Pendientes

856 Words
¿Qué más encontraría en el video? Porque siempre que alcanzaba la cúspide del placer, quitaba la grabación al instante, ya que el cargo de conciencia se apoderaba de él. Pero no quería darle demasiado espacio a esos pensamientos, sabía que podía encontrar una larga lista de razones, por las cuales no debía de hacer lo que estaba haciendo. Entonces, ¿debía continuar? La encrucijada quedó frente a sus ojos: lo que la moral dictaminaba, o cumplir su deseos carnales. Nadie tenía conocimiento de los vídeos, por consecuencia, nadie sabía lo que estaba haciendo. Así que, quizás podía seguir manteniendo todo en secreto, hasta al menos llegar al final de esa grabación… -Daniel, ¿puedes responder la pregunta? –El profesor de matemáticas tenía una ceja levantada, la expresión de severidad, lo hizo percatarse de la molestia del hombre de mediana edad. -Eh… -Le dio una mirada fugaz a René, que para su suerte, se sentaba en la fila de enfrente, varia hileras hacia adelante. Aun y cuando había sido demasiado rápido, su amigo le hizo señas, apuntando hacia el pizarrón. -¿Sabes la respuesta o no, Daniel? –El profesor aumentó la presión sobre el castaño. -x + 1 al cuadrado –Habló tan lento y con inseguridad, que provocó que el hombre entrecerrara los ojos por algunos segundos, escudriñándolo. -Es correcto –El profesor se giró de nuevo hacia el pizarrón, para seguir explicando el tema; mientras Daniel se dejó caer por completo en su pupitre, respirando de alivio. ** -¿Qué chingados te pasa Daniel? –El castaño se giró a ver a René, que al ver su expresión de poco entendimiento siguió hablando –Andas más distraído de lo normal; o sea, siempre vives en tú mundo, pero hoy… –Se detuvo para dar un breve silbido –Te superaste a ti mismo mi amigo – -No sé de qué hablas –Intentó zafarse utilizando la negación. René suspiró con fastidio –El profesor te habló tres veces Daniel –La explicación le hizo percatarse de su propia distracción, pero ya no le respondió nada a su amigo. Y es que, en ese momento, el tema de Aranza era más importante. La jornada escolar terminó, no tan rápido como lo deseaba. Para asegurarse de que no había nadie en la casa, llegó gritando el nombre de todos, y nadie respondió. Como de costumbre, estaba solo. Entró a su habitación, encendió la computadora, para continuar con lo que había determinado, dejó pendiente. Comenzó a reproducir la grabación, adelantándolo hasta dejar la imagen de Aranza abierta de piernas. Pasó sus manos por su rostro y se levantó de la silla, dándole la espalda a la computadora dio un largo y pesado suspiro, para tomar valor de nuevo. Entonces regresó a sentarse y activó el video. Aranza ladeó su cabeza, y se quedó un minuto contemplándose, pero para Daniel ese minuto fue suficiente para acelerarle el corazón, estaba debatiéndose otra vez entre proseguir o detenerse; pero cuando observó la expresión de la trigueña cambiar, la obnubilación por su libido, lo hizo permanecer frente a la pantalla. Ella había cerrado los ojos y abierto la boca ligeramente, cuando su dedo medio cubrió una parte que estaba entre sus labios mayores, comenzando a moverlo en círculos. Eso fue suficiente para Daniel, detuvo la grabación, mientras se imaginaba el sonido que posiblemente salía de la boca de Aranza. Se levantó súbitamente, se despojó de la ropa con desesperación, y se sentó frente a la computadora. Su propia mano estrujaba de manera violenta su pene, la manera depravada con la que lo hacía, iba a juego con la expresión de su rostro. Mientras observaba el dedo de la trigueña moverse en círculos sobre ella, provocando que en ocasiones su cuerpo se moviera de manera involuntaria, y su mano libre se acariciaba los senos descuidadamente. Daniel no soportó más, aquella sensación placentera que recorría su cuerpo y que se estaba haciendo familiar, lo golpeó de nuevo. ** Otro día más huyendo de Aranza, cada vez le era más imposible verla. Tal vez porque el sentimiento de culpa lo empezaba a carcomer, o quizás porque su imaginación le estaba mostrando representaciones más nítidas de su travieso secreto. Sí, cada vez que veía a la trigueña, era como si anduviera desnuda, cuando hablaba la escuchaba jadear; la mayor parte del tiempo tenía que sacudirse ante sus fantasías. Pero verla en aquel video, le estaba provocando una adicción, que tampoco estaba dispuesto a soltar tan fácilmente. Llegó a casa, hacia algo que se estaba volviendo una rutina. Encendió la computadora, se quitó toda la ropa y de nuevo puso la grabación. Sólo que por aquel día, había decidido repetir los minutos del día anterior, quería perderse en el placer de Aranza. Ahí estaba de nuevo ella, masturbándose, con su rostro inundado de placer; Daniel no se contuvo, y su mano frenética cubría de satisfacción a su falo. Estaba tan enfocado, que podía ver los fotogramas del video. Un extraño sonido lo sacó de concentración, giró su vista a la derecha y Aranza, la real, estaba viéndolo con una expresión de incredulidad.
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