. Luego empezaron a romper las lunas y los espejos retrovisores. Me subí encima del chofer y allí sentada en sus piernas, arranqué y embestí a la turba echa una loca, tumbando a muchos, originando una lluvia de piedras y maldiciones. Así, a toda marcha, tirando a cuanto sujeto se me cruzaba en el camino, llevé a Juan a un hospital cercano. Las enfermeras me dieron calmantes y hasta me inyectaron no sé qué cosa. No recuerdo mucho pero ellas me contaron que chillaba igual a un papagayo, me jalaba los pelos, tenía los ojos desorbitados y saltaba como conejo, y que por eso tuvieron que tranquilizarme. Me echaron en una camilla y me taparon con una frazada. Pasada la medianoche recién llegó Marifé. Yo seguía sonámbula, metida en la camilla. -Uy, loca, pareces una zombie-, me dijo ella. Tenía mis ojos inyectados por las lágrimas, mi cara desencajada y seguía temblando peor que si tuviera terciana. -¿Y Juan?-, pregunté. -Le han puesto muchos puntos en la cara pero está bien-, me informó. Marifé se comunicó con el diario y puso video conferencia en su móvil. Era el director Galarreta. Reía desde su casa, sorbiendo un café caliente. -Atropellaste a mil sujetos, loca de los demonios-, me reclamó. No supe qué decirle. -Eres la loca de los demonios más valiente del mundo, me aclaró luego, felicitaciones, señorita Villafuerte- No me alegré. Me senté en la camilla, jalé el brazo a Marifé y sin contenerme más rompí a llorar a gritos hundida en el pecho de ella.
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