PROMETE DEFENDER SU HONOR

2350 Words
Eleonora se quitó con seguridad la corona que simbolizaba su posición real y la colocó con suavidad sobre el cojín de terciopelo en la mesa. Volviéndose hacia su mejor amiga, le confesó con mirada decidida: —Evangeline, estoy dispuesta a abandonar mi título de princesa por el amor que siento por el conde Sebastián. Esta corona ya no define mi felicidad. Prefiero una vida común, pero llena de amor verdadero, a las restricciones de la realeza sin él —La habitación se llenó de un silencio significativo mientras sus dos acompañantes comprendían la valentía y determinación de Eleonora ante la perspectiva de un amor prohibido que desafiaba las perspectivas y las normas sociales. Eleonora se encontraba en un punto donde ya no quedaba nada más que deliberar. El conde, formalmente, la había aceptado en su vida y aunque sentía la responsabilidad hacia sus súbditos, la confianza en que podrían comprender su decisión que iba a tomar la impulsaba a emprender la huida, dejando atrás cualquier pensamiento que pudiera atarla a una segura infelicidad. Su mejor amiga y confidente sintió un poco de temor y advirtió: —Querida Eleonora, tus padres no permitirán que cometas semejante locura. Estoy segura de que te encerrarán hasta que desistas de esta idea imprudente. —No pienso revelarles mis planes, Lady Evangeline. Mi corazón me guía y estoy decidida a seguir mi propio camino, aunque ello signifique desafiar a mis padres. Lady Evangeline comprendió que Eleonora estaba decidida, por ende, solo le quedaba acompañarla en su locura, pero tenía que prever todo así que como lady Isabella estaba angustiada aprovechó para hurgar en su miedo: —Isabella, si permites que la princesa huya, te colgarán por traidora. ¿Lo sabías? —Lady Isabella palideció, conocía las reglas del castillo. —No planeo dejarla, Evangeline. Solo llevaré a Lady Isabella y algunas ropas. Todo lo demás quedará en el palacio. Lady Evangeline, te pido que regreses a tu casa. No quiero que te veas involucrada cuando llevemos a cabo nuestro plan. Lady Isabella, volvió a respirar tranquila: —Princesa Eleonora, agradezco que no me dejes en el palacio. Estoy lista para ser tu acompañante en esta nueva vida. —Aprecio tu valentía, Isabella. En este camino incierto, necesitaré lealtad. ¿Estás dispuesta a estar conmigo hasta que la muerte o el poder nos separe? —Dispuesta con todo mi ser, Princesa. Juntas enfrentaremos lo que venga, hasta el último suspiro. Consciente de que no podía vestir sus acostumbradas ropas ostentosas, la princesa Eleonora tomó una decisión audaz. Se acercó a Lady Isabella y en un susurro conspirador, le pidió que robara algunas prendas de las cocineras. La idea era salir del palacio sin levantar sospechas, sumergiéndose en la sencillez de las vestimentas cotidianas. Juntas, usarían ese cambio de vestuario que les permitiría pasar desapercibidas en su huida. *** En el palacio, el conde se preparaba para un asalto audaz al castillo de la princesa. Con la valentía brillando en sus ojos, ajustaba la armadura que reflejaba siglos de linaje noble. Cada movimiento estaba imbuido de propósito, pues su objetivo era claro: rescatar a Eleonora sin exponerla a peligros innecesarios. El sonido metálico de la preparación resonaba en las paredes, marcando el preludio de una misión que desafiaría la oscuridad para devolver el amor y la libertad a la vida de la princesa. *** En un instante sincronizado sin haberlo planeado, el conde Sebastián emergió de su majestuoso palacio mientras la princesa Eleonora salía del resguardado castillo. Ambos, decididos en su propósito, tomaron caminos diferentes sin cruzarse. Lady Isabella ya estaba preocupada porque no acudían a su llamado para abrir los grandes portones del palacio de Thornefield. —¿Por qué tardan tanto en abrir la puerta del palacio, Eleonora? Comienzo a temer que el Conde Sebastián se haya arrepentido de recibirte. La princesa Eleonora que también estaba frustrada intentó serenarla: —No, Isabella, no es eso. Deberían habernos abierto hace rato. Empiezo a preguntarme si pudo haber algún malentendido. —Tal vez simplemente hay algún inconveniente en palacio, princesa. Intentemos llamar de nuevo o busquemos otra entrada. Adentro del palacio estaba la Condesa Emilia, la madre del Conde Sebastián de Thornefield, había visto que estaban llamando a la puerta, pero le dijo a su empleado de confianza: —No abran las puertas, hoy no es día para atender a los miserables menesterosos. La condesa Emilia se destacaba como una mujer íntegra, fiel a las leyes y profundamente arraigada en sus creencias. Su devoción por las tradiciones reales era evidente en cada aspecto de su vida. Desde su vestimenta hasta sus decisiones, Emilia personificaba la conservación de las costumbres reales. Su