Los saltos de Daniel, esos que pedían salir a jugar, cambiaron de objetivo.
-¡Aranza despierta! –El pequeño saltaba sobre la cama, casi aplastando a la niña, que se tapaba completamente, creyendo que ese acto la salvaría de alguna manera -¡Vamos! ¡Ya es hora de ir al parque! –Pero no le respondía, entonces decidió jalar la sábana con fuerza. Ella apenas si alcanzó a mantener un pedazo entre sus manos con fuerza -¡Lo sabía! ¡Estás fingiendo! –
-¡Daniel! ¡Aun no es hora! –Gritó con enojo, porque constantemente la forzaba a que le prestara atención.
-¡Sí lo es! ¡Ayer me dijiste que irías conmigo! –La hizo recordar sus palabras; pero es que aceptar jugar con él a futuro era la mejor manera de quitárselo de encima por algunos momentos.
-¡Ya voy! –La vio estirarse, una clara señal de que decía la verdad; así que se bajó de la cama y se quedó observándola para que se alistara.
Aranza se levantó con pereza, dirigiéndose hacia el baño de su habitación.
A Daniel le pareció que ya había tomado demasiado tiempo, estaba a punto de ir a golpear la puerta, cuando la niña salió totalmente lista para salir.
-¡Vamos! –La tomó de la mano ágilmente, sin permitirle reaccionar con alguna palabra, la arrastró por toda la casa hacia su destino.
-¡Diviértanse! –La voz de Soraya se escuchó con diversión detrás de ellos.
Llegaron al parque, que estaba a un par de cuadras de la casa, y como era de suponerse ya había más pequeños también jugando. La hizo subirse a cada juego, y con la personalidad de Aranza, se unieron otros niños para disfrutar al jugar de las escondidas y a los atrapados. Aun cuando había a su alrededor muchos posibles compañeros para divertirse, Daniel actuaba cohibido e introvertido; en todo momento se dirigían a Aranza, al ser ella la que se desenvolvía sin restricción alguna. Después de pasar un rato entreteniendo a Daniel, siempre finalizaban con la misma actividad: trepar el nogal que se encontraba sobre la loma más alta del parque. Aranza subía con rapidez, tenía experiencia haciéndolo.
-No logro entender cómo es que lo haces –Daniel estaba abajo, observándola, admirado de cómo subía con pericia.
Ella no le respondió. Simplemente subió hasta la rama más alta que podía, desde donde podía sentir el aire freso golpear su rostro, que la incitaba a extender sus brazos, como si fuera un ave. Disfrutar ese momento de soledad y calma, le permitía gozar de una paz mental.
-¡Ayuda! –Escuchó la voz de Daniel, sacándola del pequeño instante, giró con rapidez su vista para prestar atención. Estaba colgando de una rama, de las más bajas del árbol. Puso los ojos en blanco, con fastidio, y comenzó a descender para alcanzar a ayudarlo.
-¡Deja de moverte o te vas a caer! –Lo reprendió, porque su desesperado intento de alcanzar una rama que lo ayudara a estabilizarse, lo estaba poniendo en más peligro.
Aranza se abrazó a una rama, extendió su mano, apenas si Daniel alcanzó a tomarla, para quedar colgando de ella. La niña sabía que no iba a durar mucho, las manos comenzaron a sudar, aunado al peso que no podía sostener.
-¡Tengo que soltarte Daniel! –Intentó escucharse tranquila, e idear un plan en poco tiempo.
-¡No! ¡No lo hagas Aranza! ¡Por favor! ¡Tengo miedo! –Su expresión de terror aunado a la voz suplicante, lo único que provocó fue enojo. ¿Por qué entonces la había seguido? Ambos sabían que él no podía hacerlo. Finalmente se contuvo, cerró los ojos, respiro profundamente e intentó hablarle con calma.
-¡Escucha! No estás muy lejos del piso –Le hizo saber.
-¿De verdad? –Dijo con una mezcla de incredulidad y sosiego.
-De verdad -Aseveró -Intenta mantenerte recto, para que caigas de pie, como si hubieras dado un gran salto –Le aconsejó.
-¿Pero…? –Necesitaba un poco más de persuasión.
-Ya no puedo más Daniel, te voy a soltar -Sabía que en cualquier momento le ganaría la fuerza de gravedad -Una… -Comenzó a contar.
-¡Espera! –Gritó desesperado, lleno de angustia.
-Dos… -Y lo soltó. No terminó de contar.
En efecto, no había mucha distancia hacia el piso, cayó de pie; pero la fuerza había sido demasiada para el pobre chico, que provocó perdiera el equilibrio, yendo hacia adelante totalmente descompuesto. Su frente golpeó una piedra, y la sangre comenzó a brotar de manera desmedida. Aranza bajó a gran velocidad, estaba prácticamente en el piso cuando escuchó el grito de dolor de Daniel.
