¿Realmente es el fin?

1603 Words
Elizabeth Scott Estaba conduciendo hasta la oficina de Marcus, ahí hablaríamos con su abogado sobre el tema referente a nuestro divorcio. Las últimas dos semanas me sentí como en una nube, una nube en la que sólo estábamos Marcus, yo y las ganas de estar juntos, pero, tarde o temprano tenía que bajar de mi nube de ilusiones y volver a la realidad. Me pregunté muchas veces si realmente lo amo, y si debo o quiero estar con él. Algo estúpido a decir verdad, pues estoy más que clara que lo quiero solo para mi. Ya no quiero despertar sin él, aunque sea un idiota, logro enamorarme y realmente deseo que tengamos una relación más seria de la que tenemos ahorita. Quiero que nos conozcamos mejor, que logremos ser una pareja de verdad y no una que fue forzada. En cuanto llegue a su oficina, me senté fuera de su despacho a esperar, no deseaba interrumpirlo en su trabajo, ya tendríamos tiempo para hablar. Vi que su secretaria estaba bien liada con unos cuantos papeles, por lo visto hoy estan llenos de trabajo. Me entretuve con mi celular hasta que en determinado momento levante la mirada y vi a una castaña con lentes que me resulto muy familiar. La chica se puso a conversar con un hombre mayor de traje caro, creo que le está coqueteando... ¡No puede ser! Es la misma chica que hace unos meses atrás me lanzó el café. Es una de las ex conquistas de Marcus. ¿Pero, que hace trabajando aquí? La idea de Marcus revolcándose con esa mujer se instaló en mi mente. ¿Tuvo el descaro de serme infiel? — Hola — me saludó Marcus interrumpiendo mis pensamientos. — ¿Quien es ella?— le pregunté señalando a la castaña que aún seguía coqueteando le a aquel señor de traje caro. — Es Hayley, trabaja para el departamento de contabilidad... — ¿Te acostaste con ella verdad?— cuestioné viéndolo fijamente. — Si, fue una de mis conquistas... Su honestidad me alarmó un poco. ¿Esta confirmando mis sospechas o se acostó con ella antes de estar conmigo? — ¿Por qué lo preguntas?— preguntó curioso. — Creí que era alguien conocido, pero no importa... ¿Que tal va tu día?— pregunte para evadir el tema, no lo creo tan estúpido para decirme si me fue infiel. — En resumen, agitador. ¿Tu día que tal? — Algo tedioso, las cosas están algo tensas en el taller debido a que se descompusieron dos máquinas de coser— y vaya que todo estaba vuelto un desastre. Tuvimos que retrasar la confección de 10 conjuntos para esta semana, de lo contrario no terminaríamos a tiempo la ropa que sería enviada a la boutique. — Bueno, si quieres puedo darte el dinero para que compres... — No es necesario Marcus, puedo resolver esto sola— aunque haya confianza entre nosotros, no lo dejaré darme dinero tan fácil. — De acuerdo. Mi abogado nos espera en la sala de juntas del piso 13— habló cortante y se aproximó al ascensor. ¿Por qué habrá cambiado de actitud repentinamente? Subimos hasta el piso 13, y tal y como había dicho, ahí estaba su abogado, esperándonos en una de las tantas salas de juntas. Un hombre Moreno de tal vez unos cuarenta y tres, sentado en la sala 3B. De solo entrar a la sala, el ambiente comenzó a sentirse tenso. — Elizabeth, te presento a mi abogado, él Señor Albert Stone. — Es un gusto conocerla señorita Jones— habló el hombre extendiendo su mano para estrecharla con la mía. Después de sentarnos, el señor Albert nos dio una corta introducción de para que nos habíamos reunido: — ...Bueno, como ambos saben, en pocos meses se vence su contrato de matrimonio y en el mismo se estipula que deberán divorciarse en cuanto sé terminé el plazo acordado. Así que, hoy, me gustaría saber si quieren o no renovar el actual contrato de matrimonio. Marcus y yo nos miramos. Algo en su mirada me advirtió que lo que iba a pasar no era algo bueno. — Entonces, ¿Que decidieron?