Viviendo juntos (2)

1304 Words
Los saltos de Daniel regresaron. Aquella mañana de sábado, se encontraba gritando su nombre, queriendo obligarla a levantarse -¡Aranza despierta! ¡Ya es hora de ir al parque! – Estaba totalmente tapada con la sábana; sin embargo, había tomado la decisión de dedicarle tiempo a Daniel, porque a pesar de todo, le agradaba jugar con él. Solo que también necesitaba tiempo a solas; sí, ella estaba empezando a crecer. Se destapó completamente -¡Baja de mi cama! –Daniel se asustó, era la primera vez que ella reaccionaba de aquella manera; así que obedeció al instante. Aranza se sentó a la orilla de la cama, lo miró de reojo, sonriendo al verlo con esa expresión de niño regañado –Ven, siéntate –Terminó por verlo y hablarle con calma –Hay que poner ciertas reglas… - -¿Reglas? –Preguntó dudoso y sin entender, al mismo tiempo que se sentaba a un lado de ella. -Para empezar, ya no brinques en mi cama… -La interrumpió. -¡De acuerdo! –Ella entrecerró los ojos, porque le pareció demasiado simple que aceptara sin replicar. -Solo iremos al parque dos horas –Daniel guardó silencio, pensando si era tiempo suficiente para divertirse. Entonces Aranza agregó –Porque cuando regresemos a casa haremos algo que yo quiera hacer –Siguió en silencio, con una expresión vacilante, ya que cavilaba en las posibles actividades que Aranza querría hacer. En medio de sus ideas, la escuchó hablar de nuevo –Pasaré todas las mañanas de sábado jugando contigo, así que las tardes después de la escuela, dejaras de pedirme que juguemos… – -¿Qué hay de los domingos? –Quería negociar, aun cuando una mañana de juego asegurada, era más de lo que en ocasiones obtenía entre semana, no era suficiente, quería más tiempo con un compañero de juegos. Aranza entrecerró los ojos una vez más, meditando en algún artificio sutil y suficientemente ingenioso para quitarle a Daniel, ese tiempo que estaba de alguna manera exigiendo –Si logras que Dante y mamá nos lleven a comer a un restaurante, jugaré contigo una hora los domingos… – -¡Tres horas! –Se apresuró en su intento de convenio. -Dos –Aranza rebatió ajustando el número. -¡Hecho! –Aceptó con una sonrisa de satisfacción. Escupió en su mano, y se la extendió en señal de un acuerdo inquebrantable. -¡Qué asco! -La expresión en su rostro confirmaba el sentir; aun así, escupió en su mano y la estrechó con Daniel, haciendo aquel pacto irrompible. -Voy a prepararme, mientras tú vas a ver qué hay de desayunar, porque… -Ni siquiera terminó de hablar, cuando Daniel ya estaba saliendo de la habitación, entusiasmado. Puso los ojos en blanco, era increíble que por alguna razón u otra nunca terminara de escucharla. Ya para cuando bajó, Daniel ya había terminado de desayunar, tan pronto la vio se lo hizo saber –¡Ya desayuné! – Aranza levantó una ceja, dedicándole una mirada de descontento –¡Pero yo no! – -¡Oh, sí! ¡Lo siento! –Recapacitó. Soraya los observó, la actitud de ambos los hacía lucir más conciliados -¿Van a ir al parque? –Preguntó, porque Daniel se había limitado a comer sin decir palabra alguna. -¡Sí! Pero solo por dos horas, porque queremos jugar a otra cosa aquí en casa –El entusiasmo seguía en su tono de voz y Soraya le dio media sonrisa sin entender correctamente lo que sucedía. Aranza terminó más rápido de lo normal su plato de avena, que fue lo único que se había servido para desayunar -¡Vámonos! –Se levantó de la silla apresurada, no quería que el interrogatorio por parte de su madre comenzara. En el parque había niños que ya esperaban por Aranza para jugar; pero por una cuestión de atadura de agujetas, Daniel fue al único