El ambiente bullicioso del castillo de su hermano Leónidas siempre había sido un refugio reconfortante para César, pero en esta ocasión, una extraña incomodidad lo invadía.
Seraphina, su cuñada, solía recibirlo con efusividad, especialmente cuando sabía que él no estaba en su mejor estado de salud. Sin embargo, esta vez su ausencia lo desconcertaba.
¿Por qué no había acudido a saludarlo como de costumbre?
Las preocupaciones empezaron a agitar su mente, alimentando su ansiedad.
Decidido a encontrar algo que lo tranquilizara, César se encaminó hacia el estudio, donde recordaba haber pasado horas explorando la vasta colección de libros de su hermano.
Entre ellos, destacaba una impresionante selección de escritos de Homero, una fuente inagotable de sabiduría y consuelo para él.
Ansiaba