compromiso con la estabilidad y el respeto a las normas la convertían en un pilar de la sociedad, siendo un ejemplo de lealtad tanto a la monarquía como a las tradiciones que sostenían su linaje. *** En el castillo de la princesa Eleonora, el conde había conseguido burlar a los guardias imperiales y adentrarse en los aposentos reales. Pero no había señales de la princesa por ningún lugar. —Mi señor conde, hemos buscado por doquier, pero la princesa y su dama de honor no aparecen. —¡Maldición! No puedo dejar abandonada a la princesa. Mi reputación está en juego. —Sugiero que nos retiremos discretamente antes de que nos descubran. Si permanecemos, podrían acusarnos de mercenarios y nuestra posición se vería comprometida. —No puedo tolerar la vergüenza de un fracaso, pero tus palabras tienen sabiduría. Prepararemos la retirada y trazaremos otro plan para rescatar a la princesa. *** Eleonora y Lady Isabella intercambiaron miradas cargadas de duda. Convencidas de que habían actuado con demasiada prisa al aventurarse en esa misión de escape, decidieron regresar al castillo. El eco de sus pasos resonaba en el sendero, mientras reconsideraban las consecuencias de sus acciones impulsivas al ver que unos malhechores se acercaban con intenciones de perjudicarlas. —¡Esperen! No somos simples campesinas, como pueden pensar. Soy la princesa Eleonora, y estoy dispuesta a recompensarlos generosamente si nos dejan en paz. Uno de los hombres con una fea cicatriz en su rostro se acercó y exclamó: —¿Princesa, dices? ¡Ja! ¡No nos engañarás, muchacha! Las riquezas de una princesa serían visibles de cualquier forma y lo único que llevan con ustedes son esas ropas harapientas que jamás harán parte de un vestuario real. —Les juro por mi linaje real, si nos dejan ilesas, les entregaré tesoros que superarán sus expectativas. No ganarán nada lastimándonos. Otro hombre con cara de pervertido se acercó aún más: —¿Riquezas de una princesa errante? No caeremos en tu juego, niña. Estamos decididos a obtener nuestras recompensas de una manera más… directa. Ambos la sujetaron por la fuerza mientras ellas forcejeaban, pero de pronto se oyeron unos disparos y los malhechores sacaron sus armas para contraatacar. Eleonora y Lady Isabella al verse liberadas de aquellos bandidos empezaron a correr con rapidez y se perdieron entre las malezas buscando el camino de regreso al castillo. *** La reina Seraphina caminaba con inquietud por los vastos pasillos del castillo, su preocupación aumentaba con cada paso. Habían pasado varias horas sin ver a la princesa Eleonora y la inquietud se reflejaba en los ojos de la monarca. A pesar de sus constantes preguntas, nadie parecía ofrecerle respuestas convincentes. El silencio del personal del castillo se convertía en un muro que obstaculizaba sus intentos de encontrar a su hija. La intriga pesaba sobre Seraphina, quien no estaba dispuesta a ceder hasta que encontrara a Eleonora y descubriera la verdad detrás de su misteriosa ausencia. *** El conde Sebastián de Thornefield, con su mirada decidida y voz firme, dirigió a sus hombres tras la derrota de los dos desalmados bandoleros. —Caballeros, nuestra misión no ha concluido. Busquen a las damas a las que estos malhechores asaltaban. Debemos brindarles nuestra protección y auxilio. Que la virtud y la justicia guíen nuestros pasos en este noble deber —proclamó, mientras sus hombres asentían, listos para cumplir con la noble encomienda. Con piernas veloces se infiltraron en la maleza decididos a alcanzar a las dos humildes damas. Con voces firmes les pedían que se detuvieran en nombre de Dios. —Princesa Eleonora, esos hombres nos están pidiendo que nos detengamos. ¿Qué deberíamos hacer? —dice Lady Isabella jadeando y con el corazón acelerado. —Me temo que puede ser una trampa de los malhechores, Lady Isabella. No podemos confiar fácilmente, hay que seguir avanzando —ordenó Eleonora. —Observa sus uniformes, princesa. No parecen ser enemigos. Tal vez buscan ayudarnos. Mantengamos la cautela, pero no ignoremos la posibilidad de aliados. La princesa Eleonora se detuvo y se volteó para mirar a los hombres que se acercaban —Tienes razón, Lady Isabella. Permanezcamos alerta, pero detengámonos y evaluemos su intención. Los hombres, con gesto respetuoso, se acercaron a Lady Isabella y la princesa Eleonora. —Nobles damas, las instamos a regresar al camino real. Estaremos honrados de escoltarlas hasta su lugar de habitación. La maleza alberga no solo peligros naturales, sino también bandidos acechando en las sombras. Permítenos velar por su seguridad y guiarlas a salvo por el sendero seguro — expresaron con respeto. Lady Isabella y la princesa Eleonora accedieron y escoltadas por los hombres del conde regresaron al camino. —Conde Sebastián, son unas humildes