La personalidad de Aranza comenzó a desarrollarse. Con par de años más cumplidos, puso a prueba sus conocimientos en las personalidades de la gente que la rodeaba, llevándolas hasta ciertos límites.
-¡Ey, Aranza! Todos vamos a subir al techo ¿Te atreves? –Karla le preguntó con malicia, con pleno conocimiento que no se negaría.
-¿Quiénes son todos? –La trigueña tenía media sonrisa, y se inclinó un poco para ver detrás de la niña castaña, porque solo estaba ella y Jahir, el niño problemático de toda la escuela.
-Están esperando por nosotros, ¿vienes? –Detectó la mala intención de la castaña, pero no la acobardó.
-¡Vamos! –Respondió, para comenzar a caminar los tres a la par.
Karla tenía razón parcialmente. Todo el grupo de 5to año de primaria estaba frente al edificio, pero nadie se había atrevido a subir. Aranza dio media sonrisa, los consideraba una bola de cobardes y ella estaba dispuesta a demostrarles que no tenía miedo de nada. Se pasó del otro lado del barandal, midió la distancia y saltó hacia el techo que cubría el patio. Escuchó la expresión de sorpresa de sus compañeros de clase, se puso de pie, con una sonrisa de victoria. Que le duró poco.
-¡Aranza! –Su maestra gritó con horror, hasta sintió cómo se le bajaba la presión –¡Quédate ahí por favor! –El hilo de voz que alcanzó a salir fue suplicante, para tomar un paso veloz, porque la distancia de metro y medio que había entre el edificio y el techo la hacía considerar que una tragedia podría ocurrir.
La niña hizo una cara de fastidio y no le importó en lo más mínimo lo que le pidió. De nuevo midió la distancia, e incluso consideró el hecho de que estaba el barandal para saltar de regreso.
La maestra la vio cuando iba llegando al final de las escaleras, conmocionada ante la desobediencia -¡Te dije que te quedaras en ese lugar Aranza! ¡A la dirección! –Le gritó con una mezcla de frustración, enojo y miedo. La tomó con fuerza del brazo, arrastrándola por todo el trayecto.
El director estaba con la secretaría y desde la ventana vio a la maestra con Aranza. El pobre hombre cerró los ojos, y es que no había semana en la que la niña no lo visitara, y no precisamente por buenos motivos.
Los dos adultos entraron a la oficina, dejando a Aranza en la silla de afuera, frente la secretaria, que la observaba con pena.
A los 20 minutos la maestra salió, con el rostro rojo. Aranza no pudo determinar si era de enojo o si había estado llorando. Y tan solo 15 minutos más tarde, Soraya llegó. Cruzaron sus miradas, lo que fue suficiente para que detectara el enojo en su madre.
-Pasa Aranza, por favor –Le habló con tranquilidad y educación el director –Señora –Se dirigió a Soraya –Siéntense –Esperó hasta que ambas tomaran sus lugares, en un silencio sepulcral –Dime Aranza, ¿qué hacías en el techo? –La expresión de sorpresa e incredulidad se apoderó de Soraya, y dirigió su vista de inmediato sobre su hija.
Aranza se encogió de hombros –Pensé que sería divertido –Respondió con cinismo y de manera insolente.
-Ya veo –El director dio un largo y pesado suspiró –Puedes salir, espera afuera por favor –Le pidió a la niña, que sin demoras se puso de pie y salió de la dirección.
Se quedó sentada, esperando. Los minutos le parecieron eternos, pero porque le parecía un fastidio que hicieran tanto escándalo por algo que ella consideraba insignificante.
Soraya salió de la oficina del director. Pasó por enfrente de Aranza, sin siquiera voltear a verla. La niña de 11 años se puso de pie, y caminó tras de su madre, en completo silencio. Sabía que estaba molesta, y lo mejor era no buscar más problemas. Caminaron por el estacionamiento hasta llegar al auto, entró al asiento del copiloto, y sintió el ambiente demasiado tenso. No quiso voltear a ver a Soraya, aun cuando sentía la intensidad de su mirada sobre ella.