que vieron sobresaliendo de la barda perimetral del área de juegos. -¡Ey, bicho raro! ¿Dónde está tú hermana? –Saúl, un compañero de clases de Daniel, le preguntó en un grito, usando el sobrenombre con el que todos se burlaban en la escuela de él. Por el simple hecho que gastaba su tiempo en el receso buscando insectos, observándolos con atención, e incluso evitando que los pisaran o mataran de manera intencional y despiadada. Las risas de los demás, comenzó a escucharse casi enseguida. Daniel esquivó la mirada de todos –Aranza no es mi hermana –Habló por lo bajo, como solía hacerlo, así que nadie lo escuchó, solamente Aranza, que estaba casi debajo de él, ocupada con sus zapatos deportivos. Escuchar que se burlaban de él le molestó. Y ahí estaba de nuevo, a punto de hacer algo que había dicho no quería hacer: cuidarlo. Se levantó, pasó su brazo por lo hombros de Daniel y comenzó a caminar hacia el grupito que esperaba por ellos. Todos guardaron silencio y abrieron los ojos durante todo el trayecto por el que Aranza y Daniel caminaron hacia ellos -¡Ey! Duende –Se escucharon risas intentando contenerse en las bocas de todos los presentes, cuando Aranza se dirigió a Saúl -Escuché que preguntabas por mí, ¿a qué quieres que juguemos? – -¿Duende? –Cuestionó ofendido. -Sí, eres el más bajito de todos y tú piel tiene una tonalidad verdosa –Cuando lo mencionó, sintió las miradas de todos en él, y las risas ya no pudieron ser contenidas. -Mejor preguntémosle al elefante su opinión –Su vista se posó sobre otra víctima burlona. Aranza se acercó y movió las orejas del pequeño para que entendiera el motivo del apodo -¡Ya sé! El espagueti debe tener una buena idea –Sonrió con malicia al más delgado del grupo –O tú castor, ¿qué opinas? –Sus ojos viajaron hacia otro chiquillo con los dientes sobresaliendo de sus labios. Aranza continuó con la repartición de apelativos ofensivos, hasta que las risas eran inexistentes en el grupo -¡Vamos bicho raro! –Se dirigió a Daniel –Te enseñaré cómo trepar un árbol –Pasó el brazo de nuevo por los hombros de Daniel, que se había quedado en silencio ante la actitud de la trigueña. No la entendía, pero se sintió bien ante la defensa inesperada. En poco tiempo estaban frente a la arboleda en la cima de la loma. Aranza comenzó a estirarse y tras una breve explicación de cómo agarrarse, fue la primera en subir por el nogal. Daniel la veía absorto en la gracia y agilidad que tenía para llegar a tal altura. -¡Es tu turno! –Le gritó desde donde ella se encontraba. -¡Estoy bien aquí! –Respondió con una fingida sonrisa, porque después de su último intento fallido, había quedado traumatizado. Las dos horas pasaron más rápido de la imaginado, inclusive regresaron 30 minutos después de la hora estipulada. -¿Y bien? ¿A qué quieres jugar? –Daniel le preguntó un tanto renuente, y con un poco de temor. Porque a pesar de que sabía que Aranza no era una niña que jugara con muñecas, podría proponer alguna actividad que requiriera de todo su valor. -¿Qué opinas de una partida de monopoly? –Le dio una sonrisa. -Está bien –Terminó por aceptar, porque creyó que le pediría algo mucho peor. Los juegos que Aranza proponía, los posteriores a las salidas al parque, pasaron por el ajedrez, dominó, cartas, rompecabezas, figuras de lego. Hasta que sin poder evitarlo, el tiempo transcurrió, y lo que eso conlleva: el cuerpo y la mentalidad de ambos cambió. Comenzando con el cambió de actividades: partidas de videojuegos, series, películas. Y la primera en acortar las tardes por salidas con amigos, fue Aranza.
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