labriegas. Consiente que podamos guiarlas hasta su lugar de habitación para salvarlas del peligro. La princesa Eleonora escuchó el nombre del conde y sus ojos brillaron de felicidad. —¡Conde Sebastián! —gritó y cubrió sus labios porque sintió un poco de vergüenza al ser tan imprudente. —Princesa Eleonora, ¿eres tú la dama que se ocultaba bajo esas ropas harapientas? He acudido a tu llamado, pero no te encontré en el reino. —Sí, noble conde. Agradezco su valiente intervención. Estaba disfrazada para pasar desapercibida entre los maleantes. —Es un honor rescatarlas, Alteza. Mi deber es asegurar tu seguridad. ¿Cómo es que se encontraron en semejante situación peligrosa? —Me aventuré en secreto para buscarte. La desesperación me llevó demasiado lejos, pero gracias a usted, conde, mi destino será prometedor. —Mi deber es servirte, princesa. Permítame ahora guiarla hasta mi palacio. El Conde Sebastián, imponente y majestuoso, ingresó a su palacio con la elegancia propia de la nobleza. A su lado, un destacamento de hombres le escoltaba, demostrando la firmeza de su liderazgo. En el centro de la comitiva, la princesa Eleonora deslumbraba con su gracia, acompañada por su dama de honor, quienes eran la personificación de la distinción y la belleza, aunque llevasen ropas sencillas. El bullicio de la corte cesó ante la entrada de esta procesión real, mientras el Conde avanzaba con la seguridad de quien sabe que lleva consigo no solo a dos damas, sino también la responsabilidad de un linaje y un destino entrelazados. —Gervasio, necesito que lleves a la princesa Eleonora y a su dama de honor a una de nuestras mejores habitaciones de invitados. Debo concebir un plan para organizarlas adecuadamente en el palacio. —Entendido, mi señor. ¿Prefiere algún lugar en particular? —La Sala de los Espejos será apropiada. Asegúrate de que estén cómodas. Además, quiero que proporcionemos a Eleonora y su dama una dotación de trajes y ropa digna de una princesa. Quiero que se sientan bienvenidas y respetadas en nuestra corte. —Por supuesto, conde Sebastián. De pronto, ¿algún estilo o preferencia en particular? —Por eso lo había elegido como su secretario, porque era muy detallista y minucioso para cumplir con exactitud su trabajo. —Opta por la elegancia clásica. Haz que el guardarropa sea una muestra de nuestro respeto hacia ellas. Y Gervasio, este asunto debe tratarse con discreción, mantenlo lejos de las observaciones de mi madre. —Entendido, mi señor. Me ocuparé personalmente de que todo se lleve a cabo con la mayor discreción y cuidado. Antes de la princesa Eleonora retirarse a la habitación a tomar una ducha y descansar se acercó y le habló: —Conde Sebastián, no tengo palabras para expresar mi gratitud. Gracias por intervenir y salvarme de ese matrimonio impuesto. —Mi querida Eleonora, el honor es mío. El verdadero favor es el que me haces al elegirme para iniciar una nueva historia a tu lado. Estoy agradecido por la oportunidad de ser tu compañero en esta travesía. —Conde Sebastián, agradezco tu comprensión, pero deseo que no me traten con honores. Quiero vivir una vida normal, alejada de las formalidades. Mis padres podrían intentar quitarme mi título de realeza y preferiría desde ahora enfrentar la realidad con sencillez. —Entiendo, Eleonora. Estoy aquí para apoyarte, pero Eleonora, tu título real es una parte fundamental de quien eres. Según las normas, no es algo que pueda ser arrebatado a menos que tú misma decidas renunciar. Te prohíbo renunciar a tu linaje, pues sería negar una parte esencial de ti. No permitiré que menosprecien tu posición real. —Conde Sebastián, te ruego que me prometas protegerme de ese príncipe egocéntrico que mi padre insiste en que sea mi esposo. A cambio, te juro solemnemente que no renunciaré a mi rango real. Mantendré mi posición como princesa, pero necesito tu ayuda para no caer en manos de un hombre que solo busca su propio interés. —Mi querida princesa Eleonora, no puedo permanecer indiferente ante ese matrimonio obligado. Estoy dispuesto a defender tu honor con todo lo que esté a mi alcance. —Conde, su valentía me reconforta en estos tiempos inciertos. Pero, ¿crees que se podría cambiar el destino impuesto por mi padre? —Por el amor que arde en mi corazón, Eleonora, ganaré las indulgencias necesarias para pedir tu mano y ser tu esposo. Mi devoción por ti es tan grande que ningún obstáculo podrá detenernos. —Conde Sebastián, tus palabras me llenan de esperanza. Pero debemos ser cautelosos en nuestras acciones. Las palabras de la princesa hicieron que su expresión se tornará preocupada. Conocía los estragos que podían desatarse y aún más inquietante, comprendía que la reputación de la princesa Eleonora podía ser un blanco vulnerable.
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