UNA RESPUESTA INMEDIATA

1264 Words
Con una sensación incómoda que persistía en su pecho, el conde Sebastián regresó a su residencia después de ser expulsado de la fiesta por su propia madre. La decepción y el desencanto se reflejaban en su rostro mientras buscaba consuelo en la soledad de su alcoba, anhelando encontrar la paz que le era esquiva, intentó dormir en su alfombra de bambú, pero la inquietud en su mente y el eco de la desaprobación materna lo mantenían despierto rodando su cuerpo buscando acomodo, como si las fibras de la alfombra fueran testigos mudos de su tormento interior. Lady Isabella, envuelta en la media luz de la mansión de Thornefield, se deslizó silenciosamente por los pasillos en busca de Gervasio, el secretario personal del Conde Sebastián. Con la carta en mano, cumplía con su misión secreta de entregar un mensaje personalmente. Al encontrar a Gervasio, le entregó el documento: —Mi señora la princesa Eleonora le envía un recado al distinguido Conde de Thornefield. —De inmediato, Gervasio, reconociendo la urgencia en la mirada de la chica la instó a que esperará un momento. Golpeó en la puerta varias veces para sacar al conde de sus pensamientos: —¡Adelante! —Excelencia, la princesa Eleonora Grace, ha enviado a su dama de honor con un mensaje urgente que requiere su atención inmediata. —¿Un mensaje urgente, dices? ¿Qué dice la princesa en ese recado? —interrogó con desinterés. —Su excelencia, la princesa hizo hincapié en que solo debe ser leído por usted —dijo y le entregó el documento que parecía contener algo en su interior. —¿Hay alguna indicación adicional? —La dama de honor aguarda en el pasillo para llevar una respuesta. —Agradezco la información, Gervasio. Abriré de inmediato la misiva. Al soltar la cinta que sujetaba el papel, salió un maravilloso aroma que sin duda evocaba la presencia de Eleonora, primero apareció un pañuelo de seda blanco bordado con hilos de plata y oro. Lo tomó y lo llevo hasta su nariz para percibir con más perfección su aroma. Luego desdobló el papel rosa y empezó a leer: “Excelentísimo Conde Sebastián de Thornefield: Espero que esta carta le encuentre bien. Me veo obligada a compartir con usted una situación que me embarga de preocupación y desasosiego. Mis padres han decidido que mi futuro se entrelace con el príncipe Juan Montecruz, un hombre al que mi corazón no reconoce como su par. Recuerdo las miradas que compartimos en el último evento, miradas que, a mi entender, estaban impregnadas de un amor a primera vista. En esos instantes, percibí en sus ojos el mismo deseo que ahora le confieso me arrebató. Sin embargo, el destino parece querer conducirme hacia un matrimonio carente de la llama que nuestras miradas tan claramente manifestaron. Ruego, Excelentísimo Conde, que intervenga en esta coyuntura, que abogue por lo que mi corazón dicta. Anhelo un amor real, no un compromiso forjado por la conveniencia. Sus palabras y su influencia podrían ser la única esperanza para unir nuestros destinos de la manera en que las miradas ya nos han unido. Con profundo afecto, Princesa Eleonora”. El conde Sebastián de Thornefield saltó de su asiento, la sorpresa reflejada en sus ojos era evidente. Un torrente de emoción le inundó al descubrir que la princesa Eleonora le estaba confesado sus sentimientos. Sin pensarlo dos veces, agarró a su secretario Gervasio de la mano y comenzó a danzar por la sala, como si la alegría desbordante fuese imposible de contener gracias a la magia de un romance recién florecido. —Excelencia, la situación es apremiante. Le ruego deje de perder tiempo y responda a la princesa Eleonora. Sus sentimientos demandan una pronta contestación. —Tienes razón, Gervasio. Prepararé una respuesta sin demora. Estos asuntos no admiten dilación. —Por supuesto, la princesa espera con ansias su respuesta, Excelencia. No deje que el tiempo escape entre letras vacilantes. Mientras escribía una respuesta, él también estaba sumido en sus pensamientos, reflexionaba sobre cómo expresar su devoción a la princesa no solo con letras. Decidió que un gesto significativo era necesario y con determinación, optó por sacrificar algo preciado: la larga cola de caballo que había dejado crecer, sería suficiente para simbolizar su total entrega a ella. Con cada mechón cortado, el conde incorporaba su disposición absoluta a poner a la princesa por encima de todo, incluso de sus propios símbolos de distinción y orgullo. Una vez que cerró cuidadosamente un sobre en el que puso su sello, le pidió que se lo entregara a la dama de honor y que la llevaran escoltada hasta el palacio. Mientras tanto en el palacio real la princesa no había podido contenerse y le informo a su amiga y confidente lo que había hecho: —Mi querida Eleonora, ¿no crees que el conde Sebastián se sorprenderá al leer la carta que le enviaste? ¡Qué tal si lo invade la moral y te expone! —Me preocupa, Lady Evangeline. Temo que no esté dispuesto a desafiar las reglas sociales por salvarme. —No te apresures a juzgar, Eleonora. Las respuestas a menudo nos sorprenden. Dejemos que el conde se exprese antes de asumir sus intenciones. Ambas estaban en la ventana del castillo vigilantes hasta que descubrieron que se acercaba una carroza. —Majestad, ahí viene su respuesta —dijo Lady Evangeline y Eleonora tomó con ambas manos su vestido alzándolo un poco para poder correr al encuentro con su dama y conocer la respuesta de aquel caballero. La dama de honor mandó a detener el carruaje, se bajó y corrió para encontrarse más rápido con su princesa. —Princesa, te ha enviado una respuesta —dijo entregando la carta y para mantener el secreto las tres corrieron a refugiarse de nuevo en la habitación real. “Mi amada princesa Eleonora, Es con el corazón lleno de admiración y sinceridad que me atrevo a expresar mis sentimientos. Desde el momento en que nuestros ojos se cruzaron, mi alma se vio cautivada por tu gracia y nobleza. No puedo permanecer en silencio, observando cómo tu destino se entrelaza con otro. Te ruego que consideres mi humilde petición: no te cases con ese hombre cuyo nombre no merece la pena mencionar. Escapa conmigo hacia un futuro donde nuestra complicidad florezca sin restricciones. Mi devoción hacia ti es inquebrantable y anhelo ser el guardián de tu felicidad. Con respeto y amor, Conde Sebastián de Thornefield” Gritos de auténtica felicidad se oyeron en la habitación real y resonaron por todo el palacio. Al desplegar la carta del conde Sebastián, los ojos de la princesa Eleonora se encontraron con una sorpresa inesperada. En el interior, delicadamente atada con un elegante gancho, descubrió la cabellera del conde, una muestra tangible de su entrega y sacrificio. Un rubor significativo tiñó las mejillas de Eleonora al comprender el gesto audaz y romántico. —¡Adjunto un mechón de su propio cabello! —exclamó Lady Isabella. —¡Oh, querida Eleonora! Eso es un gesto de sinceridad y disposición que raramente se ve. ¿No encuentras que es un acto divertido y a la vez romántico? —interrogó Lady Evangeline, pero Eleonora se había quedado sin palabras. —Indudablemente. Cortar su propio cabello como símbolo de entrega total es algo fuera de lo común. Parece que el conde está dispuesto a desafiar las convenciones por el bien de su amor —añadió Lady Isabella. —Aprecio con profundidad la devoción. Es un acto que demuestra que cambiará el curso de nuestros destinos —exclamó la princesa envuelta en ensoñación y dulzura.
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