— nos apresuró Albert. Antes de poder decir palabra alguna, o de siquiera dar mi testimonio de querer estar casada con Marcus, el hablo: — Creo que lo mejor sería disolver este matrimonio— lo vi esperanzada— Y que cada quien retome sus planes solo— algo en mi pecho se contrajo Lo ví, ¿Realmente dijo lo que escuche? ¿Quiere el divorcio? Sentía una gran presión en el pecho, tanto que no era capaz de respirar bien. Un par de lágrimas se escurrieron de mis ojos. ¿Como pude haber sido tan estúpida? Era obvio que el ya no quería estar casado conmigo, los últimos meses solo ha estado utilizandome. Me levanté de mi asiento, una mezcla de ira, decepción y tristeza se apoderaba de mí ser, no tenía ánimos de estar acá, ya no. Salí de la sala de juntas para ir al ascensor, creo que necesito despejar mi mente. El ascensor abrió sus puertas, pase y poco antes de cerrar vi que Marcus se aproximaba hasta mi. — Eres un imbesil— dije antes de que las puertas se cerraran y el ascensor descendiera. Me recosté en la pared del ascensor, cerré los ojos y suspiré lo más profundo que pude. Miles de preguntas se formulan en mi mente conforme pasa cada segundo. Cada vez se me hacía más difícil contener las lágrimas. El ascensor se detuvo en el estacionamiento. Baje y al llegar al auto me pare en seco frente al mismo. ¿Se supone que este es mi regalo de cumpleaños? ¿O solo fue una excusa para seguirme usando como juguete s****l? ¿Fui su juguete o realmente le gustaba? Subí al auto ignorando todo lo que gritaba mi conciencia. Me sentía en una especie de trance, solo quería ir a la mansión por mis cosas y luego irme lejos de todo, lejos de Marcus y de todo lo que me recordara a él. ¡Dios! Marcus no me quiere... Me mintió todo este tiempo... Solo quería usarme... Me mintió... Se acostó con otra... Me fue infiel... Me deje comprar con regalos... Fui tan estúpida... Soy una estúpida por pensar que el dejaría todo por mi... Había comenzado a llorar por inercia, ya no lograba contenerlo mi un minuto más. Puse la luz de cruce antes de escuchar gritar a alguien: — ¡Cuidado! Gire mi cabeza y... Marcus Scott — Tu si que sabes cómo sorprender— comento mi padre entrando a mi oficina. — No estoy de humor papá— conteste sin despegar la vista de la laptop. — Bueno, aún así tendrás que darme explicaciones— tomó asiento frente a mi y me vio con la ira desbordando de sus ojos. — ¿Que se supone y debo explicarte? En cuatro meses se acaba el matrimonio entre Elizabeth y yo y no quiero renovarlo, fin... — ¿Crees que soy estupido, Marcus?— cuestionó con su mirada retadora— Se que la amas, pero eres tan estupido que no crees merecerla... — No la merezco padre— afirmé— Ahora, si me disculpas estoy trabajando... — Sabes Marcus, esto me recuerda a aquella relación que tuviste en la universidad, con esa chica rubia de ojos negros, ¿Valeria?, ¿Violeta?... — Vivían Robert, se llama Vivían— señale con disgusto. Casi nunca hablamos de esto, y es un tema que no me gusta sacar a la luz. — Si, ella. Creías no merecerla y la dejaste ir, y ahora, haces lo mismo con Elizabeth... — Robert, yo no las merezco, son mujeres inteligentes, atentas, gentiles, delicadas, hermosas y que pueden valerse por si mismas. No necesitan a alguien como yo que no les aporte en la vidad— confesé, por primera vez en la vida admití una inseguridad que llevaba tiempo sintiendo. Mi padre sonrió satisfecho de escucharme. Sus ojos fuera de la decepción, mostraban orgullo, pero ¿Por qué razón? — No crees no merecerlas Marcus, solo no te sientes suficientes para estar junto a ellas, eso es diferente— señaló— Y me hace sentir orgulloso escucharte admitirlo. No pude decir nada en contra de su comentario. — Yo que tú buscaría a Elizabeth, ella merece y quiere tenerte a su lado— sonrió victorioso por lo que dijo. Puse mis ojos en blanco, no le iba a dar la razón tan fácil está vez. Tome mi teléfono y llame a Elizabeth, ella merece una explicación de lo que pasó y también merece saber la verdad. La amo, y quiero estar con ella. Las llamadas terminaban desviadas en su correo de voz, algo que sin duda me extrañó, ella no es de apagar su teléfono, mucho menos de quedarse sin pila. Llame al taller y tampoco me atendieron, debe ser por la cantidad de trabajo. Como última opción iba a marcar el teléfono de Olivia, pero ella me llamó primero. — ¿Marcus?— pregunto con cierto tono de preocupación en su voz. — Olivia, estaba por llamarte... — Elizabeth está en el hospital, tuvo un accidente mientras conducía— exclamó haciendo notoria toda su preocupación e histeria. Sentí un escalofrío recorrerme el cuerpo. — Andrew y yo estamos estamos en la sala de espera del hospital central... — Voy para allá— sin perder más tiempo colgué. Me levanté y salí de la oficina a toda prisa. — ¿Que paso?— preguntó mi padre siguiéndole el pasó. — Elizabeth está en el hospital...
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