-¿Ya nos vamos? ¿Ya nos vamos? ¿Ya nos vamos?... –Daniel estaba brincando a un lado de Dante.
-¡Por Dios Daniel! ¡Espera un momento por favor! –Estaba comenzando a desesperarlo con tanta insistencia. Se quitó el delantal y lo tomó de la mano -¡Vámonos! –Entonces se dirigió a la chica que le ayudaba en el mostrador -En un rato más regresamos Debi-
-¡Diviértete Daniel! –La chica de cabello rosa fantasía le habló esbozando una sonrisa, haciendo que Daniel se girara a verla también con una sonrisa traviesa.
Dante había comenzado a llevar al parque a Daniel cuando tenía tres años, uno que se encontraba a una cuadra de la pastelería. Lo llevaba a diario por las tardes, convirtiéndose en una costumbre durante la infancia del pequeño. Era una de esas tardes primaverales en Ciudad Alfa, frescas y con los insectos saliendo de sus escondites. Daniel estaba observando una mantis que se encontraba bajo un árbol, cuando tres niños que no eran mayores en edad, se acercaron a él.
-¿Sabes qué bicho es ese? -Le preguntó con interés el rubio a Daniel.
-¡Qué asco! No lo vayas a tocar, ¡písalo! -Dijo el castaño con cara de horror, contrastando totalmente con la actitud de su compañero rubio. Pero Daniel reaccionó al instante y lo empujó.
-¡No! ¡Si lo pisas lo matarás! -El castaño no cayó al suelo a causa del contacto, solo lo hizo tambalear un poco.
-¡Oye!¡No hagas eso! -El segundo rubio fue quien empujó a Daniel, defendiendo al castaño, y la fuerza que utilizó, provocó que éste sí cayera al suelo. El castaño aprovechó para tratar de pisar a la mantis, pero una niña, que era mayor que todos, saltó desde el árbol en el momento justo a un lado de ellos, asustándolos; y de esa manera impidió que pisaran a la mantis.
-¡Si no les justan los insectos, simplemente aléjense de ellos! –Sentenció con molestia, dirigiendo su dedo índice hacia los tres chiquillos -¡Ahora váyanse de aquí! -Les ordenó a los dos rubios y al castaño, parándose con los brazos cruzados frente a ellos y una expresión de autoridad. Logró su cometido: los tres niños huyeron a gran velocidad.
Una vez que se aseguró que estaban lejos, se giró hacia Daniel, que seguía en el piso -Me llamo Aranza, ¿cómo te llamas tú? -Le preguntó sonriendo y extendiendo su brazo para ayudarle a levantarse.
-Soy... soy Daniel –Respondió bajito, tímidamente, y dudoso le tomó la mano para ponerse en pie.
-¿Cuántos años tienes? -Volvió a cuestionar Aranza, totalmente extrovertida.
-Tengo 5 años -Daniel volvió a responder con la voz baja y tímida.
-Eres muy pequeño para ser mi amigo -Le dijo entrecerrando los ojos, y un poco decepcionada. Daniel no respondió nada, no entendió esas simples palabras, no solía haber niños interesados en su amistad. Aranza se encogió de hombros y comenzó a trepar al árbol de nuevo, cuando escuchó la voz sobresaltada de su madre.
-¡Aranza! ¿Qué dem... –Se contuvo, estaba aprendiendo a evitar decir malas palabras frente a su hija -¡Ven acá! -Soraya estaba atónita cuando vio a Aranza trepando por el árbol, y lo más sorprendente para ella era que su hija llevaba un vestido de tul, que al parecer no le impedía en lo más mínimo los movimientos; además que debía ser una experta, ya que el vestido no se encontraba dañado.
La pequeña trigueña corrió al encuentro de su madre, que la tomó de la mano, e iba vociferando un sinfín de argumentos por los cuales una niña como ella no debía trepar un árbol.
Dante había observado todo desde la lejanía: desde que los tres niños se habían acercado a Daniel, cómo Aranza lo había defendido, terminando por perder de vista a Soraya, que iba entre las calles regañando a Aranza.