¡La princesa ha huido!

1033 Words
El rey Leónidas y la reina Seraphina se quedaron espantados cuando se percataron de la desaparición momentánea de la princesa Eleonora. El bullicio en el palacio se transformó en un silencio tenso mientras los monarcas, preocupados, buscaban respuestas. Sus corazones latían al compás de la inseguridad y la sala real resonaba con sus susurros inquietos. —Su dama de honor también ha desaparecido, ¡es imposible que nadie las hubiera visto salir! —protestaba la Reina Seraphina. La ausencia de Eleonora pasaba en el aire como una oscuridad, desafiando la paz que reinaba en el reino. —Leónidas, nuestra querida Eleonora ha desaparecido. No podemos permitir que esto salga a la luz. Llama a la escudería y asegúrate de que encuentren a nuestra hija antes del anochecer. —De acuerdo, Seraphina. Pero necesitamos manejar esto con cautela. No podemos permitir que los rumores circulen. La estabilidad y armonía del reino depende de ello. —Si, habla con la escudería. Que busquen a Eleonora discretamente. No queremos que nadie se entere, siento que por rebeldía posiblemente ha escapado del castillo voluntariamente. Pero, la seguridad de nuestra familia y del reino está en juego. —Así se hará. No escatimaremos esfuerzos, pero mantendremos este asunto en secreto. Nuestra prioridad es traer de vuelta a Eleonora sin causar alarma entre nuestros súbditos. ¡Iré con ellos! A pesar de la angustia palpable en el rostro del rey Leónidas, la reina Seraphina lo detuvo con firmeza. —Leónidas, sé que tu deseo es ir con la escudería en busca de Eleonora, pero eso no es tu tarea. Deja que los hombres cumplan con su deber. Tu lugar está aquí, liderando y tomando decisiones sabias para el reino. Confía en nuestra escudería y permíteles hacer su trabajo. Nosotros, como padres, debemos mantener la compostura y la estrategia para asegurar el retorno seguro de la princesa. Sin perder tiempo, el rey y la reina reunieron a su escudería para dar las órdenes de que iniciaran una búsqueda desesperada, estaban ansiosos por reunirse con su amada hija y detener los posibles rumores que podrían llegar a oídos de los reyes de Ardenia. *** El palacio de Thornefield se sumió en la oscuridad mientras caía la noche y un inquietante silencio envolvía los salones iluminados por parpadeantes velas. La condesa Emilia, impaciente, había aguardado pacientemente hasta la cena, su mirada estaba fija en la puerta principal. Sin embargo, la princesa Eleonora aún no hacía acto de presencia. El aire estaba cargado de tensión cuando finalmente Emilia, con gesto serio y autoritario decidió confrontar a la desvergonzada princesa. Los murmullos de los sirvientes y el tintineo de la cubertería se desvanecieron cuando Emilia, con voz firme, expresó —Traigan a la princesa. Necesito conocer de su propia voz lo que aquí está ocurriendo, este es mi palacio y se rige por mis normas. Eleonora, oculta en una esquina de la habitación real, temblaba de ansiedad mientras aguardaba el retorno del conde Sebastián. El rumor de sus pasos resonaba en los pasillos y la princesa se preguntaba cómo enfrentaría la inminente confrontación con la condesa Emilia, conocida por su reputación dominante y agresiva. La habitación vibraba con la tensión palpable y Eleonora se aferraba a la esperanza de que Sebastián, con su presencia fuerte y decidida, sería su defensor en este momento crítico. Mientras el tiempo se estiraba en agonía, la princesa ensayaba en su mente las palabras que usaría para enfrentar a la condesa, anhelando el apoyo del conde Sebastián para contrarrestar la intensidad de su contraparte dominante. El eco de golpes resonó en la puerta de la habitación real dónde estaba Eleonora, interrumpiendo sus pensamientos inquietos. Las sirvientas, nerviosas, se disculparon profusamente antes de abrir la puerta con cautela. Con reverencias apresuradas, anunciaron que la condesa Emilia las había enviado para llevar a la princesa al comedor, donde la aguardaba para una charla estricta. Eleonora, con el corazón acelerado, se puso de pie, sintiendo la tensión en el aire. Mientras seguía a las sirvientas por los pasillos iluminados por tenues antorchas, se preparaba para enfrentar la tempestad que seguramente la esperaba en la mesa del comedor, donde la condesa Emilia desentrañaría sus preguntas y preocupaciones con esa dominancia que le precedía. A la mitad del pasillo se escuchó: —¡Princesa Eleonora! Qué alegría tenerte en mi humilde morada. —Agradezco la acogida, condesa. Es un honor estar en su palacio. —¡Oh, no es nada, querida! Espero que encuentres todo a tu gusto. Mis sirvientes están aquí para atender a tus necesidades. —Es amable de su parte, condesa. Aprecio su hospitalidad. —Solo deseo que te sientas como en casa, aunque, por supuesto, comprendes que aquí las cosas se manejan de manera distinta. —Entiendo. Estoy ansiosa por aprender y adaptarme a las costumbres y normas de su palacio. —¡Perfecto! Estoy segura de que nos entenderemos muy bien. Y ahora, acompáñame al comedor. Hay tantas cosas que deseo discutir contigo. Eleonora tragó con nerviosismo mientras seguía a la condesa Emilia hacia el comedor. Aunque exteriormente mostraba cortesía, su mirada reflejaba la agitación interna. Las palabras de bienvenida de la condesa resonaban en sus oídos, pero no podía evitar percibir una mancha de hipocresía entre ellas. La altanería de la condesa se revelaba sutilmente en cada gesto y Eleonora se esforzaba por mantener la compostura ante la incómoda sensación de estar en territorio desconocido. A medida que avanzaban por los opulentos pasillos del palacio, la princesa se preparaba para lo que prometía ser una charla más que interesante en el comedor. En el majestuoso comedor, la condesa Emilia tomó su lugar en el puesto principal con una elegancia calculada. Con un gesto decidido, señaló el asiento a su izquierda para Eleonora, indicando claramente su posición jerárquica. La princesa, aunque sintiendo la presión, se sentó con gracia a la orden de la condesa. Mientras tanto, Emilia, con una sonrisa que apenas ocultaba su superioridad, instruyó a sus empleadas para que llevaran a la dama de honor de Eleonora a sentarse con los demás empleados, separándola claramente del círculo principal. La tensión en el aire se espesaba, revelando las dinámicas complicadas de poder en ese elaborado juego de etiquetas.
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