Se dirigió apresurada para verlo -¡Demonios Daniel! –Lo tomó de la mano, para ser ella quien lo arrastraba hacia la casa, porque la sangre lo obligaba a cerrar los ojos.
-¡¿Qué demo…?! -Se detuvo a media palabra –¿Qué fue lo que sucedió? –Soraya corrió hacia Daniel, le tomó unos segundos percatarse que ya no podía cargar al pequeño de diez años; así que lo jaló hasta la cocina. Comenzó a limpiarle el rostro, para poder encontrar la fuente de dónde emanaba la sangre -¿Y bien? –Volvió a preguntar, porque ninguno de los dos pequeños habló.
-Me caí –Dijo Daniel. Soraya achicó los ojos, y fijó su vista en Aranza, que puso los ojos en blanco. Sabía que de alguna manera la estaba culpando, y es que siempre que olía a problemas ella estaba relacionada.
-¿Cómo te caíste Daniel? –Su tono era severo.
-Perdí el equilibrio y caí de frente, y había una piedra, y pues me pegué –Soraya encontró la cortada, no era muy grande, así que intentó cerrarla con los dedos.
-Trae el botiquín Aranza –Le ordenó un poco más calmada. La niña trajo lo que le solicitaron a la brevedad –Sostén aquí –Fue el turno de Aranza de cerrar con sus dedos la herida, mientras Soraya sacaba la cinta microporosa, y cortaba los dos pedazos que iba a requerir. Colocó la cinta y terminó de limpiarle el rostro -¡Listo! Como si nada hubiera pasado –Le dio una sonrisa sincera al pequeño –Vayan a sus habitaciones, les llamaré cuando esté la comida –Los dos caminaron hacia las escaleras, bajo la mirada de Soraya, que dio un suspiro pesado.
Aranza se metió a su habitación sin siquiera dedicarle una mirada al pobre de Daniel. Se tiró sobre su cama, hundió su rostro sobre una almohada, que ahogó su grito de frustración. Estaba molesta, ese era el motivo por el que no quería un hermano menor: el tener que cuidarlo. Se sintió un poco liberada, y se acostó con la vista hacia el techo, sin realmente prestarle atención. En el fondo se sentía culpable, porque la seguía a todos lados, quería jugar con ella todo el tiempo, y sabía que la quería. Ese accidente de cierta manera era su responsabilidad.
Daniel se sintió triste, en ningún momento quiso que culparan a Aranza. Sabía que ella estaba enojada con él, porque no le habló ni lo miró desde que llegaron a casa. Además, las palabras de la niña se habían quedado grabadas en su mente: ella no quería un hermano menor para cuidar. Iba a tener que pensar en algo para contentarla, quería que siguiera siendo su amiga y que jugara con él.
La comida pasó en completo silencio. Cada uno de ellos inmersos en sus propios pensamientos. Dante no quería mencionar nada, no sabía con exactitud lo que había sucedido, y creía en las palabras de Daniel. Quería entender la actitud de Soraya, que sospechaba que no había sido un accidente, y que de alguna manera su hija había contribuido al infortunio. Sí, Aranza iba a ser perseguida por su historial problemático, a pesar de que tenía tiempo de un cambio real y más que notorio. Daniel no quería empeorar la situación con Aranza, así que cuando terminó de cenar, se fue a su habitación. Y la niña hizo lo mismo.
La rutina de la semana los sumergió en las actividades de la escuela; sin embargo, la constante insistencia por parte de Daniel para jugar por las tardes, esa semana no sucedió; así que no fue necesario que Aranza hiciera promesas a futuro. Aun no se le había ocurrido cómo contentarla, así que ese fue el motivo por el que mantuvo la distancia.
El sábado volvió a llegar, y le pareció extraño que Daniel no fuera a despertarla como acostumbraba. Así que se levantó, se metió a bañar y salió hacia la recámara del castaño.
Abrió la puerta sin tocar, encontrándolo sentado en el piso con sus figuras de lego -¿Qué estás haciendo? –Saltó del susto, porque no escuchó cuando la puerta se abrió; pero el sentimiento pronto fue suplantado por alegría, había sido ella la primera en eliminar la distancia, y eso solo significaba que ya no estaba enojada con él.
-Estoy intentando hacer ésta figura –Sonrió, mientras le mostraba la imagen en el libro.
Aranza se sentó a su lado, y comenzó a ayudarle; pasando así de nuevo el día con él. Para total sorpresa de Daniel, las tardes de la semana que siguió, ella gastaba al menos una hora con él y las piezas de lego. Hasta que finalizaron la enorme nave, tal cual lucía en la imagen.