-¡Estás castigada Aranza! –Puso los ojos en blanco, con el fastidio manifiesto, aun cuando su madre no la vio –¡Eres una imprudente, que no mide las consecuencias de sus actos! ¡¿Sabes cuántas veces he venido a la escuela por las cosas que haces?! –La niña suspiró a profundidad, y hasta ese momento se giró a verla.
-No mamá, no lo sé –Le respondió sin ánimos.
-¡Dios Aranza! –Soraya esquivó la mirada de su hija, poniéndola hacia el frente del volante –¡Aún no estás en la adolescencia y ya estoy batallando contigo! –Pero además, la mirada y la manera irrespetuosa en la que le respondió, le recordó tanto a su padre –Te pareces tanto a él –Después del último pensamiento, las palabras le salieron llenas de cansancio; sin siquiera percatarse realmente de haberlas dicho.
Aranza abrió los ojos con amplitud, la sorpresa de escucharla la hizo sospechar que la estaba comparando con su padre, y al ser la primera vez que lo hacía, la tomó desprevenida. Simplemente lo intuyó, el secreto detrás de la falta de su figura paterna, estaba llena de dolor. Pero además las palabras le dieron en el orgullo. No quería darle problemas a su madre, como al parecer su padre lo había hecho. Así que se giró en el asiento, y guardó silencio de nuevo.
Soraya encendió el motor. No dijo ni una sola palabra más y condujo hasta la casa de los Olivier. Necesitaba de alguien que la escuchara, y estaba dispuesta a pedir un consejo cómo padre.
Cuando llegaron al destino bajaron del auto, inmersas en sus propios pensamientos.
-¡Aranza! –Daniel la dio la bienvenida con una expresión de emoción, sonriéndole ampliamente cuando la vio; pero ella solo le dedicó una sonrisa a medias -¿Qué sucede? –Le preguntó una vez que la tuvo de frente y observar su semblante decaído.
-Volvieron a llamar a mamá de la escuela –Le reveló con pesadez.
Daniel la tomó de la mano –Escuché algo de eso –Tragó saliva –Ven –La jaló para llevarla hacia el patio –Vamos a brincar, eso siempre te anima –Llegaron a la cama elástica. Sí, Daniel había comenzado a conocerla muy bien, eso definitivamente la hacía liberar cualquier sentimiento negativo. Le dio una sonrisa tímida, de esas que lo distinguían, provocando que Aranza sonriera honestamente.
-Ya me siento mejor. ¿Quieres un poco de jugo? Voy a ir a la cocina –Se ofreció después de algunos minutos, porque la actividad la había hecho sentir sedienta.
-Sí –Respondió emocionado.
Aranza bajó, caminando todo el trayecto con un poco más de alivio. Se detuvo antes de entrar a la cocina, porque una conversación se desarrollaba entre Dante y su madre.
-Es que estoy cansada, sabes –La pesadez en la voz lo hacía notorio –Ya no sé qué más hacer con ella, va de problema en problema. ¡Dios! ¡Tiene 11 años Dante! Y ya me dieron un ultimátum en la primaria. La maestra está también cansada de ella, una más que haga y la van a expulsar –Soraya dejó caer su cabeza sobre la mesa, estaba demasiado frustrada. Dante se acercó, para acariciarle la espalda, pero de manera sorpresiva para él, ella se giró y lo abrazó. Le hacía falta una pequeña muestra de apoyo. Dante se tensó, no había tenido esa cercanía en años, pero esa necesidad de ayudarla, lo hizo relajarse un poco, abrazándola con fuerza.
-¿Quieres que hable con ella? –Propuso de manera honesta.
-No. Creo que simplemente la cambiaré de escuela. Aunque a decir verdad, me estoy empezando a convencer que haré eso muy seguido –La resignación se apoderó de ella.
-¿Por qué lo dices? –Cuestionó intrigado.
-Se parece a su padre, sabes. Tan osada, irreverente… -Aranza se alejó en ese instante. Ya no quería escuchar más.
-¿Y el jugo? –Preguntó Daniel, pero ella comenzó a brincar con fuerza, liberando todos los sentimientos que tenía, manifestándose con lágrimas.
Había tomado una decisión: nunca más le causaría problemas a su madre.